/ miércoles 22 de enero de 2020

Jóvenes Volver a Pensar

La verdad y su valor

La verdad es la coincidencia entre una afirmación y los hechos, o la realidad a la que dicha afirmación se refiere o la fidelidad a una idea. El término se usa en un sentido técnico en diversos campos como la ciencia, la lógica, las matemáticas y la filosofía.

En latín la palabra usada es veritās, de la cual derivan la palabra española verdad y sus afines en otras lenguas romances, como verità en italiano o verité en francés. En griego el término usado es alétheia, cuyo significado etimológico es: sin velos, desvelada. Para el hebreo clásico el término emuná significa primariamente «confianza», «fidelidad».

El término hebreo eméth (relacionado directamente con emunah, a menudo traducido “verdad”, puede designar aquello que es firme, digno de confianza, estable, fiel, un hecho veraz o establecido. El uso de la palabra verdad abarca asimismo la honestidad, la buena fe y la sinceridad humana en general; también el acuerdo de los conocimientos con las cosas que se afirman como realidades: los hechos o la cosa en particular; y, finalmente, la relación de los hechos o las cosas en su totalidad en la constitución del todo, el Universo.

Desde el rumor estúpido hasta la “fake news”, desde el discurso político hasta prestigiosas informaciones científicas, la mentira pareciera campear hoy a sus anchas, al punto que tal vez actualmente se mienta como nunca antes en la historia humana. Y frente este panorama, varios consideran que seguir defendiendo el valor de la verdad parece ridículo, idealista o casi antediluviano.

Sin embargo, el valor de la verdad es fundamental para cualquier sociedad y época, en atención a nuestra propia limitación como seres humanos. Esto se manifiesta, entre otras cosas, porque cada uno de nosotros es incapaz de saberlo o investigarlo todo; por eso se requiere la complementación mutua no sólo para satisfacer las necesidades más variadas, sino también para alcanzar (no inventar) el conocimiento entre todos.

Dicho de otro modo, el creciente grado de especialización hace que unos y otros profundicen en las más diversas materias, en un proceso exponencial.

Y a tanto ha llegado esto, que incluso cualquier área, por muy particular que sea, hoy resulta inabarcable para cualquiera. La consecuencia evidente es que cada uno sólo puede comprobar por sí mismo unos pocos conocimientos, los de su especialidad y otros de la vida cotidiana. Más en el resto de los saberes (que constituyen la gran, pero gran mayoría), al ser imposible ratificarlos por nuestra cuenta (sea por no tener el tiempo, los conocimientos necesarios o sencillamente, ser materialmente inviable), nos vemos obligados a confiar en lo que otros nos dicen, de manera oral, escrita o por la red.

En realidad, lo que estamos haciendo son verdaderos actos de fe, esto es, dar por cierto algo que no podemos comprobar, en atención a la calidad o prestigio de la fuente de la cual emana.

Esto resulta inevitable, porque en el fondo, cualquier conocimiento ha debido ‘pasar por alguien’, alguna o algunas personas han procesado esa información y la han transmitido, a veces hace mucho tiempo, como ocurre con los libros, al punto que en la mayoría de los casos ya no es posible dirigirse a ellos nuevamente.

Esto significa que por fuerza tenemos que apoyarnos en lo que otros nos dicen. De lo contrario (esto es, si sólo confiáramos en lo que pudiéramos comprobar directamente), nuestros conocimientos serían ínfimos y la vida misma, un imposible. ¿Se imagina alguien qué pasaría si todo lo pusiéramos en duda permanentemente? Hasta los detalles más triviales se convertirían en un problema insoluble.

Por eso es necesario confiar, se insiste, sobre todo en atención al prestigio de la fuente: porque lo dice tal o cual persona, especialista en el tema, o con ciertos estudios que lo hacen competente; aunque, a decir verdad, también hay que creer en esa información que señala que se trata de un especialista o que posee esos estudios que nos dan confianza, porque como se ha dicho, es imposible comprobarlo todo.

Pues bien, lo anterior demuestra que es imprescindible que se diga la verdad: Literalmente es un asunto de vida o muerte, porque lo queramos o no, todos nos apoyamos en información ajena y actuamos de acuerdo a ella.

Por tanto, como todo pasa por alguien, el valor de la verdad es esencial para que tomemos contacto con lo existente, para que no actuemos en el aire y en el fondo, para que no nos estrellemos contra la realidad. Auribus teneo lupum: Sostener un lobo por las orejas.

tomymx@me.com

La verdad y su valor

La verdad es la coincidencia entre una afirmación y los hechos, o la realidad a la que dicha afirmación se refiere o la fidelidad a una idea. El término se usa en un sentido técnico en diversos campos como la ciencia, la lógica, las matemáticas y la filosofía.

En latín la palabra usada es veritās, de la cual derivan la palabra española verdad y sus afines en otras lenguas romances, como verità en italiano o verité en francés. En griego el término usado es alétheia, cuyo significado etimológico es: sin velos, desvelada. Para el hebreo clásico el término emuná significa primariamente «confianza», «fidelidad».

El término hebreo eméth (relacionado directamente con emunah, a menudo traducido “verdad”, puede designar aquello que es firme, digno de confianza, estable, fiel, un hecho veraz o establecido. El uso de la palabra verdad abarca asimismo la honestidad, la buena fe y la sinceridad humana en general; también el acuerdo de los conocimientos con las cosas que se afirman como realidades: los hechos o la cosa en particular; y, finalmente, la relación de los hechos o las cosas en su totalidad en la constitución del todo, el Universo.

Desde el rumor estúpido hasta la “fake news”, desde el discurso político hasta prestigiosas informaciones científicas, la mentira pareciera campear hoy a sus anchas, al punto que tal vez actualmente se mienta como nunca antes en la historia humana. Y frente este panorama, varios consideran que seguir defendiendo el valor de la verdad parece ridículo, idealista o casi antediluviano.

Sin embargo, el valor de la verdad es fundamental para cualquier sociedad y época, en atención a nuestra propia limitación como seres humanos. Esto se manifiesta, entre otras cosas, porque cada uno de nosotros es incapaz de saberlo o investigarlo todo; por eso se requiere la complementación mutua no sólo para satisfacer las necesidades más variadas, sino también para alcanzar (no inventar) el conocimiento entre todos.

Dicho de otro modo, el creciente grado de especialización hace que unos y otros profundicen en las más diversas materias, en un proceso exponencial.

Y a tanto ha llegado esto, que incluso cualquier área, por muy particular que sea, hoy resulta inabarcable para cualquiera. La consecuencia evidente es que cada uno sólo puede comprobar por sí mismo unos pocos conocimientos, los de su especialidad y otros de la vida cotidiana. Más en el resto de los saberes (que constituyen la gran, pero gran mayoría), al ser imposible ratificarlos por nuestra cuenta (sea por no tener el tiempo, los conocimientos necesarios o sencillamente, ser materialmente inviable), nos vemos obligados a confiar en lo que otros nos dicen, de manera oral, escrita o por la red.

En realidad, lo que estamos haciendo son verdaderos actos de fe, esto es, dar por cierto algo que no podemos comprobar, en atención a la calidad o prestigio de la fuente de la cual emana.

Esto resulta inevitable, porque en el fondo, cualquier conocimiento ha debido ‘pasar por alguien’, alguna o algunas personas han procesado esa información y la han transmitido, a veces hace mucho tiempo, como ocurre con los libros, al punto que en la mayoría de los casos ya no es posible dirigirse a ellos nuevamente.

Esto significa que por fuerza tenemos que apoyarnos en lo que otros nos dicen. De lo contrario (esto es, si sólo confiáramos en lo que pudiéramos comprobar directamente), nuestros conocimientos serían ínfimos y la vida misma, un imposible. ¿Se imagina alguien qué pasaría si todo lo pusiéramos en duda permanentemente? Hasta los detalles más triviales se convertirían en un problema insoluble.

Por eso es necesario confiar, se insiste, sobre todo en atención al prestigio de la fuente: porque lo dice tal o cual persona, especialista en el tema, o con ciertos estudios que lo hacen competente; aunque, a decir verdad, también hay que creer en esa información que señala que se trata de un especialista o que posee esos estudios que nos dan confianza, porque como se ha dicho, es imposible comprobarlo todo.

Pues bien, lo anterior demuestra que es imprescindible que se diga la verdad: Literalmente es un asunto de vida o muerte, porque lo queramos o no, todos nos apoyamos en información ajena y actuamos de acuerdo a ella.

Por tanto, como todo pasa por alguien, el valor de la verdad es esencial para que tomemos contacto con lo existente, para que no actuemos en el aire y en el fondo, para que no nos estrellemos contra la realidad. Auribus teneo lupum: Sostener un lobo por las orejas.

tomymx@me.com