/ jueves 20 de diciembre de 2018

La batalla que Enríquez no debió luchar

Le afloró su inflamado ego y ahora está inmerso en una batalla que, a pesar de lo que diga, lo tiene preocupado, tanto que ha recurrido a la victimización -sin perder su creencia de omnipotente- como estrategia.

Dentro de las muchas definiciones que de la locución “política” existen en la teoría del estado y en la ciencia política, la que en lo particular me parece más completa es aquella proposición que la expone como “el arte de gobernar”, toda vez que explícita en forma por demás contundente la teleología de esta ciencia.

También debemos considerar que la buena “política” es hacer lo conveniente para la comunidad, resolver problemas y evitar situaciones que amenacen la tranquilidad.

Así entonces, quien gobierna, debe hacerlo desde el tamiz de la buena política, lo que nos conduce a sostener que el gobernante debe tener, entre otras muchas habilidades, aquella que le permita identificar las batallas que no es conveniente luchar, ya sea por razones de tiempos, de circunstancias, de fuerzas, o porque sencillamente no son batallas.

En este contexto, me parece que la batalla que José Ramón Enríquez Herrera, presidente municipal de la ciudad de Durango, ha iniciado contra el gobernador José Rosas Aispuro Torres y el Congreso del Estado, es un claro ejemplo de esas batallas que no debieron lucharse; la cuestión en debate no alcanzaba siquiera el rango de reyerta, pero él -Enríquez- se encargó de llevarla hasta ese extremo.

Y es que si hubiera tenido como premisa de su actuación el arte de gobernar y la buena política, sin problema hubiera identificado que no le pasaría nada si acude al Congreso, escucha la amonestación y paga la multa. Pero no lo hizo, le afloró su inflamado ego y ahora está inmerso en una batalla que, a pesar de lo que diga, lo tiene preocupado, tanto que ha recurrido a la victimización -sin perder su creencia de omnipotente- como estrategia.

José Ramón Enríquez no necesitaba librar esta batalla, era el mejor posicionado en las encuestas. Desafortunadamente para los viejos panistas que ansían se le castigue para sacarlo de la carrera, primero por la Presidencia Municipal en 2019 y después de la de la gubernatura en 2022, los tiempos son otros, el que decide quién es el candidato se basa en gran medida en los números que arrojan las encestas; Jorge Salum es bueno, pero no lo es tanto como para ganar la capital del Estado, José Antonio Ochoa, el otro posible candidato para 2019, la tiene más difícil aún.

Redundando en el tema de la decisión de si será candidato del PAN o no, sabemos que ésta no depende, ni de Aispuro, ni de los panistas locales, es el Comité Ejecutivo Nacional quien tiene la última palabra y hasta donde se alcanzan a escuchar los rumores, Marko Cortés, líder nacional de los azules, comulgaba con el oftalmólogo.

Pero tanto la preferencia en las encuestas como el presunto visto bueno de Marko Cortés eran antes del enfrentamiento, habrá que esperar, primero, a que resuelva el tema legal, después, si le es favorable, hacer un recuento de los daños que le causará la batalla (porque indudablemente los habrá), ante el electorado fundamentalmente, lo que deberá sumar a los inconformes con su trabajo al frente del Ayuntamiento, que no son pocos.

Desde luego que la opinión de Marko Cortés puede variar después de lo ocurrido, por muy joven que sea pertenece a un Partido con una línea conservadora de derecha, a la que no le parece cómodo este tipo de acciones; hay muchos de los funcionarios de primer nivel que no lo están, no todos lo dicen pero sí lo demuestran, pero como le deben lealtad al jefe, pues ahí están.

Aunque José Ramón Enríquez Herrera no esté en la boleta de este 2019 sí estará en la de 2022, ya sea abanderando al PAN, o al PRI, ¿no le parece sospechoso que los únicos que no votaran a favor de la destitución e inhabilitación de Enríquez fueran los diputados priistas? A mí también.

Le afloró su inflamado ego y ahora está inmerso en una batalla que, a pesar de lo que diga, lo tiene preocupado, tanto que ha recurrido a la victimización -sin perder su creencia de omnipotente- como estrategia.

Dentro de las muchas definiciones que de la locución “política” existen en la teoría del estado y en la ciencia política, la que en lo particular me parece más completa es aquella proposición que la expone como “el arte de gobernar”, toda vez que explícita en forma por demás contundente la teleología de esta ciencia.

También debemos considerar que la buena “política” es hacer lo conveniente para la comunidad, resolver problemas y evitar situaciones que amenacen la tranquilidad.

Así entonces, quien gobierna, debe hacerlo desde el tamiz de la buena política, lo que nos conduce a sostener que el gobernante debe tener, entre otras muchas habilidades, aquella que le permita identificar las batallas que no es conveniente luchar, ya sea por razones de tiempos, de circunstancias, de fuerzas, o porque sencillamente no son batallas.

En este contexto, me parece que la batalla que José Ramón Enríquez Herrera, presidente municipal de la ciudad de Durango, ha iniciado contra el gobernador José Rosas Aispuro Torres y el Congreso del Estado, es un claro ejemplo de esas batallas que no debieron lucharse; la cuestión en debate no alcanzaba siquiera el rango de reyerta, pero él -Enríquez- se encargó de llevarla hasta ese extremo.

Y es que si hubiera tenido como premisa de su actuación el arte de gobernar y la buena política, sin problema hubiera identificado que no le pasaría nada si acude al Congreso, escucha la amonestación y paga la multa. Pero no lo hizo, le afloró su inflamado ego y ahora está inmerso en una batalla que, a pesar de lo que diga, lo tiene preocupado, tanto que ha recurrido a la victimización -sin perder su creencia de omnipotente- como estrategia.

José Ramón Enríquez no necesitaba librar esta batalla, era el mejor posicionado en las encuestas. Desafortunadamente para los viejos panistas que ansían se le castigue para sacarlo de la carrera, primero por la Presidencia Municipal en 2019 y después de la de la gubernatura en 2022, los tiempos son otros, el que decide quién es el candidato se basa en gran medida en los números que arrojan las encestas; Jorge Salum es bueno, pero no lo es tanto como para ganar la capital del Estado, José Antonio Ochoa, el otro posible candidato para 2019, la tiene más difícil aún.

Redundando en el tema de la decisión de si será candidato del PAN o no, sabemos que ésta no depende, ni de Aispuro, ni de los panistas locales, es el Comité Ejecutivo Nacional quien tiene la última palabra y hasta donde se alcanzan a escuchar los rumores, Marko Cortés, líder nacional de los azules, comulgaba con el oftalmólogo.

Pero tanto la preferencia en las encuestas como el presunto visto bueno de Marko Cortés eran antes del enfrentamiento, habrá que esperar, primero, a que resuelva el tema legal, después, si le es favorable, hacer un recuento de los daños que le causará la batalla (porque indudablemente los habrá), ante el electorado fundamentalmente, lo que deberá sumar a los inconformes con su trabajo al frente del Ayuntamiento, que no son pocos.

Desde luego que la opinión de Marko Cortés puede variar después de lo ocurrido, por muy joven que sea pertenece a un Partido con una línea conservadora de derecha, a la que no le parece cómodo este tipo de acciones; hay muchos de los funcionarios de primer nivel que no lo están, no todos lo dicen pero sí lo demuestran, pero como le deben lealtad al jefe, pues ahí están.

Aunque José Ramón Enríquez Herrera no esté en la boleta de este 2019 sí estará en la de 2022, ya sea abanderando al PAN, o al PRI, ¿no le parece sospechoso que los únicos que no votaran a favor de la destitución e inhabilitación de Enríquez fueran los diputados priistas? A mí también.