/ lunes 5 de abril de 2021

Jóvenes volver a pensar

Aquellas cuaresmas santiagueras

Mi Licha: Le aviso que están repicando la campana del reloj del templo con su tono inolvidable, marcó la hora, el atrio está lleno, y se inicia, el peregrinaje del via crucis, de Jesús, el mártir del Gólgota.

Al final de la procesión acompañándola el carro de sonido donde el párroco orando en cada estación y el tenor santiaguero con su voz armoniosa “Sentenciado a muerte va el inocente Jesús, con el peso de la Cruz, no puede ya...” y una vez ya en la calle Hidalgo pasando el mercado municipal, otra de sus caídas, seguía un largo silencio ya que la caracterización de esos personajes inspirados en su deseo, contagiaba la fe, entre los asistentes, luego en el Jardín Juárez enfrente de la escuela del Cuartel.

Era la VI caída, se encontraban las mujeres que personificaban a la Virgen María, en su camino de dolor de madre, se encontraba la Verónica, quien viendo como estaba el rostro de Jesús, rompe la rustica escolta romana y acercándose a Jesús, limpia su cara tumefacta por los golpes.

El paño, blanco, es la gracia que recibimos en el sacramento de la penitencia, con que limpia Jesús nuestra alma, sucia por el pecado. Escena de dolor que rompía en un llanto colectivo de las asistentes. Finalmente una vez reunidos hombres, mujeres y penitentes, se encaminaban a la Santa Cruz, allá por la secundaria del pueblo, emulando al Gólgota, donde terminaba con la crucifixión. Y poco a poco los habitantes reunidos con caras desquebrajadas abandonaban la reunión.

Reinaba un sepulcral silencio, las familias se retiraban a sus hogares para deleitar la gastronomía local de cuaresma, quien puede olvidar: las torrejas, los chuales, los maizcrudos, tortitas de camarón, los nopalitos, la capirotada, las portolas, los chiles rellenos, los tornachiles, las torrejas, el típico pinole y los jamoncillos de leche, entre otros, hasta que a la seis de la tarde, en que las personas del pueblo sacaban sus sillas al exterior de la casa para seguir la castiza costumbre, cuando finalmente por la calle Madero pasaba el Cristo en la cruz cargado por los “morados” rumbo al templo en un ambiente místico, en silencio y con devoción presente, y así concluía los Viernes de Dolores. Siendo parte de nuestras raíces culturales, religiosas que ostenta uno de símbolos de unidad de nosotros, los santiagueros.

Aquellas cuaresmas santiagueras

Mi Licha: Le aviso que están repicando la campana del reloj del templo con su tono inolvidable, marcó la hora, el atrio está lleno, y se inicia, el peregrinaje del via crucis, de Jesús, el mártir del Gólgota.

Al final de la procesión acompañándola el carro de sonido donde el párroco orando en cada estación y el tenor santiaguero con su voz armoniosa “Sentenciado a muerte va el inocente Jesús, con el peso de la Cruz, no puede ya...” y una vez ya en la calle Hidalgo pasando el mercado municipal, otra de sus caídas, seguía un largo silencio ya que la caracterización de esos personajes inspirados en su deseo, contagiaba la fe, entre los asistentes, luego en el Jardín Juárez enfrente de la escuela del Cuartel.

Era la VI caída, se encontraban las mujeres que personificaban a la Virgen María, en su camino de dolor de madre, se encontraba la Verónica, quien viendo como estaba el rostro de Jesús, rompe la rustica escolta romana y acercándose a Jesús, limpia su cara tumefacta por los golpes.

El paño, blanco, es la gracia que recibimos en el sacramento de la penitencia, con que limpia Jesús nuestra alma, sucia por el pecado. Escena de dolor que rompía en un llanto colectivo de las asistentes. Finalmente una vez reunidos hombres, mujeres y penitentes, se encaminaban a la Santa Cruz, allá por la secundaria del pueblo, emulando al Gólgota, donde terminaba con la crucifixión. Y poco a poco los habitantes reunidos con caras desquebrajadas abandonaban la reunión.

Reinaba un sepulcral silencio, las familias se retiraban a sus hogares para deleitar la gastronomía local de cuaresma, quien puede olvidar: las torrejas, los chuales, los maizcrudos, tortitas de camarón, los nopalitos, la capirotada, las portolas, los chiles rellenos, los tornachiles, las torrejas, el típico pinole y los jamoncillos de leche, entre otros, hasta que a la seis de la tarde, en que las personas del pueblo sacaban sus sillas al exterior de la casa para seguir la castiza costumbre, cuando finalmente por la calle Madero pasaba el Cristo en la cruz cargado por los “morados” rumbo al templo en un ambiente místico, en silencio y con devoción presente, y así concluía los Viernes de Dolores. Siendo parte de nuestras raíces culturales, religiosas que ostenta uno de símbolos de unidad de nosotros, los santiagueros.