/ viernes 20 de marzo de 2020

Jóvenes volver a pensar

Crónica de una pandemia anunciada

Sí, ese fantasma asesino, que, durante siglos, ha golpeado duramente a la humanidad, sin respetar edad, sexo o posición social. Su impacto devastador y el aislamiento de las ciudades contaminadas han trastornado la vida económica, social y religiosa de los lugares atacados.

Recordemos que la medicina fue impotente frente a la “muerte negra” hasta finales del siglo XIX cuando los progresos en microbiología y epidemiología permitieron cuestionar con herramientas positivas el halo misterioso, mágico y religioso de este flagelo y comprender que las ratas y pulgas actuaban en la propagación y transmisión del germen productor de la peste bubónica, la Yersinia pestis, bacilo descubierto por el médico francés Yersin.

Inclusive hasta 1894, los médicos europeos creían que las medidas de higiene urbana y la sanidad de los puertos eran eficaces contra la peste y evitarían revivir los dramas de la Edad Media y de la epidemia de Marsella (1720). Pero, entre el siglo XVIII y la tercera pandemia, la peste permaneció endémica en lugares como Egipto, el Imperio Otomano y el Oriente próximo y medio. A fines del siglo XIX, el comercio internacional y la navegación a vapor facilitaron la difusión universal de la peste que apareció en Yunan, China, en 1891 y siguió el curso siguiente: Hong Kong, 1894; Bombay, 1896; Suez, 1897; Madagascar, 1898; Portugal y el continente americano, 1898; Australia, 1900 (Politzer, 1954).

Hace algunos años, un biólogo, Jacques Ruffié, y un epidemiólogo, Jean-Charles Sournia consideraban como poco probable la aparición de una epidemia brutal y generalizada de peste, pues según ellos, las sociedades del siglo XX cuentan con armas para enfrentarla.

La humanidad actual es más resistente al bacilo, lucha contra ratas y pulgas con medios eficaces y dispone de medicamentos antibióticos. Más tarde, otros investigadores comenzaron a considerar la peste como una amenaza actual.

Aunque conocemos el germen responsable, su huésped, su modo de transmisión, y a pesar de que poseemos los antibióticos para tratar la enfermedad. Ahora transcribo este párrafo de un vetusto libro “Los expertos coinciden en que la peste negra entró a Europa desde la actual Italia”. Desde allí se propagó muy rápido por aquellas zonas cercanas al mar mediterráneo, debido al contacto comercial. Luego avanzó, feroz y mortal, hacia el centro del continente.

En realidad hubo varias vías de contagio, efectivamente por el comercio entre Europa y Oriente era muy fluido, sobre todo a raíz de las Cruzadas, y habitualmente a través de Constantinopla. A pesar del relato del enfrentamiento entre mongoles y genoveses, esa no puede haber sido la única forma de contagio. En Italia la peste fue propagándose de sur a norte.

Y los primeros casos en cada país suelen ser en los centros portuarios, como Messina en Italia o Marsella en el caso de Francia, cuando la peste llegó a la ciudad de Florencia, en 1348, rápidamente se propagó. Algunos se encerraron en sus casas, otros paseaban por la ciudad con flores aromáticas para inhalar debido al fuerte olor a podredumbre. La cantidad de muertos fue tal, que como cuenta el escritor florentino Giovanni Boccaccio en su libro El Decamerón, las iglesias no contaban con espacio suficiente para recibir los cuerpos, por lo que hubo que excavar grandes fosas comunes.

Y eso que eran los más afortunados de la sociedad. En los barrios populares, a los muertos simplemente los arrojaban a la calle. Entre la manifestación de los primeros síntomas, y la muerte, no pasaban más de tres días, según Boccaccio, testigo de primera mano de la emergencia. En su relato describe las grandes manchas negras que aparecían en los muslos, brazos y zonas de los ganglios. Era la señal de que el virus había invadido el sistema linfático”. Inclusive estas pandemias fueron catalogadas como: La ira de Dios. Si una emoción era compartida entre la gente de la Europa medieval, era el temor.

“Las matanzas de las invasiones bárbaras, la gran peste del siglo VI, que se repiten de vez en cuando mantienen la angustiosa espera: mezcla de temor y de esperanza, pero principalmente y cada vez más, miedo, pánico, terror colectivo. El Occidente medieval, en esa espera de la salvación, es el mundo del miedo ineludible”, Por ello es que la idea de un inminente fin del mundo y la llegada de un anticristo eran comunes en la época. Ello permitió el surgimiento de varias corrientes de pensamiento como el milenarismo, que aspiraba a la realización de la dicha eterna, en la tierra.

También surgieron movimientos como lo cátaros, quienes propugnaban la idea de la salvación a partir de la vida ascética lejos del mundo material, y cuestionaban a la Iglesia Católica. Volviendo al año 2020 nuestra “peste” tiene un nombre: coronavirus o Covid-19. Y, sí, es sumamente seria, peligrosa y real esta pandemia, ten conciencia cívica, ¡no te conviertas en estadística!... In umbra, igitur, pugnabimus: Y ahora, lucharemos en las sombras.

Crónica de una pandemia anunciada

Sí, ese fantasma asesino, que, durante siglos, ha golpeado duramente a la humanidad, sin respetar edad, sexo o posición social. Su impacto devastador y el aislamiento de las ciudades contaminadas han trastornado la vida económica, social y religiosa de los lugares atacados.

Recordemos que la medicina fue impotente frente a la “muerte negra” hasta finales del siglo XIX cuando los progresos en microbiología y epidemiología permitieron cuestionar con herramientas positivas el halo misterioso, mágico y religioso de este flagelo y comprender que las ratas y pulgas actuaban en la propagación y transmisión del germen productor de la peste bubónica, la Yersinia pestis, bacilo descubierto por el médico francés Yersin.

Inclusive hasta 1894, los médicos europeos creían que las medidas de higiene urbana y la sanidad de los puertos eran eficaces contra la peste y evitarían revivir los dramas de la Edad Media y de la epidemia de Marsella (1720). Pero, entre el siglo XVIII y la tercera pandemia, la peste permaneció endémica en lugares como Egipto, el Imperio Otomano y el Oriente próximo y medio. A fines del siglo XIX, el comercio internacional y la navegación a vapor facilitaron la difusión universal de la peste que apareció en Yunan, China, en 1891 y siguió el curso siguiente: Hong Kong, 1894; Bombay, 1896; Suez, 1897; Madagascar, 1898; Portugal y el continente americano, 1898; Australia, 1900 (Politzer, 1954).

Hace algunos años, un biólogo, Jacques Ruffié, y un epidemiólogo, Jean-Charles Sournia consideraban como poco probable la aparición de una epidemia brutal y generalizada de peste, pues según ellos, las sociedades del siglo XX cuentan con armas para enfrentarla.

La humanidad actual es más resistente al bacilo, lucha contra ratas y pulgas con medios eficaces y dispone de medicamentos antibióticos. Más tarde, otros investigadores comenzaron a considerar la peste como una amenaza actual.

Aunque conocemos el germen responsable, su huésped, su modo de transmisión, y a pesar de que poseemos los antibióticos para tratar la enfermedad. Ahora transcribo este párrafo de un vetusto libro “Los expertos coinciden en que la peste negra entró a Europa desde la actual Italia”. Desde allí se propagó muy rápido por aquellas zonas cercanas al mar mediterráneo, debido al contacto comercial. Luego avanzó, feroz y mortal, hacia el centro del continente.

En realidad hubo varias vías de contagio, efectivamente por el comercio entre Europa y Oriente era muy fluido, sobre todo a raíz de las Cruzadas, y habitualmente a través de Constantinopla. A pesar del relato del enfrentamiento entre mongoles y genoveses, esa no puede haber sido la única forma de contagio. En Italia la peste fue propagándose de sur a norte.

Y los primeros casos en cada país suelen ser en los centros portuarios, como Messina en Italia o Marsella en el caso de Francia, cuando la peste llegó a la ciudad de Florencia, en 1348, rápidamente se propagó. Algunos se encerraron en sus casas, otros paseaban por la ciudad con flores aromáticas para inhalar debido al fuerte olor a podredumbre. La cantidad de muertos fue tal, que como cuenta el escritor florentino Giovanni Boccaccio en su libro El Decamerón, las iglesias no contaban con espacio suficiente para recibir los cuerpos, por lo que hubo que excavar grandes fosas comunes.

Y eso que eran los más afortunados de la sociedad. En los barrios populares, a los muertos simplemente los arrojaban a la calle. Entre la manifestación de los primeros síntomas, y la muerte, no pasaban más de tres días, según Boccaccio, testigo de primera mano de la emergencia. En su relato describe las grandes manchas negras que aparecían en los muslos, brazos y zonas de los ganglios. Era la señal de que el virus había invadido el sistema linfático”. Inclusive estas pandemias fueron catalogadas como: La ira de Dios. Si una emoción era compartida entre la gente de la Europa medieval, era el temor.

“Las matanzas de las invasiones bárbaras, la gran peste del siglo VI, que se repiten de vez en cuando mantienen la angustiosa espera: mezcla de temor y de esperanza, pero principalmente y cada vez más, miedo, pánico, terror colectivo. El Occidente medieval, en esa espera de la salvación, es el mundo del miedo ineludible”, Por ello es que la idea de un inminente fin del mundo y la llegada de un anticristo eran comunes en la época. Ello permitió el surgimiento de varias corrientes de pensamiento como el milenarismo, que aspiraba a la realización de la dicha eterna, en la tierra.

También surgieron movimientos como lo cátaros, quienes propugnaban la idea de la salvación a partir de la vida ascética lejos del mundo material, y cuestionaban a la Iglesia Católica. Volviendo al año 2020 nuestra “peste” tiene un nombre: coronavirus o Covid-19. Y, sí, es sumamente seria, peligrosa y real esta pandemia, ten conciencia cívica, ¡no te conviertas en estadística!... In umbra, igitur, pugnabimus: Y ahora, lucharemos en las sombras.