/ viernes 1 de noviembre de 2019

JÓVENES VOLVER A PENSAR

Como evitar la muerte del día de muertos…

Día de Muertos, día de reflexión y meditación. Es cuando se nos frunce el alma al saber que tendremos que morir. Es lo único seguro, es lo inevitable, pero no lo aceptamos y preferimos cambiar el tema. Jugamos a vivir, sabiendo que tendremos que morir.

Vivir es ir muriendo cada día, porque cuando nacemos nuestro reloj biológico comienza su marcha aptosica. El día de muertos es una tradición que nos han heredado los antiguos mexicanos, y es eminentemente mexicana y nuestra. Es extraña y muy característica, la idea de que en el más allá se da licencia a los difuntos para visitar a sus parientes que se han quedado en la tierra.

Dentro de las costumbres aztecas, al fallecer una persona, le doblaban las piernas en actitud de sentado, afirmaban brazos y piernas atándolos firmemente, en un lienzo acabado de tejer ponían el cuerpo al cual le ponían en la boca una bella pieza de jade que era el símbolo de su corazón, y tendría que darlo a los dioses en su camino a Mictlán, la residencia de los muertos; enseguida cosían el lienzo con el cadáver dentro y ataban encima un petate.

En una gran plaza preparaban una pira funeraria y situaban encima el cadáver rodeado de las cosas que poseyera en vida: su escudo, espada, etc. La viuda, la hermana o la madre preparaban tortillas, frijoles y bebidas. Un sacerdote debía comprobar que no le faltara nada y al fin prendían fuego y mientras las llamas ardían, los familiares sentados aguardaban el fin, llorando y entonando tristes canciones. Las cenizas eran puestas en una urna junto con el jade. Los Aztecas creían ser inmortales y la muerte no era más que una forma nueva de vida.

En el mundo azteca del más allá había 13 cielos y 9 infiernos. Cada uno de los que morían iban a dar según la ocupación que hubiera tenido en vida, todos tenían un más allá de acuerdo con lo que hicieron. Los no clasificados o que morían de muerte natural, iban a Mictlán y sus almas erraban por altas montañas, sufriendo frío y calor hasta alcanzar la mansión del señor de la muerte. En el Mictlán había dos dioses de la muerte: el señor Mictlantecuhtli y la señora Mictecacíhuatl.

Cuando las almas llegaban al séptimo infierno, como prenda de buena conducta debía dejar la pieza de jade que los vivos habían puesto en su boca. Al terminar el viaje, quedaban situados en el noveno infierno. En la época precolombina, se conocía el altar de muertos con el nombre de Tzompamtli celebraban este día a la diosa Coatlicue (la madre de los dioses), la diosa que todo lo hace y lo deshace.

Colocaban un altar en forma de pirámide el cual era cubierto con papel teñido de diferentes colores, en la primera parte de este, colocaban una imagen de ella y en el segundo nivel; comida, flores, y velas acompañadas con un incensario (copal).

En el tercer nivel, velas y flores en el piso, se hacía un camino de follaje, adornado con flores y velas en las orillas. Ahora el altar es una combinación de la cultura mexicana con la española.

Actualmente los tres niveles del altar representan a las tres divinas personas (Padre, Hijo, y Espíritu Santo). La fotografía o nombre que preside el altar es del difunto venerado, las velas significan los siete pecados capitales y las veladoras son para guiar al difunto a su destino.

La flor de cempasúchil es la tradicional flor de muertos, su color es amarillo, denota la fuerza de la luz del sol. Las frutas significan la libertad que la muerte da. En el último nivel es colocado un aguamanil con agua, un pedazo de jabón y toalla, los cuales servirán para que el difunto se lave las manos antes de comer así como un espejo para que se refleje.

También se ofrecen platillos y objetos personales que fueron los favoritos del difunto, los cuales, se cree que llevará a su viaje, y se coloca una cruz de ceniza en el último nivel. El color morado se usa en señal de duelo; el camino de follaje es para que el alma del difunto pase por ahí, las velas para que le alumbren y el copal para alejar a los malos espíritus. El primero de noviembre es el “día de los angelitos” (Todos los santos), la creencia es que ese día regresan las almas de los niños fallecidos a las casas donde vivieron, y al día siguiente regresan los adultos; el 3 de noviembre los familiares se comen la ofrenda y cantan, quitando el altar.

Para evitar la extinción de las tradiciones hay que transfundirles sangre, pero tal transfusión puede desnaturalizarlas, lo que significa su muerte. ¿Qué hacer? El primer paso es aceptar que no es una catástrofe perder una tradición (costumbre que no se alimenta sola no merece subsistir), el segundo consiste en revalorar nuestra relación con los muertos para librarla de obligaciones incómodas y entender que los ya idos están presentes; finalmente cada uno debe fabricar su pequeño rito.

Esta revitalización íntima romperá ortodoxias chatas pero persistirá. Así evitaremos la muerte del día de muertos. Me iúdice. “En mi opinión, según mi parecer”.

Como evitar la muerte del día de muertos…

Día de Muertos, día de reflexión y meditación. Es cuando se nos frunce el alma al saber que tendremos que morir. Es lo único seguro, es lo inevitable, pero no lo aceptamos y preferimos cambiar el tema. Jugamos a vivir, sabiendo que tendremos que morir.

Vivir es ir muriendo cada día, porque cuando nacemos nuestro reloj biológico comienza su marcha aptosica. El día de muertos es una tradición que nos han heredado los antiguos mexicanos, y es eminentemente mexicana y nuestra. Es extraña y muy característica, la idea de que en el más allá se da licencia a los difuntos para visitar a sus parientes que se han quedado en la tierra.

Dentro de las costumbres aztecas, al fallecer una persona, le doblaban las piernas en actitud de sentado, afirmaban brazos y piernas atándolos firmemente, en un lienzo acabado de tejer ponían el cuerpo al cual le ponían en la boca una bella pieza de jade que era el símbolo de su corazón, y tendría que darlo a los dioses en su camino a Mictlán, la residencia de los muertos; enseguida cosían el lienzo con el cadáver dentro y ataban encima un petate.

En una gran plaza preparaban una pira funeraria y situaban encima el cadáver rodeado de las cosas que poseyera en vida: su escudo, espada, etc. La viuda, la hermana o la madre preparaban tortillas, frijoles y bebidas. Un sacerdote debía comprobar que no le faltara nada y al fin prendían fuego y mientras las llamas ardían, los familiares sentados aguardaban el fin, llorando y entonando tristes canciones. Las cenizas eran puestas en una urna junto con el jade. Los Aztecas creían ser inmortales y la muerte no era más que una forma nueva de vida.

En el mundo azteca del más allá había 13 cielos y 9 infiernos. Cada uno de los que morían iban a dar según la ocupación que hubiera tenido en vida, todos tenían un más allá de acuerdo con lo que hicieron. Los no clasificados o que morían de muerte natural, iban a Mictlán y sus almas erraban por altas montañas, sufriendo frío y calor hasta alcanzar la mansión del señor de la muerte. En el Mictlán había dos dioses de la muerte: el señor Mictlantecuhtli y la señora Mictecacíhuatl.

Cuando las almas llegaban al séptimo infierno, como prenda de buena conducta debía dejar la pieza de jade que los vivos habían puesto en su boca. Al terminar el viaje, quedaban situados en el noveno infierno. En la época precolombina, se conocía el altar de muertos con el nombre de Tzompamtli celebraban este día a la diosa Coatlicue (la madre de los dioses), la diosa que todo lo hace y lo deshace.

Colocaban un altar en forma de pirámide el cual era cubierto con papel teñido de diferentes colores, en la primera parte de este, colocaban una imagen de ella y en el segundo nivel; comida, flores, y velas acompañadas con un incensario (copal).

En el tercer nivel, velas y flores en el piso, se hacía un camino de follaje, adornado con flores y velas en las orillas. Ahora el altar es una combinación de la cultura mexicana con la española.

Actualmente los tres niveles del altar representan a las tres divinas personas (Padre, Hijo, y Espíritu Santo). La fotografía o nombre que preside el altar es del difunto venerado, las velas significan los siete pecados capitales y las veladoras son para guiar al difunto a su destino.

La flor de cempasúchil es la tradicional flor de muertos, su color es amarillo, denota la fuerza de la luz del sol. Las frutas significan la libertad que la muerte da. En el último nivel es colocado un aguamanil con agua, un pedazo de jabón y toalla, los cuales servirán para que el difunto se lave las manos antes de comer así como un espejo para que se refleje.

También se ofrecen platillos y objetos personales que fueron los favoritos del difunto, los cuales, se cree que llevará a su viaje, y se coloca una cruz de ceniza en el último nivel. El color morado se usa en señal de duelo; el camino de follaje es para que el alma del difunto pase por ahí, las velas para que le alumbren y el copal para alejar a los malos espíritus. El primero de noviembre es el “día de los angelitos” (Todos los santos), la creencia es que ese día regresan las almas de los niños fallecidos a las casas donde vivieron, y al día siguiente regresan los adultos; el 3 de noviembre los familiares se comen la ofrenda y cantan, quitando el altar.

Para evitar la extinción de las tradiciones hay que transfundirles sangre, pero tal transfusión puede desnaturalizarlas, lo que significa su muerte. ¿Qué hacer? El primer paso es aceptar que no es una catástrofe perder una tradición (costumbre que no se alimenta sola no merece subsistir), el segundo consiste en revalorar nuestra relación con los muertos para librarla de obligaciones incómodas y entender que los ya idos están presentes; finalmente cada uno debe fabricar su pequeño rito.

Esta revitalización íntima romperá ortodoxias chatas pero persistirá. Así evitaremos la muerte del día de muertos. Me iúdice. “En mi opinión, según mi parecer”.