/ viernes 31 de julio de 2020

La democracia tomada en serio: siempre con la igualdad

“La democracia es un proyecto para todo el género humano, de lo contrario sería el más odioso de los privilegios” Paolo Flores d’Arcais

En un pequeño libro -pequeño por su cantidad de páginas pero enorme por la profundidad de sus ideas-, el filósofo italiano Paolo Flores d’Arcais pugna, como el título de la obra lo indica (“El soberano y el disidente: la democracia tomada en serio. Ensayo de filosofía política para ciudadanos exigentes”, traducción de Mar Portillo, Barcelona, Montesinos, 2006), por una democracia tomada en serio, una democracia que, en todo caso, se caracterice por su talante igualitario. Esta es una concepción que no se puede perder de vista en los tiempos que corren, en los cuales los proyectos autoritarios, ultranacionalistas y xenófobos de derechas parecen ir ganando terreno en el pensamiento, las mentalidades, las actitudes y las aspiraciones de una buena parte del electorado global, acaso porque no ha sido posible cimentar y edificar una agenda de derechos sociales que haga hincapié, precisamente, en el ámbito de la igualdad.

Y es que la brecha de la desigualdad continúa configurándose como uno de los males endémicos de la vida pública a escala planetaria, por virtud de que muy pocos tienen muchísimo y muchísimos tienen muy poco. Por eso es que es necesario rescatar ideas como las de Flores d’Arcais, con el telos primario de llevarlas a la práctica para que no se queden como una mera construcción teórica. El Estado y los sistemas políticos, sobra decirlo, también saldrían ganando además de la libertad y la igualdad.

Como reza la cita de Flores d’Arcais visible en el epígrafe de este texto, “la democracia es un proyecto para todo el género humano, de lo contrario sería el más odioso de los privilegios”. Según el autor de “El individuo libertario”, si lo anterior llegara a desvirtuarse, la humanidad quedaría clasificada en un sistema de divisiones: una “primera división” y una “división cero”, además de un purgatorio, unos infiernos y una “monstruosa irrisión” del universalismo democrático. Por ende, y en la opinión de quien esto escribe, al crearse privilegios democráticos, la idea fundacional de la democracia se saldría de su contexto, con todas las implicaciones que acarrearía en términos de legitimidad, plausibilidad y reconocimiento. Una democracia, pues, o es igualitaria o no es democracia. Se trata de una condición de posibilidad y de una circunstancia sine qua non.

En otro punto de su brillante exposición, Flores d’Arcais suelta una aseveración lapidaria y contundente: “o impulsamos la democracia hasta tomar en serio sus principios, o nos preparamos para perderla, ya que estamos saturados de privilegios o resignados (y apocalípticos) a causa del exceso de injusticias”. En democracia, simple y sencillamente, los privilegios tendrían que salir sobrando.

Otro extraordinario pensador de nuestra época como es Luigi Ferrajoli se ha ocupado, asimismo, del tema de la igualdad a lo largo de su profusa obra bibliográfica. En uno de sus libros más recientes (“Manifiesto por la igualdad”, traducción de Perfecto Andrés Ibáñez, Madrid, Trotta, 2019), recupera algo que ya había escrito en ensayos anteriores, cuestionándose lo siguiente: “¿por qué razones el principio de igualdad está sancionado en todos los ordenamientos avanzados como norma de rango constitucional en la calidad de fundamento de su carácter democrático?”

A ello responde que la igualdad se estipula en razón de que somos diferentes, i. e., porque hay diversidad de identidades personales; por otro lado, se determina porque somos desiguales, i. e., porque hay diversidad en las condiciones de vida materiales. Mientras que las diferencias conciernen a las distinciones de sexo, raza, lengua, religión, opiniones políticas, entre otras, las desigualdades devienen obstáculos de orden económico y social que limitan tanto la libertad como la igualdad e impiden el desarrollo de la personalidad humana. Tanto una como otra perspectiva son trascendentes para darle su justa dimensión a una igualdad propicia para la democracia, pues ésta busca como uno de sus objetivos centrales, precisamente y en una relación de interdependencia recíproca, una sociedad igualitaria.

En definitiva, la democracia, las libertades públicas y el principio de igualdad son coordenadas de mucho peso para que los sistemas políticos contemporáneos cumplan con un piso mínimo de entendimiento, objetividad y racionalidad. Para efectos praxiológicos, de lo que se trata al final del día es cada mujer y cada hombre puedan encauzar sus respectivos trayectos vitales sostenidos en pilares fundamentales. El acceso a los derechos sociales está íntimamente ligado al ejercicio pleno de la libertad y la igualdad, lejos de lo que algún sector de la doctrina había contemplado al hacer una separación tajante entre generaciones de derechos humanos. Hoy en día esa noción ha quedado rebasada y, trayendo de nuevo a colación lo ya dicho, sólo un Estado que garantice a plenitud los derechos de su ciudadanía puede considerarse democrático. Ni más ni menos.

“La democracia es un proyecto para todo el género humano, de lo contrario sería el más odioso de los privilegios” Paolo Flores d’Arcais

En un pequeño libro -pequeño por su cantidad de páginas pero enorme por la profundidad de sus ideas-, el filósofo italiano Paolo Flores d’Arcais pugna, como el título de la obra lo indica (“El soberano y el disidente: la democracia tomada en serio. Ensayo de filosofía política para ciudadanos exigentes”, traducción de Mar Portillo, Barcelona, Montesinos, 2006), por una democracia tomada en serio, una democracia que, en todo caso, se caracterice por su talante igualitario. Esta es una concepción que no se puede perder de vista en los tiempos que corren, en los cuales los proyectos autoritarios, ultranacionalistas y xenófobos de derechas parecen ir ganando terreno en el pensamiento, las mentalidades, las actitudes y las aspiraciones de una buena parte del electorado global, acaso porque no ha sido posible cimentar y edificar una agenda de derechos sociales que haga hincapié, precisamente, en el ámbito de la igualdad.

Y es que la brecha de la desigualdad continúa configurándose como uno de los males endémicos de la vida pública a escala planetaria, por virtud de que muy pocos tienen muchísimo y muchísimos tienen muy poco. Por eso es que es necesario rescatar ideas como las de Flores d’Arcais, con el telos primario de llevarlas a la práctica para que no se queden como una mera construcción teórica. El Estado y los sistemas políticos, sobra decirlo, también saldrían ganando además de la libertad y la igualdad.

Como reza la cita de Flores d’Arcais visible en el epígrafe de este texto, “la democracia es un proyecto para todo el género humano, de lo contrario sería el más odioso de los privilegios”. Según el autor de “El individuo libertario”, si lo anterior llegara a desvirtuarse, la humanidad quedaría clasificada en un sistema de divisiones: una “primera división” y una “división cero”, además de un purgatorio, unos infiernos y una “monstruosa irrisión” del universalismo democrático. Por ende, y en la opinión de quien esto escribe, al crearse privilegios democráticos, la idea fundacional de la democracia se saldría de su contexto, con todas las implicaciones que acarrearía en términos de legitimidad, plausibilidad y reconocimiento. Una democracia, pues, o es igualitaria o no es democracia. Se trata de una condición de posibilidad y de una circunstancia sine qua non.

En otro punto de su brillante exposición, Flores d’Arcais suelta una aseveración lapidaria y contundente: “o impulsamos la democracia hasta tomar en serio sus principios, o nos preparamos para perderla, ya que estamos saturados de privilegios o resignados (y apocalípticos) a causa del exceso de injusticias”. En democracia, simple y sencillamente, los privilegios tendrían que salir sobrando.

Otro extraordinario pensador de nuestra época como es Luigi Ferrajoli se ha ocupado, asimismo, del tema de la igualdad a lo largo de su profusa obra bibliográfica. En uno de sus libros más recientes (“Manifiesto por la igualdad”, traducción de Perfecto Andrés Ibáñez, Madrid, Trotta, 2019), recupera algo que ya había escrito en ensayos anteriores, cuestionándose lo siguiente: “¿por qué razones el principio de igualdad está sancionado en todos los ordenamientos avanzados como norma de rango constitucional en la calidad de fundamento de su carácter democrático?”

A ello responde que la igualdad se estipula en razón de que somos diferentes, i. e., porque hay diversidad de identidades personales; por otro lado, se determina porque somos desiguales, i. e., porque hay diversidad en las condiciones de vida materiales. Mientras que las diferencias conciernen a las distinciones de sexo, raza, lengua, religión, opiniones políticas, entre otras, las desigualdades devienen obstáculos de orden económico y social que limitan tanto la libertad como la igualdad e impiden el desarrollo de la personalidad humana. Tanto una como otra perspectiva son trascendentes para darle su justa dimensión a una igualdad propicia para la democracia, pues ésta busca como uno de sus objetivos centrales, precisamente y en una relación de interdependencia recíproca, una sociedad igualitaria.

En definitiva, la democracia, las libertades públicas y el principio de igualdad son coordenadas de mucho peso para que los sistemas políticos contemporáneos cumplan con un piso mínimo de entendimiento, objetividad y racionalidad. Para efectos praxiológicos, de lo que se trata al final del día es cada mujer y cada hombre puedan encauzar sus respectivos trayectos vitales sostenidos en pilares fundamentales. El acceso a los derechos sociales está íntimamente ligado al ejercicio pleno de la libertad y la igualdad, lejos de lo que algún sector de la doctrina había contemplado al hacer una separación tajante entre generaciones de derechos humanos. Hoy en día esa noción ha quedado rebasada y, trayendo de nuevo a colación lo ya dicho, sólo un Estado que garantice a plenitud los derechos de su ciudadanía puede considerarse democrático. Ni más ni menos.