/ domingo 2 de junio de 2019

La experiencia de votar desanimado y sucesos del día siguiente

Al hacer entrega de esta colaboración, todavía no se daban los resultados de la elección. Por eso no me fue posible hacer la crónica del candidato, que más tarde las autoridades electorales declararían ganador.

Ante las limitantes del tiempo y lo aburrido del acontecer dominical, tuve el problema de no saber qué tema abordar, para cumplir con mis lectores al día siguiente. Cosa que tuve que pensar buen rato, dado que la pereza invadía totalmente mi estado de ánimo y que pese a los esfuerzos que hacía, nada trascendente se me ocurría.

Al correr el tiempo, algo de repente y como efecto de un resorte me impulsó a que describiera la experiencia “de votar con el ánimo por los suelos y los sucesos que suelen darse al siguiente día”. Le agarré la palabra al pensamiento y dije: para luego es tarde.

Resulta que había decidido no ir a votar, pero al rato sentí la necesidad de hacerlo, pese a la rabia que no he superado contra aquellos que exhibieron la peor torpeza para debilitar a Morena y los arreglijos que orquestaron para atropellarla. Bajo dicha condición todo me daba lo mismo. Malhumorado llegué a la casilla donde me tocaba sufragar, pero al observar la poca afluencia volví a dudar. Sin embargo, decidí hacerlo, bajo la consigna de que ya estaba ahí, y que al doblar la boleta, sólo alcancé a pensar que “ojalá el candidato que correspondía al círculo que taché, fuera el menos peor”.

Créanme sinceramente los que me hagan el favor de leer, que nunca en mi vida jamás había sentido tanto desinterés por acudir a votar. Quizás por la poca relevancia que tiene una Alcaldía tan avasallada por los intereses mezquinos de grupo; o por la hipocresía demagógica que expiden los candidatos; o por lo poco creativo de las guerras sucias que no tuvieron impacto ni sabor. Seguramente porque los milagros de estos santos son tan conocidos, que ya no hay necesidad de colgarles otro, porque ya no les queda espacio en sus sagradas vestiduras.

Una vez narrada la experiencia personal sobre dicho tema, pasemos a lo que sin duda está aconteciendo en estos momentos de dolor, para aquellos que se están lamiendo las heridas como perros aporreados por la derrota; cuyos llantos de sus corifeos no serán suficientes para consolarlos, menos para salvarlos de ese golpe mortal.

Pero del otro lado, están frotándose las manos, los ilusos que votaron por el ganador por la seguridad de que les van a dar un hueso; o en su defecto, por el gusto de haberle partido el eje al candidato que gratuitamente les caía gordo; o al partido que ni haciendo gestos lo pueden tragar.

En fin, es tan complicado entender las razones por las que nos inclinamos a simpatizar por tal o cual candidato, o a la inversa, odiarlo sin motivos. Lo cierto es que sí hay diferencia entre los que acudimos a votar por convicción y los que acuden por interés; como aquellos que por acercamiento o parentesco ya tienen un lugar en la nómina del que ahora ya es presidente electo y que por tal motivo el gusto de la parranda apenas empieza.

Pero el gusto acompaña también a aquellos líderes charros, que por tradición aportan recursos y la voluntad de sus agremiados a cambio de posiciones clave, donde las cortejan para darle preferencia a familiares y cuates de estricta confianza, para que desde ahí, les ayuden a controlar férreamente los intereses que manejan y que competen a la discreción absoluta de sus organizaciones.

Pero los que todavía han de traer el cuete de la felicidad, son los jóvenes y adultos que anduvieron en campaña; aquellos que madrugaban para tomarse la primera selfie con el candidato; aquellos que se apuraban para aparecérsele en todos los mítines; aquellos que se aprestaban a hacer de todo y en la realidad sólo simulaban.

Esos que a partir de hoy, a todo mundo presumirán que ganaron y que están coladísimos con el candidato ganador. Harán ostentación con aquella frase chocante ¡lo que se te ofrezca! Como cumplido a los abrazos y felicitaciones por el triunfo obtenido, que les endilgan aquellos inocentes que creen que a ellos se debió.

Otros por su cuenta festejarán, según sus posibilidades y los restaurantes y cafés serán testigos de la alegría y algarabía, que manifestarán sin recato alguno, por sentirse ya los elegidos y próximos colaboradores del futuro presidente. No tendrán recato en hacer públicos los planes que han fraguado en el haber de su imaginación, que correrán a cuenta de las posibilidades que en su cálculo son muchas, para obtener el puesto que creen que el presidente electo les tiene reservado.

Pero también los adultos mayores harán lo suyo, invitarán a sus allegados y familiares preferidos, para participarles el gran triunfo y bajo una estela de formalidad protocolaria, compartirán la estrategia que cuidadosamente han diseñado para ir a felicitar al presidente municipal electo, a quien le presentarán sus parabienes, sin dejar de lado la insinuación discreta de que ellos o sus hijos son los ideales para colaborar con él.

Y así, la lista de marrullerías de servilismo pudiera continuar, sin que nadie se percate que a partir de hoy, si el presidente electo no es impugnado, hará un sinfín de malabares para eludir hasta donde sea posible los compromisos no escritos, ya que en su campaña probó que hay malandros que están dispuestos a hacer cualquier cosa por poder y por dinero. De ahí que el presunto alcalde debe tener cuidado de no convertir la Presidencia en lavandería de prestigios percudidos.

Pero veamos el reverso de la moneda, donde los santurrones no cantan mal las rancheras, en el ánimo de obtener lo mismo, y es ahí, donde el recién electo urdirá un montaje espectacular, donde haga creer a tirios y troyanos que toda la comuna municipal es una especie de zahúrda, cuyos hedores deben disgustar y hasta desanimar a los supuestamente inmaculados. No lo creo, pero debe intentarlo.

De ahí que la primera estrategia para pensar todo esto, se basará en la graciosa huida, simulando unas merecidas vacaciones o inventar el ardid perverso de una enfermedad, a la que hay que atender y por ende guardar reposo, lo que le dará el tiempo suficiente para eludir los compromisos y desalentar las presiones de aquellos que no se le despegaban.

Con las cosas así, el presunto edil, está obligado a escoger entre dos bandos, con cuya mayoría no va quedar bien. Es cierto que en la campaña se le adhirieron colaboradores y ayudantes, pero no sabe qué hacer con ellos, porque son muchísimos.

Por eso el tiempo que se esconda o ausente, no será suficiente para repartir justamente las migajas de la nómina.

Ese será el primer quebradero de cabeza del alcalde, quien desde su guarida secreta, observará los desfiguros de aquellos que andarán del tingo al tango, tratando de localizarlo y de no lograrlo pronto, se plantarán de noche y día, bajo la idea de cazarlo, para recordarle que ahí están, dispuestos a colaborar en su gobierno.

Al hacer entrega de esta colaboración, todavía no se daban los resultados de la elección. Por eso no me fue posible hacer la crónica del candidato, que más tarde las autoridades electorales declararían ganador.

Ante las limitantes del tiempo y lo aburrido del acontecer dominical, tuve el problema de no saber qué tema abordar, para cumplir con mis lectores al día siguiente. Cosa que tuve que pensar buen rato, dado que la pereza invadía totalmente mi estado de ánimo y que pese a los esfuerzos que hacía, nada trascendente se me ocurría.

Al correr el tiempo, algo de repente y como efecto de un resorte me impulsó a que describiera la experiencia “de votar con el ánimo por los suelos y los sucesos que suelen darse al siguiente día”. Le agarré la palabra al pensamiento y dije: para luego es tarde.

Resulta que había decidido no ir a votar, pero al rato sentí la necesidad de hacerlo, pese a la rabia que no he superado contra aquellos que exhibieron la peor torpeza para debilitar a Morena y los arreglijos que orquestaron para atropellarla. Bajo dicha condición todo me daba lo mismo. Malhumorado llegué a la casilla donde me tocaba sufragar, pero al observar la poca afluencia volví a dudar. Sin embargo, decidí hacerlo, bajo la consigna de que ya estaba ahí, y que al doblar la boleta, sólo alcancé a pensar que “ojalá el candidato que correspondía al círculo que taché, fuera el menos peor”.

Créanme sinceramente los que me hagan el favor de leer, que nunca en mi vida jamás había sentido tanto desinterés por acudir a votar. Quizás por la poca relevancia que tiene una Alcaldía tan avasallada por los intereses mezquinos de grupo; o por la hipocresía demagógica que expiden los candidatos; o por lo poco creativo de las guerras sucias que no tuvieron impacto ni sabor. Seguramente porque los milagros de estos santos son tan conocidos, que ya no hay necesidad de colgarles otro, porque ya no les queda espacio en sus sagradas vestiduras.

Una vez narrada la experiencia personal sobre dicho tema, pasemos a lo que sin duda está aconteciendo en estos momentos de dolor, para aquellos que se están lamiendo las heridas como perros aporreados por la derrota; cuyos llantos de sus corifeos no serán suficientes para consolarlos, menos para salvarlos de ese golpe mortal.

Pero del otro lado, están frotándose las manos, los ilusos que votaron por el ganador por la seguridad de que les van a dar un hueso; o en su defecto, por el gusto de haberle partido el eje al candidato que gratuitamente les caía gordo; o al partido que ni haciendo gestos lo pueden tragar.

En fin, es tan complicado entender las razones por las que nos inclinamos a simpatizar por tal o cual candidato, o a la inversa, odiarlo sin motivos. Lo cierto es que sí hay diferencia entre los que acudimos a votar por convicción y los que acuden por interés; como aquellos que por acercamiento o parentesco ya tienen un lugar en la nómina del que ahora ya es presidente electo y que por tal motivo el gusto de la parranda apenas empieza.

Pero el gusto acompaña también a aquellos líderes charros, que por tradición aportan recursos y la voluntad de sus agremiados a cambio de posiciones clave, donde las cortejan para darle preferencia a familiares y cuates de estricta confianza, para que desde ahí, les ayuden a controlar férreamente los intereses que manejan y que competen a la discreción absoluta de sus organizaciones.

Pero los que todavía han de traer el cuete de la felicidad, son los jóvenes y adultos que anduvieron en campaña; aquellos que madrugaban para tomarse la primera selfie con el candidato; aquellos que se apuraban para aparecérsele en todos los mítines; aquellos que se aprestaban a hacer de todo y en la realidad sólo simulaban.

Esos que a partir de hoy, a todo mundo presumirán que ganaron y que están coladísimos con el candidato ganador. Harán ostentación con aquella frase chocante ¡lo que se te ofrezca! Como cumplido a los abrazos y felicitaciones por el triunfo obtenido, que les endilgan aquellos inocentes que creen que a ellos se debió.

Otros por su cuenta festejarán, según sus posibilidades y los restaurantes y cafés serán testigos de la alegría y algarabía, que manifestarán sin recato alguno, por sentirse ya los elegidos y próximos colaboradores del futuro presidente. No tendrán recato en hacer públicos los planes que han fraguado en el haber de su imaginación, que correrán a cuenta de las posibilidades que en su cálculo son muchas, para obtener el puesto que creen que el presidente electo les tiene reservado.

Pero también los adultos mayores harán lo suyo, invitarán a sus allegados y familiares preferidos, para participarles el gran triunfo y bajo una estela de formalidad protocolaria, compartirán la estrategia que cuidadosamente han diseñado para ir a felicitar al presidente municipal electo, a quien le presentarán sus parabienes, sin dejar de lado la insinuación discreta de que ellos o sus hijos son los ideales para colaborar con él.

Y así, la lista de marrullerías de servilismo pudiera continuar, sin que nadie se percate que a partir de hoy, si el presidente electo no es impugnado, hará un sinfín de malabares para eludir hasta donde sea posible los compromisos no escritos, ya que en su campaña probó que hay malandros que están dispuestos a hacer cualquier cosa por poder y por dinero. De ahí que el presunto alcalde debe tener cuidado de no convertir la Presidencia en lavandería de prestigios percudidos.

Pero veamos el reverso de la moneda, donde los santurrones no cantan mal las rancheras, en el ánimo de obtener lo mismo, y es ahí, donde el recién electo urdirá un montaje espectacular, donde haga creer a tirios y troyanos que toda la comuna municipal es una especie de zahúrda, cuyos hedores deben disgustar y hasta desanimar a los supuestamente inmaculados. No lo creo, pero debe intentarlo.

De ahí que la primera estrategia para pensar todo esto, se basará en la graciosa huida, simulando unas merecidas vacaciones o inventar el ardid perverso de una enfermedad, a la que hay que atender y por ende guardar reposo, lo que le dará el tiempo suficiente para eludir los compromisos y desalentar las presiones de aquellos que no se le despegaban.

Con las cosas así, el presunto edil, está obligado a escoger entre dos bandos, con cuya mayoría no va quedar bien. Es cierto que en la campaña se le adhirieron colaboradores y ayudantes, pero no sabe qué hacer con ellos, porque son muchísimos.

Por eso el tiempo que se esconda o ausente, no será suficiente para repartir justamente las migajas de la nómina.

Ese será el primer quebradero de cabeza del alcalde, quien desde su guarida secreta, observará los desfiguros de aquellos que andarán del tingo al tango, tratando de localizarlo y de no lograrlo pronto, se plantarán de noche y día, bajo la idea de cazarlo, para recordarle que ahí están, dispuestos a colaborar en su gobierno.