/ domingo 8 de diciembre de 2019

La escuela moderna cimente una educación basada en la realidad

La cruda realidad que vivimos, con una existencia cada vez más difícil por la falta de trabajo, desempleo, violencia, pobreza, que impera en nuestra sociedad; por causa de la destrucción moral que hemos hecho de nuestra espiritualidad, así como la devastación que vamos haciendo de nuestro ambiente natural, quedando cada vez más desprotegidos y a merced de las calamidades de la naturaleza, por la falta de fe y confianza en nuestro poder de salvación del mundo.

En fin, por todos esos desenlaces y más, nos obliga a crear y recrear valores de la educación que sirvan para fundir y amalgamar el pensamiento, la voluntad y el corazón de cada persona y, construir una vida nueva, una vida más sana, más satisfactoria, más humana.

Necesitamos infundir y recobrar la esperanza en la educación, porque con la educación habremos de lograr la renovación integral de la sociedad; habremos de reparar el daño vital que estamos ocasionando a nuestro hogar universal. Habremos de vivir como hermanos, luchando juntos por una paz social que multiplique el esfuerzo y la productividad universal. Habremos de vivir como hermanos, luchando juntos por una paz social que multiplique la voluntad y el rendimiento nacional. Con ello dignificaremos nuestra vida de humanos y reconstruiremos un mundo mejor para nuestros hijos.

La escuela moderna que necesitamos restablecer debe coincidir congruentemente con nuestros principios constitucionales; que sea una agencia de vitalidad, de dinamismo, de creatividad, de formación, de concordia. De armonía y comprensión entre todos los humanos de buena voluntad. La escuela moderna debe cimentar una educación comprometida con la realidad, con la libertad, con la democracia, para levantar la dignidad del ser humano, desterrar fanatismos que son producto de la ignorancia y, asegurar el respeto a la integridad personal y social. La escuela cumple con su misión cuando está inserta en los problemas reales de la sociedad y educa para mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Debemos formar ciudadanos que en verdad amen a su Patria a través de un civismo educativo, conociendo su historia y sintiéndola en su corazón; que vivan la naturaleza, la amen y la protejan; que entiendan el misterio, lo interpreten, se fortalezcan con su poder y lo imiten; que acepten con honor para una fraternal convivencia las leyes erigidas, con las que se busca un desenvolvimiento para nuestro desarrollo político y social.

Todo esto lo podemos lograr si educamos en un ambiente tranquilo, saturado de cariño, cargado de emoción donde el alumno se sienta feliz. Eduquemos fortaleciendo y desarrollando el amor; que sea una educación libre, científica, nacionalista, que unifique a la sociedad. Eduquemos a los alumnos para que sientan el deseo de vivir, no simplemente el hecho de existir, para agradecer al Creador, para amar a nuestros prójimos, para superarnos según la suficiencia que nos asista.

Eduquemos al alumno para que sienta su libertad sanamente, sin presiones ni temores; que aproveche su autonomía para aprender a reflexionar, claro, de manera gradual y, pueda expresar cabalmente su opinión. Que sienta que se le ama, que perciba el bienestar de su formación y la aproveche lo mejor posible.

Escuela y sociedad no son realidades distintas; esencialmente se compenetran porque son parte integrante de la misma comunidad y no es posible su desarrollo independiente, ya que ambos provienen del mismo grupo familiar.

Y dicho sea con toda verdad y respeto lo que debe suceder: Una solidaridad transparente, real y productiva que supere a la unidad nacional; que nuestro gobierno incremente la defensa y protección de los ciudadanos y sus familias, así como el fortalecimiento de la economía y obras de bienestar social.

De ahí la trascendencia de la participación decidida de la sociedad en el mejoramiento del quehacer educativo; pues las nuevas generaciones, que son la reserva más sagrada de nuestra querida patria, tienen que ser mejor preparadas, capaces de enfrentarse al crecimiento del futuro, con una visión clara, amplia y positiva de la vida y, con un interés constructivo y renovador para que su sabiduría fructifique en beneficio de la humanidad.

La cruda realidad que vivimos, con una existencia cada vez más difícil por la falta de trabajo, desempleo, violencia, pobreza, que impera en nuestra sociedad; por causa de la destrucción moral que hemos hecho de nuestra espiritualidad, así como la devastación que vamos haciendo de nuestro ambiente natural, quedando cada vez más desprotegidos y a merced de las calamidades de la naturaleza, por la falta de fe y confianza en nuestro poder de salvación del mundo.

En fin, por todos esos desenlaces y más, nos obliga a crear y recrear valores de la educación que sirvan para fundir y amalgamar el pensamiento, la voluntad y el corazón de cada persona y, construir una vida nueva, una vida más sana, más satisfactoria, más humana.

Necesitamos infundir y recobrar la esperanza en la educación, porque con la educación habremos de lograr la renovación integral de la sociedad; habremos de reparar el daño vital que estamos ocasionando a nuestro hogar universal. Habremos de vivir como hermanos, luchando juntos por una paz social que multiplique el esfuerzo y la productividad universal. Habremos de vivir como hermanos, luchando juntos por una paz social que multiplique la voluntad y el rendimiento nacional. Con ello dignificaremos nuestra vida de humanos y reconstruiremos un mundo mejor para nuestros hijos.

La escuela moderna que necesitamos restablecer debe coincidir congruentemente con nuestros principios constitucionales; que sea una agencia de vitalidad, de dinamismo, de creatividad, de formación, de concordia. De armonía y comprensión entre todos los humanos de buena voluntad. La escuela moderna debe cimentar una educación comprometida con la realidad, con la libertad, con la democracia, para levantar la dignidad del ser humano, desterrar fanatismos que son producto de la ignorancia y, asegurar el respeto a la integridad personal y social. La escuela cumple con su misión cuando está inserta en los problemas reales de la sociedad y educa para mejorar las condiciones de vida de la humanidad. Debemos formar ciudadanos que en verdad amen a su Patria a través de un civismo educativo, conociendo su historia y sintiéndola en su corazón; que vivan la naturaleza, la amen y la protejan; que entiendan el misterio, lo interpreten, se fortalezcan con su poder y lo imiten; que acepten con honor para una fraternal convivencia las leyes erigidas, con las que se busca un desenvolvimiento para nuestro desarrollo político y social.

Todo esto lo podemos lograr si educamos en un ambiente tranquilo, saturado de cariño, cargado de emoción donde el alumno se sienta feliz. Eduquemos fortaleciendo y desarrollando el amor; que sea una educación libre, científica, nacionalista, que unifique a la sociedad. Eduquemos a los alumnos para que sientan el deseo de vivir, no simplemente el hecho de existir, para agradecer al Creador, para amar a nuestros prójimos, para superarnos según la suficiencia que nos asista.

Eduquemos al alumno para que sienta su libertad sanamente, sin presiones ni temores; que aproveche su autonomía para aprender a reflexionar, claro, de manera gradual y, pueda expresar cabalmente su opinión. Que sienta que se le ama, que perciba el bienestar de su formación y la aproveche lo mejor posible.

Escuela y sociedad no son realidades distintas; esencialmente se compenetran porque son parte integrante de la misma comunidad y no es posible su desarrollo independiente, ya que ambos provienen del mismo grupo familiar.

Y dicho sea con toda verdad y respeto lo que debe suceder: Una solidaridad transparente, real y productiva que supere a la unidad nacional; que nuestro gobierno incremente la defensa y protección de los ciudadanos y sus familias, así como el fortalecimiento de la economía y obras de bienestar social.

De ahí la trascendencia de la participación decidida de la sociedad en el mejoramiento del quehacer educativo; pues las nuevas generaciones, que son la reserva más sagrada de nuestra querida patria, tienen que ser mejor preparadas, capaces de enfrentarse al crecimiento del futuro, con una visión clara, amplia y positiva de la vida y, con un interés constructivo y renovador para que su sabiduría fructifique en beneficio de la humanidad.