/ viernes 14 de febrero de 2020

Jóvenes volver a pensar

Fanáticos y relativistas

Comencemos, pues, por definir al fanático, tanto para cuando nos llamen, así como cuando estemos a punto de llamarlo a otros. Como es sabido, «fanático» viene de «fan», de donde proviene también «fanal». Fanático es quien se siente «iluminado» por la verdad y a la vez «profeta» con derecho a imponer la verdad a todo el mundo y a cualquier precio, por cualquier medio.

Es claro que la característica del fanático no es precisamente el amor a la verdad (para lo cual se necesita no ser fanático) sino la carencia de la virtud moral de la tolerancia. En consecuencia, no se arredra ante el uso de la violencia física o moral. Para el fanático, ser tolerante es hacer traición a la verdad. Pensando de esta manera, el fanático ignora que la Tolerancia no supone aceptar por verdadero lo falso. El fanático, con razón, considera que la falsedad es un mal, pero de esta verdad saca una falsa consecuencia: Que tolerar equivale aprobar o aplaudir.

El fanático acierta al mantener incólume la distinción entre la verdad y la falsedad. Acierta también en reconocer que la verdad tiene un valor absoluto (no es preciso ser fanático para reconocerlo) y que lo falso en tanto que falso es objetiva y absolutamente inválido. Se equivoca al menos en la pretensión de comunicar la verdad o lo que él tiene por tal, mediante la violencia física o moral.

Por su parte, el relativista, de entrada, tiene la apariencia de la mayor humildad: yo no soy capaz de conocer verdades absolutas. Sostiene (frente al escepticismo radical) que el hombre puede conocer la verdad, pero a la vez afirma que ninguna verdad posee valor absoluto. Una verdad sólo podrá serlo dentro de un espacio o lugar y tiempo o época, o cultura, determinados.

En otras palabras, ninguna verdad es válida universalmente, sino en función de la peculiar constitución (bien específica, bien individual) del sujeto que se las representa. Parece que no cabe mayor humildad en el aprecio de la propia capacidad de conocer, por lo que, el relativista, parece hallarse en óptimas condiciones para vivir la virtud moral de la tolerancia.

De hecho, la apología que actualmente se hace de la tolerancia es, en numerosas ocasiones, una profesión de fe relativista. Hay renombrados políticos, juristas, y hasta algún que otro moralista adepto del progresismo, que se empeñan en repetir que si no se es relativista no cabe ser tolerante. Ahora bien, quienes piensan de esta manera no resultan en el fondo tan humildes como en la superficie lo parecen. Se atribuyen el monopolio de la virtud moral de la tolerancia, negándola en absoluto —no de una manera relativa— a quienes discrepan de ellos.

No tienen la humildad de tolerar que puedan considerarse tolerantes quienes no aprueban el relativismo. Y en realidad tampoco son relativistas. No pueden serlo porque su afirmación de la tesis relativista es absoluta, no relativa a su vez. Con otros términos, el relativista implícitamente afirma lo que explícitamente niega: la existencia de verdades universalmente Válidas.

Concluimos que el único relativismo humanamente posible es el relativismo inconsecuente, es decir, el que se expresa de una manera absoluta, o el que relativismo irreflexivo (que advierte que se contradice al expresarse, pero no le importa. El relativista ha de reconocer que, desde su punto de vista, no existe fundamento objetivo para entender y sostener la virtud de la Tolerancia como preferible al fanatismo.

¿Por qué hemos de preferir la tolerancia al fanatismo? El relativista carece de respuesta satisfactoria, porque la respuesta habría de ser: «depende...». La tolerancia, ¿cuenta o no cuenta con un fundamento razonable, o sea, con una razón objetiva? Si la respuesta es rotundamente Sí, se ha descalificado el relativismo; si la respuesta es no, entonces el relativismo carece de fundamento racional para afirmar él Valor de la tolerancia.

Sólo le queda el recurso de decir algo así: «es que obviamente es preferible». Pero teniendo en cuenta que El fanático no lo ve nada claro, la postura relativista se muestra arbitraria, voluntarista y dogmática. En resumidas cuentas, es en sí mismo contradictorio. Lo cual explica que haya tan pocos relativistas consecuentes. En rigor, es que es imposible ser consecuente con el relativismo, como no se puede ser consecuente sobre la base de que dos más dos sean a la vez tres y medio, cuatro y cinco...

Toda semejanza de esta reflexión con el Sr. López, es real. Y ¡viva México!. Qui totum vult totum perdit: Quien todo lo quiere, todo lo pierde.

tomymx@me.com

Fanáticos y relativistas

Comencemos, pues, por definir al fanático, tanto para cuando nos llamen, así como cuando estemos a punto de llamarlo a otros. Como es sabido, «fanático» viene de «fan», de donde proviene también «fanal». Fanático es quien se siente «iluminado» por la verdad y a la vez «profeta» con derecho a imponer la verdad a todo el mundo y a cualquier precio, por cualquier medio.

Es claro que la característica del fanático no es precisamente el amor a la verdad (para lo cual se necesita no ser fanático) sino la carencia de la virtud moral de la tolerancia. En consecuencia, no se arredra ante el uso de la violencia física o moral. Para el fanático, ser tolerante es hacer traición a la verdad. Pensando de esta manera, el fanático ignora que la Tolerancia no supone aceptar por verdadero lo falso. El fanático, con razón, considera que la falsedad es un mal, pero de esta verdad saca una falsa consecuencia: Que tolerar equivale aprobar o aplaudir.

El fanático acierta al mantener incólume la distinción entre la verdad y la falsedad. Acierta también en reconocer que la verdad tiene un valor absoluto (no es preciso ser fanático para reconocerlo) y que lo falso en tanto que falso es objetiva y absolutamente inválido. Se equivoca al menos en la pretensión de comunicar la verdad o lo que él tiene por tal, mediante la violencia física o moral.

Por su parte, el relativista, de entrada, tiene la apariencia de la mayor humildad: yo no soy capaz de conocer verdades absolutas. Sostiene (frente al escepticismo radical) que el hombre puede conocer la verdad, pero a la vez afirma que ninguna verdad posee valor absoluto. Una verdad sólo podrá serlo dentro de un espacio o lugar y tiempo o época, o cultura, determinados.

En otras palabras, ninguna verdad es válida universalmente, sino en función de la peculiar constitución (bien específica, bien individual) del sujeto que se las representa. Parece que no cabe mayor humildad en el aprecio de la propia capacidad de conocer, por lo que, el relativista, parece hallarse en óptimas condiciones para vivir la virtud moral de la tolerancia.

De hecho, la apología que actualmente se hace de la tolerancia es, en numerosas ocasiones, una profesión de fe relativista. Hay renombrados políticos, juristas, y hasta algún que otro moralista adepto del progresismo, que se empeñan en repetir que si no se es relativista no cabe ser tolerante. Ahora bien, quienes piensan de esta manera no resultan en el fondo tan humildes como en la superficie lo parecen. Se atribuyen el monopolio de la virtud moral de la tolerancia, negándola en absoluto —no de una manera relativa— a quienes discrepan de ellos.

No tienen la humildad de tolerar que puedan considerarse tolerantes quienes no aprueban el relativismo. Y en realidad tampoco son relativistas. No pueden serlo porque su afirmación de la tesis relativista es absoluta, no relativa a su vez. Con otros términos, el relativista implícitamente afirma lo que explícitamente niega: la existencia de verdades universalmente Válidas.

Concluimos que el único relativismo humanamente posible es el relativismo inconsecuente, es decir, el que se expresa de una manera absoluta, o el que relativismo irreflexivo (que advierte que se contradice al expresarse, pero no le importa. El relativista ha de reconocer que, desde su punto de vista, no existe fundamento objetivo para entender y sostener la virtud de la Tolerancia como preferible al fanatismo.

¿Por qué hemos de preferir la tolerancia al fanatismo? El relativista carece de respuesta satisfactoria, porque la respuesta habría de ser: «depende...». La tolerancia, ¿cuenta o no cuenta con un fundamento razonable, o sea, con una razón objetiva? Si la respuesta es rotundamente Sí, se ha descalificado el relativismo; si la respuesta es no, entonces el relativismo carece de fundamento racional para afirmar él Valor de la tolerancia.

Sólo le queda el recurso de decir algo así: «es que obviamente es preferible». Pero teniendo en cuenta que El fanático no lo ve nada claro, la postura relativista se muestra arbitraria, voluntarista y dogmática. En resumidas cuentas, es en sí mismo contradictorio. Lo cual explica que haya tan pocos relativistas consecuentes. En rigor, es que es imposible ser consecuente con el relativismo, como no se puede ser consecuente sobre la base de que dos más dos sean a la vez tres y medio, cuatro y cinco...

Toda semejanza de esta reflexión con el Sr. López, es real. Y ¡viva México!. Qui totum vult totum perdit: Quien todo lo quiere, todo lo pierde.

tomymx@me.com