Cotizada, atractiva, seductora, no sólo por lo que implicaba la propiedad sino por la ilusión de que nos tocara en suerte verlo saludar por la ventana, o caminar por el extenso jardín.
Con esa expectativa habíamos llegado en cuatrimoto por la playa con los dos nenes a cuesta. Veinte años después, ahora solos, de la mano, por la misma playa. ¿Dónde queda la casa del cantante? - Le preguntamos a unas personas que caminaban igual que nosotros. ¡Más adelante! – Donde vea mucha vegetación.
Lo que había sido la máxima atracción de Barra Vieja, ahora se había convertido en una casa más. El sol, el salitre y las caprichosas enredaderas, pero especialmente el descuido y la falta de interés, se encargaron de convertirla en una propiedad triste, con apariencia de casa abandonada. Inmediatamente me vino a la mente las palabras del rey sabio: “Atrapen las zorras, las zorras pequeñas que arruinan nuestros viñedos. Nuestros viñedos en flor” (Cantares 2.15)
El amor en el matrimonio es como la Casa de Barra Vieja: Por más bonito que se viera alguna vez, si no se cuida, se echa a perder. El calor sofocante de la rutina, el salitre de las dificultades que carcome o la falta del cultivo del jardín son los mejores aliados de una ruptura.
Mientras caminaba de la mano por aquel lugar donde se habría hecho famosa “Cuando calienta el sol . . .” vino otra canción a mi mente y me sentí el hombre más afortunado del planeta: “Si ella te quiere tendrás por dentro esa sensación de tenerlo todo, tendrás la suerte que sólo tienen algunos locos . . . si tú la quieres querrás que el sol se retrase toda una vida entera y que las calles os dejen solos cuando amanezca, si tú la quieres y ella te quiere”. Todo comienza por saber de dónde proviene la bendición de amar y ser amado: “El hombre que halla esposa encuentra tesoro, y recibe el favor del Señor” (Proverbios 18.22)
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