/ jueves 11 de abril de 2019

Julian Assange y la erosión de la libertad de expresión

“El hombre es libre en el momento en que desea serlo”.- Voltaire

En días recientes, Ecuador anunció el retiro del asilo diplomático del cual gozaba Julian Assange -fundador de Wikileaks- desde hacía casi siete años, lo cual se traducía en que viviera en la Embajada de ese país en Londres.

Este hecho derivó en su inmediata detención por parte del Reino Unido, luego de recibir una orden de extradición de Estados Unidos. El destino entonces de este programador, periodista y activista australiano -también naturalizado ecuatoriano, aunque esto ya está suspendido- se encuentra en jaque, lo cual no es sino una paradoja, luego de que él puso en jaque a los sistemas de seguridad informática y cibernética de algunas de las principales potencias globales al recibir y revelar filtraciones sobre asuntos de falta de ética y probidad gubernamental que, por esa misma razón, se consideran de interés público.

Sin temor a equivocarnos, esta serie de acontecimientos supone una afrenta a las libertades públicas globales. El tema de Assange se antoja más como la vendetta de una coalición internacional liderada y coordinada en clave de imperialismo yanqui que vieron afectados seriamente sus intereses por algunos de los documentos de Wikileaks, y no tanto como un proceso justo con pleno apego a las formalidades esenciales del procedimiento del australiano.

El revanchismo y las venganzas tanto institucionales como personales son las que parecen salir avantes en todo este entuerto, cuyo impasse entre 2012 y 2019 no hizo sino atemperar el asunto de fondo que es el contraste de las ideas.

Si nos desprendemos por un momento de etiquetas ideológicas, condiciones geopolíticas y apasionamientos de todo tipo, entre los cuales estaría la colocación de Assange como héroe o villano en la palestra planetaria, Wikileaks debe considerarse como una reivindicación de la libertad de expresión en el nuevo siglo.

Tanto la libertad de expresión como la libertad de prensa se asumen como dos importantes derechos fundamentales cuyo ejercicio debe ser acompañado con el protagonismo de la sociedad civil, lo cual ocurrió precisamente con el actuar de Wikileaks, organización a la que por otro lado se le pretendió satanizar al punto del paroxismo, sin caer en la cuenta de su trascendencia para la deliberación democrática en tiempos sombríos donde prevalece la opacidad gubernamental por encima de la transparencia, pilar fundamental del moderno estado constitucional de Derecho.

Hacker, pirata informático o luchador social en pro de la libertad de expresión y de prensa, Assange es del tipo de personajes que no admiten medias tintas, al punto de que se le ama o se le odia.

Lo poco ortodoxo de sus métodos tomó por asalto la esfera pública trasnacional, pues a través de la información secreta y clasificada dada a conocer por Wikileaks se supo de algunas de las acciones públicas más cuestionables de la historia reciente, tales como el manual de la Armada de Estados Unidos para los soldados en Guantánamo, las violaciones de los derechos humanos de los prisioneros en este centro de reclusión, las matanzas de civiles iraquíes, los abusos en la guerra de Iraq, el espionaje de expresidentes franceses como Chirac, Sarkozy y Hollande, sobornos en el seno de los demócratas en 2016, por mencionar sólo algunos.

Lenin Moreno, presidente de la nación ecuatoriana, dijo que Assange tuvo una conducta irrespetuosa y agresiva, pues instaló equipos de distorsión no permitidos, bloqueó cámaras de seguridad, maltrató a guardias diplomáticos y accedió sin permiso a archivos de seguridad.

Lo que resulta extraño es el arresto de Assange casi a petición de Washington, a pesar de que existió un “compromiso” de no entregarlo a la justicia norteamericana, donde le espera la cadena perpetua o, incluso, la pena capital. ¿Se actuó por consigna o con una total convicción democrática? ¿Hubo un pleno respeto al Derecho Internacional o prevalecieron las malas prácticas consuetudinarias a partir de las cuales los refugiados se convierten en personas indeseables de forma arbitraria? ¿No existieron presiones de ningún tipo en el cambio de actitud de Ecuador?

La reflexión permanente en torno a la libertad de expresión es una de las conquistas permanentes de Wikileaks y del affaire Assange. El imperialismo renovado sigue haciendo de las suyas cuando se ve amenazada la urdimbre de poder construida históricamente, en detrimento de una ciudadanía global y activa que ve en el periodismo de investigación una herramienta del todo necesaria para ser un contrapeso a los poderes salvajes de todo tipo edificados sobre el pilar de la incertidumbre cívica.

No olvidemos que las sociedades protofascistas cercenan de tajo, siempre que pueden, las libertades de sus ciudadanos. Assange tiene, desafortunadamente, un porvenir nublado y desalentador, pero algo se habrá ganado en todo este panorama. La privación de su libertad es, simultáneamente, una negación de las libertades en general. Su sacrificio, al final del día, debe valer la pena.

“El hombre es libre en el momento en que desea serlo”.- Voltaire

En días recientes, Ecuador anunció el retiro del asilo diplomático del cual gozaba Julian Assange -fundador de Wikileaks- desde hacía casi siete años, lo cual se traducía en que viviera en la Embajada de ese país en Londres.

Este hecho derivó en su inmediata detención por parte del Reino Unido, luego de recibir una orden de extradición de Estados Unidos. El destino entonces de este programador, periodista y activista australiano -también naturalizado ecuatoriano, aunque esto ya está suspendido- se encuentra en jaque, lo cual no es sino una paradoja, luego de que él puso en jaque a los sistemas de seguridad informática y cibernética de algunas de las principales potencias globales al recibir y revelar filtraciones sobre asuntos de falta de ética y probidad gubernamental que, por esa misma razón, se consideran de interés público.

Sin temor a equivocarnos, esta serie de acontecimientos supone una afrenta a las libertades públicas globales. El tema de Assange se antoja más como la vendetta de una coalición internacional liderada y coordinada en clave de imperialismo yanqui que vieron afectados seriamente sus intereses por algunos de los documentos de Wikileaks, y no tanto como un proceso justo con pleno apego a las formalidades esenciales del procedimiento del australiano.

El revanchismo y las venganzas tanto institucionales como personales son las que parecen salir avantes en todo este entuerto, cuyo impasse entre 2012 y 2019 no hizo sino atemperar el asunto de fondo que es el contraste de las ideas.

Si nos desprendemos por un momento de etiquetas ideológicas, condiciones geopolíticas y apasionamientos de todo tipo, entre los cuales estaría la colocación de Assange como héroe o villano en la palestra planetaria, Wikileaks debe considerarse como una reivindicación de la libertad de expresión en el nuevo siglo.

Tanto la libertad de expresión como la libertad de prensa se asumen como dos importantes derechos fundamentales cuyo ejercicio debe ser acompañado con el protagonismo de la sociedad civil, lo cual ocurrió precisamente con el actuar de Wikileaks, organización a la que por otro lado se le pretendió satanizar al punto del paroxismo, sin caer en la cuenta de su trascendencia para la deliberación democrática en tiempos sombríos donde prevalece la opacidad gubernamental por encima de la transparencia, pilar fundamental del moderno estado constitucional de Derecho.

Hacker, pirata informático o luchador social en pro de la libertad de expresión y de prensa, Assange es del tipo de personajes que no admiten medias tintas, al punto de que se le ama o se le odia.

Lo poco ortodoxo de sus métodos tomó por asalto la esfera pública trasnacional, pues a través de la información secreta y clasificada dada a conocer por Wikileaks se supo de algunas de las acciones públicas más cuestionables de la historia reciente, tales como el manual de la Armada de Estados Unidos para los soldados en Guantánamo, las violaciones de los derechos humanos de los prisioneros en este centro de reclusión, las matanzas de civiles iraquíes, los abusos en la guerra de Iraq, el espionaje de expresidentes franceses como Chirac, Sarkozy y Hollande, sobornos en el seno de los demócratas en 2016, por mencionar sólo algunos.

Lenin Moreno, presidente de la nación ecuatoriana, dijo que Assange tuvo una conducta irrespetuosa y agresiva, pues instaló equipos de distorsión no permitidos, bloqueó cámaras de seguridad, maltrató a guardias diplomáticos y accedió sin permiso a archivos de seguridad.

Lo que resulta extraño es el arresto de Assange casi a petición de Washington, a pesar de que existió un “compromiso” de no entregarlo a la justicia norteamericana, donde le espera la cadena perpetua o, incluso, la pena capital. ¿Se actuó por consigna o con una total convicción democrática? ¿Hubo un pleno respeto al Derecho Internacional o prevalecieron las malas prácticas consuetudinarias a partir de las cuales los refugiados se convierten en personas indeseables de forma arbitraria? ¿No existieron presiones de ningún tipo en el cambio de actitud de Ecuador?

La reflexión permanente en torno a la libertad de expresión es una de las conquistas permanentes de Wikileaks y del affaire Assange. El imperialismo renovado sigue haciendo de las suyas cuando se ve amenazada la urdimbre de poder construida históricamente, en detrimento de una ciudadanía global y activa que ve en el periodismo de investigación una herramienta del todo necesaria para ser un contrapeso a los poderes salvajes de todo tipo edificados sobre el pilar de la incertidumbre cívica.

No olvidemos que las sociedades protofascistas cercenan de tajo, siempre que pueden, las libertades de sus ciudadanos. Assange tiene, desafortunadamente, un porvenir nublado y desalentador, pero algo se habrá ganado en todo este panorama. La privación de su libertad es, simultáneamente, una negación de las libertades en general. Su sacrificio, al final del día, debe valer la pena.