/ domingo 12 de julio de 2020

La autoestima es una evaluación hacia uno mismo

Podemos definir la autoestima como una evaluación hacia uno mismo. Cuando nos evaluamos, básicamente nos valemos de algunas dimensiones como la autonomía, la competencia y las relaciones humanas. La autonomía es la capacidad de tomar decisiones no condicionadas por el miedo, el rechazo o el juicio de los demás.

Por supuesto que la opinión de otros es tomada en cuenta si saben más o hay más experiencia. Con respecto a la competencia, la persona es capaz de desempeñarse en lo que le interesa, aprovechando otros talentos y desarrollando determinadas habilidades. El aprendizaje y desarrollo de nuevas aptitudes es fundamental para fraguar el viaducto entre el “yo real” y el “yo ideal”. Con las relaciones se busca la integración con el resto de la sociedad, lo que involucra familia, amigos, compañeros de nuestro ambiente.

Es normal que si hemos tenido un día en que nada salió como lo planeábamos, nos sintamos frustrados, enojados o tristes. Pero eso no significa que tengamos la autoestima baja o, que con esto baje; sino que pasamos por una reacción usual ante un mal día. Nada mueve nuestra autoestima, a excepción de la etapa de la adolescencia.

La adolescencia es muy vulnerable para la autoestima, porque es la época de muchos cambios y ajustes biológicos y sociales. Al inicio de nuestra vida aprendimos todo de nuestros padres; pero ellos no nos enseñaron exactamente como era el mundo; más bien cómo lo veían, hablando de creencias, valores, conductas, jerarquías, etc. También nos trataron como a su vez aprendieron se debe formar a un hijo.

Hoy en día tristemente si no todo, casi todo, ha cambiado. Si todo fuera con base en lo educativo, qué felices seríamos, pero hay una enorme distancia entre la realidad malsana que nos acosa y la cálida y honesta convivencia que hemos desterrado. No obstante hoy el esplendor de la ciencia, la tecnología, la educación media y superior que presta está a integrarnos, somos una generación incoherente, degenerada, indiferente, con un debilucho interés que levemente germina. Y para colmo, la pandemia que padecemos y la economía destrozada va a rematar en cada personalidad.

Los niños tienden a explorar y buscar retos para medir su capacidad de afrontarlos. Pero cuando todo se les facilita o todo se les critica, impide enormemente la aspiración de tan necesaria habilidad o la propia corrección que debe acentuarse. Exigir a un niño ser siempre el número uno, restar importancia a sus fracasos o hacerlos más grandes, es un error de los padres o maestros, porque lo que ahí cabe es facilitarles mayores oportunidades y orientación para que encuentren estrategias por sí mismos y vivan la satisfacción de sus logros. Esto les ayudará mucho para su formación ciudadana

Si un niño se siente rechazado desde la infancia, es probable que en la escuela no pueda hacer muchos amigos. Esto es a consecuencia de que sus habilidades para relacionarse no se desarrollaron adecuadamente y, en la edad adulta, es probable que sea una persona tímida, retraída o sienta que no se puede integrar por no ser agradable o por no tener un tema de conversación interesante. Una persona con baja autoestima se pone pruebas que otra de autoestima normal no,

Entonces las equivocaciones se hacen tragedia; los errores, catástrofes; el no saber algo se traduce en vergüenza y, un olvido genera culpa. En vez de comprender y tenerse paciencia, se castiga, se regaña y humilla por haber fallado.

Al nacer, propiamente no hay concepto de autoestima; ni siquiera hay un concepto que haga la distinción entre lo que es el “yo” y lo que son “los otros”. Todo esto se aprende conforme nos desarrollamos y según lo que nos inculcan. Al crecer, lo natural es que nos percibamos como lo que somos: Una persona como muchas otras y a la vez única que puede aprender y desarrollar diligencias, tomando nuestras propias decisiones, conductas y actitudes que nos hacen bienvenidos e integrados al contexto familiar y al social. Es lo que naturalmente debiéramos de aprender, pero la intervención de los adultos en nuestra crianza desvía el curso natural de las cosas.

Una autoestima normal involucra la idea de que, como personas, no somos ni mejores ni peores a pesar de las diferencias. Nos hace sentirnos a gusto, nos mueve a mejorar y sentir que formamos parte de una familia o de una sociedad. Con autoestima alta se exige, manotea, se disgusta, se siente con derecho a todo; se es intolerante y grosero.


Podemos definir la autoestima como una evaluación hacia uno mismo. Cuando nos evaluamos, básicamente nos valemos de algunas dimensiones como la autonomía, la competencia y las relaciones humanas. La autonomía es la capacidad de tomar decisiones no condicionadas por el miedo, el rechazo o el juicio de los demás.

Por supuesto que la opinión de otros es tomada en cuenta si saben más o hay más experiencia. Con respecto a la competencia, la persona es capaz de desempeñarse en lo que le interesa, aprovechando otros talentos y desarrollando determinadas habilidades. El aprendizaje y desarrollo de nuevas aptitudes es fundamental para fraguar el viaducto entre el “yo real” y el “yo ideal”. Con las relaciones se busca la integración con el resto de la sociedad, lo que involucra familia, amigos, compañeros de nuestro ambiente.

Es normal que si hemos tenido un día en que nada salió como lo planeábamos, nos sintamos frustrados, enojados o tristes. Pero eso no significa que tengamos la autoestima baja o, que con esto baje; sino que pasamos por una reacción usual ante un mal día. Nada mueve nuestra autoestima, a excepción de la etapa de la adolescencia.

La adolescencia es muy vulnerable para la autoestima, porque es la época de muchos cambios y ajustes biológicos y sociales. Al inicio de nuestra vida aprendimos todo de nuestros padres; pero ellos no nos enseñaron exactamente como era el mundo; más bien cómo lo veían, hablando de creencias, valores, conductas, jerarquías, etc. También nos trataron como a su vez aprendieron se debe formar a un hijo.

Hoy en día tristemente si no todo, casi todo, ha cambiado. Si todo fuera con base en lo educativo, qué felices seríamos, pero hay una enorme distancia entre la realidad malsana que nos acosa y la cálida y honesta convivencia que hemos desterrado. No obstante hoy el esplendor de la ciencia, la tecnología, la educación media y superior que presta está a integrarnos, somos una generación incoherente, degenerada, indiferente, con un debilucho interés que levemente germina. Y para colmo, la pandemia que padecemos y la economía destrozada va a rematar en cada personalidad.

Los niños tienden a explorar y buscar retos para medir su capacidad de afrontarlos. Pero cuando todo se les facilita o todo se les critica, impide enormemente la aspiración de tan necesaria habilidad o la propia corrección que debe acentuarse. Exigir a un niño ser siempre el número uno, restar importancia a sus fracasos o hacerlos más grandes, es un error de los padres o maestros, porque lo que ahí cabe es facilitarles mayores oportunidades y orientación para que encuentren estrategias por sí mismos y vivan la satisfacción de sus logros. Esto les ayudará mucho para su formación ciudadana

Si un niño se siente rechazado desde la infancia, es probable que en la escuela no pueda hacer muchos amigos. Esto es a consecuencia de que sus habilidades para relacionarse no se desarrollaron adecuadamente y, en la edad adulta, es probable que sea una persona tímida, retraída o sienta que no se puede integrar por no ser agradable o por no tener un tema de conversación interesante. Una persona con baja autoestima se pone pruebas que otra de autoestima normal no,

Entonces las equivocaciones se hacen tragedia; los errores, catástrofes; el no saber algo se traduce en vergüenza y, un olvido genera culpa. En vez de comprender y tenerse paciencia, se castiga, se regaña y humilla por haber fallado.

Al nacer, propiamente no hay concepto de autoestima; ni siquiera hay un concepto que haga la distinción entre lo que es el “yo” y lo que son “los otros”. Todo esto se aprende conforme nos desarrollamos y según lo que nos inculcan. Al crecer, lo natural es que nos percibamos como lo que somos: Una persona como muchas otras y a la vez única que puede aprender y desarrollar diligencias, tomando nuestras propias decisiones, conductas y actitudes que nos hacen bienvenidos e integrados al contexto familiar y al social. Es lo que naturalmente debiéramos de aprender, pero la intervención de los adultos en nuestra crianza desvía el curso natural de las cosas.

Una autoestima normal involucra la idea de que, como personas, no somos ni mejores ni peores a pesar de las diferencias. Nos hace sentirnos a gusto, nos mueve a mejorar y sentir que formamos parte de una familia o de una sociedad. Con autoestima alta se exige, manotea, se disgusta, se siente con derecho a todo; se es intolerante y grosero.