/ domingo 26 de julio de 2020

Jóvenes volver a pensar

Una sociedad sin ideales (historias del Covid-19)

Sólo los que no han superado sus complejos viven la moral como una imposición. “En la sociedad actual post-Covid-19 se ve reflejada la degradación de los ideales de las personas”.

Sólo nos buscamos a nosotros mismos y nos hemos metido en un callejón sin salida. Vivimos en una sociedad temerosa, deprimida “pro-suicida” y adicta, sin horizontes. Estas son las ideas que centran el libro del psiquiatra: “No a la sociedad depresiva”. Nos habla de que vivimos en el imperio de lo efímero, en una sociedad que sólo mira al presente, incapaz de arriesgarse a construir el porvenir. Sin ideales, una sociedad no tiene futuro.

Existe, por ejemplo, un complejo a reconocer nuestras raíces cristianas. Sentimos vergüenza de nuestros orígenes. Los filósofos del siglo XVIII, ilustrados y racionalistas jamás pensaron en renegar de sus raíces cristianas. Ha sido el relativismo que nos aísla el que nos ha conducido a esta situación. Al creer que nos bastamos por nosotros mismos, hemos fabricado nuestras propias, leyes y valores, como si no existieran unos valores universales.

Hemos creído los hombres de este inicio del siglo XXI que podríamos vivir sin apelar a una dimensión moral. La moral es el arte de elegir actitudes o comportamientos a la luz de unas referencias, que no dependen de nosotros mismos. El hecho de confrontar nuestra vida con unas reglas morales favorece el desarrollo de nuestra interioridad y la capacidad de elegir entre las mejores opciones.

Sólo los que no han superado sus complejos viven la moral como una imposición, como un límite. El siglo XXI y su maldita pandemia, nos han librado de muchas imposiciones, pero nos ha dejado colgados de un péndulo, en un mundo sin referencias. Para ver la salida tendremos que reconocer que el drama de nuestro tiempo no ha empezado ayer, se remonta al siglo XVIII. La crisis actual es ante todo y sobre todo moral.

Desde el punto de vista antropológico, está demostrado que la dimensión religiosa informa parte de la estructura del hombre. La muerte de Dios se quiso conformar en los años 60. La cultura Occidental se ha acostumbrado a vivir como si Dios no existiera. Se observa un resurgir del esoterismo y la brujería, y una proliferación de las sectas. Videntes, cartas astrales, curanderos, visionarios, echadores de cartas tejen sus redes irracionalistas sobre unos hombres y mujeres que no quieren creer en Dios, pero si en el brujo (a) más famoso.

Esto es lo malo: Los adolescentes que no han recibido una educación religiosa están dispuestos a creer lo que sea: Es como una vuelta al paganismo. Por eso, la formación religiosa de los niños es indispensable para desarrollar las creencias y acceder al patrimonio cultural y espiritual.

Sólo así se embute de fortalezas al joven, para que en su vida actual tenga una cimentación moral rígida y fuerte en su personalidad, y tenga la mística del trabajo, concepto de familia, de patria, de civismo y sólo así quitaremos esa sociedad sin ideales amenazada con la sombra del contagio de este virus, y podamos sobrevivir con alegría… Ab imo pectore: Con todo mi corazón.

Una sociedad sin ideales (historias del Covid-19)

Sólo los que no han superado sus complejos viven la moral como una imposición. “En la sociedad actual post-Covid-19 se ve reflejada la degradación de los ideales de las personas”.

Sólo nos buscamos a nosotros mismos y nos hemos metido en un callejón sin salida. Vivimos en una sociedad temerosa, deprimida “pro-suicida” y adicta, sin horizontes. Estas son las ideas que centran el libro del psiquiatra: “No a la sociedad depresiva”. Nos habla de que vivimos en el imperio de lo efímero, en una sociedad que sólo mira al presente, incapaz de arriesgarse a construir el porvenir. Sin ideales, una sociedad no tiene futuro.

Existe, por ejemplo, un complejo a reconocer nuestras raíces cristianas. Sentimos vergüenza de nuestros orígenes. Los filósofos del siglo XVIII, ilustrados y racionalistas jamás pensaron en renegar de sus raíces cristianas. Ha sido el relativismo que nos aísla el que nos ha conducido a esta situación. Al creer que nos bastamos por nosotros mismos, hemos fabricado nuestras propias, leyes y valores, como si no existieran unos valores universales.

Hemos creído los hombres de este inicio del siglo XXI que podríamos vivir sin apelar a una dimensión moral. La moral es el arte de elegir actitudes o comportamientos a la luz de unas referencias, que no dependen de nosotros mismos. El hecho de confrontar nuestra vida con unas reglas morales favorece el desarrollo de nuestra interioridad y la capacidad de elegir entre las mejores opciones.

Sólo los que no han superado sus complejos viven la moral como una imposición, como un límite. El siglo XXI y su maldita pandemia, nos han librado de muchas imposiciones, pero nos ha dejado colgados de un péndulo, en un mundo sin referencias. Para ver la salida tendremos que reconocer que el drama de nuestro tiempo no ha empezado ayer, se remonta al siglo XVIII. La crisis actual es ante todo y sobre todo moral.

Desde el punto de vista antropológico, está demostrado que la dimensión religiosa informa parte de la estructura del hombre. La muerte de Dios se quiso conformar en los años 60. La cultura Occidental se ha acostumbrado a vivir como si Dios no existiera. Se observa un resurgir del esoterismo y la brujería, y una proliferación de las sectas. Videntes, cartas astrales, curanderos, visionarios, echadores de cartas tejen sus redes irracionalistas sobre unos hombres y mujeres que no quieren creer en Dios, pero si en el brujo (a) más famoso.

Esto es lo malo: Los adolescentes que no han recibido una educación religiosa están dispuestos a creer lo que sea: Es como una vuelta al paganismo. Por eso, la formación religiosa de los niños es indispensable para desarrollar las creencias y acceder al patrimonio cultural y espiritual.

Sólo así se embute de fortalezas al joven, para que en su vida actual tenga una cimentación moral rígida y fuerte en su personalidad, y tenga la mística del trabajo, concepto de familia, de patria, de civismo y sólo así quitaremos esa sociedad sin ideales amenazada con la sombra del contagio de este virus, y podamos sobrevivir con alegría… Ab imo pectore: Con todo mi corazón.