/ domingo 27 de septiembre de 2020

La deserción escolar, una verdadera tragedia social

Aunque todavía no hay una cifra oficial emitida por la Secretaría de Educación Pública sobre la deserción escolar y la migración de estudiantes de instituciones privadas a públicas, a consecuencia de los efectos que detonó la pandemia, algunas autoridades educativas revelan que el confinamiento en casa, la crisis económica que afecta a las familias, así como la educación a distancia, no presencial en las aulas, han originado una catarsis de fondo al modelo educativo que se venía aplicando hasta antes de la emergencia.

Al respecto, la Asociación Nacional de Escuelas Particulares señaló que 15,000 planteles privados están en riesgo de cerrar a causa de las dificultades económicas de los padres para seguir pagando la colegiatura de la educación de sus hijos.

Para comprender la dimensión de la problemática, con datos precisos vemos con preocupación que de acuerdo a información revelada por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), en México más de 4 millones de niños, niñas y adolescentes no asisten a la escuela por la pandemia; 600 mil más están en riesgo de desertar por diversos factores como la falta de recursos -recordemos que la caída de la economía ha propiciado que le 66% de los mexicanos reconoce que han bajado sus ingresos este año-, las pocas posibilidades de acceso a las herramientas tecnológicas, los bajos conocimientos y habilidades para el manejo del internet, la creciente problemática intrafamiliar, así como la violencia en poblaciones, ciudades y medio rural.

La UNICEF destaca que los estudiantes más vulnerables para desertar o tener muy bajo aprovechamiento académico con los nuevos esquemas son los que tienen alguna lengua indígena o viven dentro de esas comunidades, al igual que quienes viven en las zonas urbanas y rurales de alta marginación. Problema que se agudiza si consideramos que en los últimos ocho meses 2 millones más de mexicanos han caído en pobreza, con graves consecuencias para los infantes que integran esas familias, quienes se ven obligados a abandonar sus estudios para trabajar en las calles en búsqueda de recursos para subsistir.

Esta problemática nacional se refleja en todas las Entidades Federativas. Sirva el ejemplo la situación de un Estado norteño, con altos niveles de progreso como es Coahuila, donde el secretario de Educación de esa entidad, Higinio González Calderón, declaró que se registraron más de 2 mil permutas de un total de 3 mil solicitudes de cambio de colegios particulares a escuelas públicas. Destacó que 18 colegios cerrarán sus puertas, 12 de ellos de nivel preescolar, tres de primaria y tres de secundaria.

Hay más datos: la Secretaría de Educación Pública (SEP) reveló que la deserción escolar alcanzó el 10% de la matrícula en nivel básico durante el ciclo 2019-2020, lo que significa que dos millones 525 mil 330 alumnos de preescolar, primaria y secundaria abandonaron sus estudios en plena contingencia sanitaria; además de los 305 mil 89 estudiantes de nivel superior que desertaron y que se suman a los 800 mil alumnos que dejaron secundaria y no pudieron avanzar al bachillerato.

En cuanto a la educación superior, los desafíos también son enormes. De acuerdo al Índice de Competitividad Global desarrollado por el Foro Económico Mundial difundido por Coparmex, México ocupa el último lugar de los miembros de la OCDE en cuanto a la población adulta con educación superior: sólo el 16% de los mexicanos de entre 25 y 64 años cuenta con estudios superiores, frente al promedio de 36% de los demás países; y sólo el 1% tiene estudios de posgrado como maestría y doctorado.

Recordemos que el sistema educativo nacional se diseñó cuando la mayoría de la población era joven (niñez amplia), de ahí que se privilegió la cobertura de la educación básica; sin embargo, la población aumentó su edad, por lo que no fue posible atender la amplia demanda de espacios en Universidades, Institutos Tecnológicos y demás Instituciones de Educación Superior, presentándose el cuello de botella de la educación en el nivel superior, lo que significó la pérdida de esperanza de millones de jóvenes en todo el país. En ese contexto la educación privada tomó relevancia: fue coadyuvante para facilitar opciones ante la falta de cobertura de escuelas públicas.

Adaptarse a las nuevas reglas del juego tomará tiempo. Por una parte el sistema educativo mexicano deberá medir el impacto que dejó el coronavirus en materia de migración y deserción escolar ante la reducción de la educación privada; por otro lado, el reto también implica el diseño de licenciaturas en tareas sustantivas que tengan que ver con la estructura industrial del país y tecnologías del conocimiento.

Las carreras tradicionales ya no abren grandes expectativas a los nuevos profesionistas porque es necesario adaptar la educación a la vocación productiva en cada región.

Es claro que una de las grandes lecciones que nos dejó la pandemia es que la educación debe girar hacia el conocimiento pleno de las nuevas tecnologías y a desarrollar habilidades y conocimientos acordes a la era digital; no es optimista pensar que tan sólo en un lustro los alumnos de todos los niveles deben poseer estudios para el manejo de las nuevas tecnologías del conocimiento, con el fin de tener acceso a ellas.

La calidad educativa que anhelamos se puede lograr no sólo ampliando la cobertura y mejorando los planes educativos; se debe lograr cuando se entienda que la educación es un derecho humano irrenunciable, y por tanto su misión es preparar a los educandos para los retos del presente y del futuro.

Aunque todavía no hay una cifra oficial emitida por la Secretaría de Educación Pública sobre la deserción escolar y la migración de estudiantes de instituciones privadas a públicas, a consecuencia de los efectos que detonó la pandemia, algunas autoridades educativas revelan que el confinamiento en casa, la crisis económica que afecta a las familias, así como la educación a distancia, no presencial en las aulas, han originado una catarsis de fondo al modelo educativo que se venía aplicando hasta antes de la emergencia.

Al respecto, la Asociación Nacional de Escuelas Particulares señaló que 15,000 planteles privados están en riesgo de cerrar a causa de las dificultades económicas de los padres para seguir pagando la colegiatura de la educación de sus hijos.

Para comprender la dimensión de la problemática, con datos precisos vemos con preocupación que de acuerdo a información revelada por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), en México más de 4 millones de niños, niñas y adolescentes no asisten a la escuela por la pandemia; 600 mil más están en riesgo de desertar por diversos factores como la falta de recursos -recordemos que la caída de la economía ha propiciado que le 66% de los mexicanos reconoce que han bajado sus ingresos este año-, las pocas posibilidades de acceso a las herramientas tecnológicas, los bajos conocimientos y habilidades para el manejo del internet, la creciente problemática intrafamiliar, así como la violencia en poblaciones, ciudades y medio rural.

La UNICEF destaca que los estudiantes más vulnerables para desertar o tener muy bajo aprovechamiento académico con los nuevos esquemas son los que tienen alguna lengua indígena o viven dentro de esas comunidades, al igual que quienes viven en las zonas urbanas y rurales de alta marginación. Problema que se agudiza si consideramos que en los últimos ocho meses 2 millones más de mexicanos han caído en pobreza, con graves consecuencias para los infantes que integran esas familias, quienes se ven obligados a abandonar sus estudios para trabajar en las calles en búsqueda de recursos para subsistir.

Esta problemática nacional se refleja en todas las Entidades Federativas. Sirva el ejemplo la situación de un Estado norteño, con altos niveles de progreso como es Coahuila, donde el secretario de Educación de esa entidad, Higinio González Calderón, declaró que se registraron más de 2 mil permutas de un total de 3 mil solicitudes de cambio de colegios particulares a escuelas públicas. Destacó que 18 colegios cerrarán sus puertas, 12 de ellos de nivel preescolar, tres de primaria y tres de secundaria.

Hay más datos: la Secretaría de Educación Pública (SEP) reveló que la deserción escolar alcanzó el 10% de la matrícula en nivel básico durante el ciclo 2019-2020, lo que significa que dos millones 525 mil 330 alumnos de preescolar, primaria y secundaria abandonaron sus estudios en plena contingencia sanitaria; además de los 305 mil 89 estudiantes de nivel superior que desertaron y que se suman a los 800 mil alumnos que dejaron secundaria y no pudieron avanzar al bachillerato.

En cuanto a la educación superior, los desafíos también son enormes. De acuerdo al Índice de Competitividad Global desarrollado por el Foro Económico Mundial difundido por Coparmex, México ocupa el último lugar de los miembros de la OCDE en cuanto a la población adulta con educación superior: sólo el 16% de los mexicanos de entre 25 y 64 años cuenta con estudios superiores, frente al promedio de 36% de los demás países; y sólo el 1% tiene estudios de posgrado como maestría y doctorado.

Recordemos que el sistema educativo nacional se diseñó cuando la mayoría de la población era joven (niñez amplia), de ahí que se privilegió la cobertura de la educación básica; sin embargo, la población aumentó su edad, por lo que no fue posible atender la amplia demanda de espacios en Universidades, Institutos Tecnológicos y demás Instituciones de Educación Superior, presentándose el cuello de botella de la educación en el nivel superior, lo que significó la pérdida de esperanza de millones de jóvenes en todo el país. En ese contexto la educación privada tomó relevancia: fue coadyuvante para facilitar opciones ante la falta de cobertura de escuelas públicas.

Adaptarse a las nuevas reglas del juego tomará tiempo. Por una parte el sistema educativo mexicano deberá medir el impacto que dejó el coronavirus en materia de migración y deserción escolar ante la reducción de la educación privada; por otro lado, el reto también implica el diseño de licenciaturas en tareas sustantivas que tengan que ver con la estructura industrial del país y tecnologías del conocimiento.

Las carreras tradicionales ya no abren grandes expectativas a los nuevos profesionistas porque es necesario adaptar la educación a la vocación productiva en cada región.

Es claro que una de las grandes lecciones que nos dejó la pandemia es que la educación debe girar hacia el conocimiento pleno de las nuevas tecnologías y a desarrollar habilidades y conocimientos acordes a la era digital; no es optimista pensar que tan sólo en un lustro los alumnos de todos los niveles deben poseer estudios para el manejo de las nuevas tecnologías del conocimiento, con el fin de tener acceso a ellas.

La calidad educativa que anhelamos se puede lograr no sólo ampliando la cobertura y mejorando los planes educativos; se debe lograr cuando se entienda que la educación es un derecho humano irrenunciable, y por tanto su misión es preparar a los educandos para los retos del presente y del futuro.