/ domingo 25 de noviembre de 2018

La gran diferencia entre Elba Esther y Juan Díaz de la Torre

En las reglas no escritas del sistema imperial mexicano, puede afirmarse que sin el bautizo de cárcel no hay consagración. Hoy la historia no se repite. En el matiz y en el asombro, el disparo se dirige a la mansedumbre colectiva y golpea sobre el destinatario en su ego y desvergüenza de poco hombre.

En esta historia de vanidades y gula del poder, no hay precedente de un golpe tan sofisticado y suave, como el que hoy se lanza sobre la imagen y persona del exlíder sindical Juan Díaz de la Torre.

Retirarse del poder de manera aterciopelada, fingiendo dignidad y ocultando el odio a la conformidad aceptada del rebaño, cuya lección ovejuna había enseñado cuando él asaltó el poder y al que hoy renuncia, bajo la careta de la hipocresía, aduciendo que se retira porque “el sindicato es primero” del que sin duda ya se atiborró los bolsillos para darle ese lugar.

En lo referente a los graves problemas, el SNTE ha sido lastimado por el enorme contraste de liderazgos, donde destaca la rebeldía de la maestra, cuya osadía la llevó a la cárcel, mientras la omisión y sumisión de Juan Díaz lo llevaron al poder, para complicar la seguridad de los maestros, cuyo abandono de defensa les provocó el terror ante el verdugo de una evaluación punitiva.

La comodidad y cobardía de este seudolíder no tienen límites y su calidad moral es la de un pillo por cualquier lado que se le vea. Su discurso de despedida no fue para defender “su honor y dignidad” como lo quiso hacer sentir, sino para exhibir su docilidad y servilismo, que le ayudaron para usurpar el poder, pero también para destituirlo de él.

En las reglas no escritas del sistema imperial mexicano, puede afirmarse que sin el bautizo de cárcel no hay consagración. Hoy la historia no se repite. En el matiz y en el asombro, el disparo se dirige a la mansedumbre colectiva y golpea sobre el destinatario en su ego y desvergüenza de poco hombre.

La ruptura es total; entre la maestra Elba Esther y Juan Díaz de la Torre, los puentes están dinamitados y los caminos quedaron cerrados para el entendimiento civilizado. El discurso de despedida de Juan fue cínico, al declarar que se opuso a la evaluación punitiva. De allí pasó a lo oblicuo, porque no reclama injusticia en el procedimiento que lo obligó a renunciar; en su perorata sólo invoca razones institucionales.

Pero cuando toca a la figura que lo hizo rehén de su venganza, sin mencionarla, los reproches son abiertos, frontales, sin cautelas, no disimula enojo ni oculta voluntad de confrontación, es una riña que ahora quiere voltear, sintiéndose víctima de revanchas y deslealtades.

Consigna eliminar la presidencia del SNTE y la ejerció sin ningún problema; condena los cacicazgos y no tuvo empacho en intentar perpetuarse en el poder.

Y así, valiéndose de la incongruencia más atroz, mediáticamente quiso linchar a la maestra con el propósito de hacer extensivo el regateo que en honor a la justicia le corresponde. Escarnecerla, no por lo que se le acusa, sino por el peligro que representa. Desprestigiarla para despistar el saqueo del botín que dicen que ella se robó.

Sin embargo, la pionera de su caída, sigue firme y en pie de lucha a favor de la dignidad y del honor del magisterio. Su palabra sigue empeñada y no descansará hasta vencer o morir, pese a que ya haya recibido la consagración de la cabeza del pez mayor. Tumbándolo del puesto y arrojarlo hacia la calle con cajas destempladas.

Pensaba que el juguete que sus incondicionales le habían regalado por segunda vez, no tenía fecha de caducidad. Por eso, se sentía exento de la venganza prometida, que una vez cobrada no alcanzó a pagar ni con las lágrimas de cocodrilo que derramaron sus esbirros y que sin duda lo amortajaron con el mismo desprecio que él utilizó con la maestra.

La muerte de Juan Díaz fue atípica, porque se torna en la excepción de aquel adagio que sentencia: “El que a hierro mata a hierro muere” pero nunca por las manos de su víctima, como es el caso que nos ocupa, ya que el traidor nunca imaginó que la maestra lograría la resurrección, sólo para clavarle la misma daga con que éste la hirió de muerte.

Con la renuncia obligada y vergonzosa del traidor, la maestra puede darse por bien servida, sin conmoverse del recuento de los daños que ha causado en aquellos que fueron cómplices de la flagrante usurpación de Díaz, y más tarde falsos arropadores en la truculenta reforma de los estatutos para sostenerlo en una reelección fraudulenta.

Sin duda que la maestra ha logrado su objetivo principal, destituir a Juan Díaz, eliminar al panal y permanecer del lado del presidente electo, quien ha hecho sentir que el SNTE debe democratizarse ya, sin la presencia ni aval del destituido.

Todo indica que la renuncia fue bien orquestada, pues hasta ahora se han cuidado todos los detalles. Se realizó justo cuando el presidente electo ha negado todo tipo de comunicación con el exlíder sindical y sin duda también lo hará con el sucesor, por surgir de los mismos trucos antidemocráticos y ambos fueron férreos defensores de la mal llamada reforma educativa y fieles seguidores de José Antonio Meade.

Esas son razones de suficiente peso, para que a AMLO no le quepa duda en marcar la diferencia entre el despedido y la maestra, ya que ella fue a parar a la cárcel con la dignidad en alto por habernos defendido; mientras Juan fue a parar a la calle por habernos traicionado y pese al deshonor que lleva a cuestas, poca mella ha de hacerle aunque en ella se encuentre de patitas.

Esa es la gran diferencia que existe entre un seudolíder y una lideresa de verdad; de un poco hombre y una verdadera mujer; de un mercachifles vendido y una guerrera comprometida. De allí que entre la mayoría de los maestros logrará Juan concitar odio y sed de venganza. De allí que en su sano juicio, nadie podría oponerse a lo sucedido en torno a su renuncia.

Las evidencias de su negligencia y entreguismo eran públicas y conocidas; sólo faltaba el empuje que la maestra promovió. También era cierto que su remoción era indispensable, pero no para dejar en su lugar a uno de los mismos, bajo el esquema antidemocrático, cuyo Talón de Aquiles viene combatiendo el nuevo régimen.

Si piensan que la estabilidad sindical ha llegado con la continuidad de pantanos malolientes, y de complicidades entre el que se fue y el que se queda, se equivocan rotundamente, porque son los mismos y ya empiezan a verse los negocios de Cepeda, que lo retratan de largas uñas y lo exhiben hambriento de poder, cual buen discípulo de los Moreira.


En las reglas no escritas del sistema imperial mexicano, puede afirmarse que sin el bautizo de cárcel no hay consagración. Hoy la historia no se repite. En el matiz y en el asombro, el disparo se dirige a la mansedumbre colectiva y golpea sobre el destinatario en su ego y desvergüenza de poco hombre.

En esta historia de vanidades y gula del poder, no hay precedente de un golpe tan sofisticado y suave, como el que hoy se lanza sobre la imagen y persona del exlíder sindical Juan Díaz de la Torre.

Retirarse del poder de manera aterciopelada, fingiendo dignidad y ocultando el odio a la conformidad aceptada del rebaño, cuya lección ovejuna había enseñado cuando él asaltó el poder y al que hoy renuncia, bajo la careta de la hipocresía, aduciendo que se retira porque “el sindicato es primero” del que sin duda ya se atiborró los bolsillos para darle ese lugar.

En lo referente a los graves problemas, el SNTE ha sido lastimado por el enorme contraste de liderazgos, donde destaca la rebeldía de la maestra, cuya osadía la llevó a la cárcel, mientras la omisión y sumisión de Juan Díaz lo llevaron al poder, para complicar la seguridad de los maestros, cuyo abandono de defensa les provocó el terror ante el verdugo de una evaluación punitiva.

La comodidad y cobardía de este seudolíder no tienen límites y su calidad moral es la de un pillo por cualquier lado que se le vea. Su discurso de despedida no fue para defender “su honor y dignidad” como lo quiso hacer sentir, sino para exhibir su docilidad y servilismo, que le ayudaron para usurpar el poder, pero también para destituirlo de él.

En las reglas no escritas del sistema imperial mexicano, puede afirmarse que sin el bautizo de cárcel no hay consagración. Hoy la historia no se repite. En el matiz y en el asombro, el disparo se dirige a la mansedumbre colectiva y golpea sobre el destinatario en su ego y desvergüenza de poco hombre.

La ruptura es total; entre la maestra Elba Esther y Juan Díaz de la Torre, los puentes están dinamitados y los caminos quedaron cerrados para el entendimiento civilizado. El discurso de despedida de Juan fue cínico, al declarar que se opuso a la evaluación punitiva. De allí pasó a lo oblicuo, porque no reclama injusticia en el procedimiento que lo obligó a renunciar; en su perorata sólo invoca razones institucionales.

Pero cuando toca a la figura que lo hizo rehén de su venganza, sin mencionarla, los reproches son abiertos, frontales, sin cautelas, no disimula enojo ni oculta voluntad de confrontación, es una riña que ahora quiere voltear, sintiéndose víctima de revanchas y deslealtades.

Consigna eliminar la presidencia del SNTE y la ejerció sin ningún problema; condena los cacicazgos y no tuvo empacho en intentar perpetuarse en el poder.

Y así, valiéndose de la incongruencia más atroz, mediáticamente quiso linchar a la maestra con el propósito de hacer extensivo el regateo que en honor a la justicia le corresponde. Escarnecerla, no por lo que se le acusa, sino por el peligro que representa. Desprestigiarla para despistar el saqueo del botín que dicen que ella se robó.

Sin embargo, la pionera de su caída, sigue firme y en pie de lucha a favor de la dignidad y del honor del magisterio. Su palabra sigue empeñada y no descansará hasta vencer o morir, pese a que ya haya recibido la consagración de la cabeza del pez mayor. Tumbándolo del puesto y arrojarlo hacia la calle con cajas destempladas.

Pensaba que el juguete que sus incondicionales le habían regalado por segunda vez, no tenía fecha de caducidad. Por eso, se sentía exento de la venganza prometida, que una vez cobrada no alcanzó a pagar ni con las lágrimas de cocodrilo que derramaron sus esbirros y que sin duda lo amortajaron con el mismo desprecio que él utilizó con la maestra.

La muerte de Juan Díaz fue atípica, porque se torna en la excepción de aquel adagio que sentencia: “El que a hierro mata a hierro muere” pero nunca por las manos de su víctima, como es el caso que nos ocupa, ya que el traidor nunca imaginó que la maestra lograría la resurrección, sólo para clavarle la misma daga con que éste la hirió de muerte.

Con la renuncia obligada y vergonzosa del traidor, la maestra puede darse por bien servida, sin conmoverse del recuento de los daños que ha causado en aquellos que fueron cómplices de la flagrante usurpación de Díaz, y más tarde falsos arropadores en la truculenta reforma de los estatutos para sostenerlo en una reelección fraudulenta.

Sin duda que la maestra ha logrado su objetivo principal, destituir a Juan Díaz, eliminar al panal y permanecer del lado del presidente electo, quien ha hecho sentir que el SNTE debe democratizarse ya, sin la presencia ni aval del destituido.

Todo indica que la renuncia fue bien orquestada, pues hasta ahora se han cuidado todos los detalles. Se realizó justo cuando el presidente electo ha negado todo tipo de comunicación con el exlíder sindical y sin duda también lo hará con el sucesor, por surgir de los mismos trucos antidemocráticos y ambos fueron férreos defensores de la mal llamada reforma educativa y fieles seguidores de José Antonio Meade.

Esas son razones de suficiente peso, para que a AMLO no le quepa duda en marcar la diferencia entre el despedido y la maestra, ya que ella fue a parar a la cárcel con la dignidad en alto por habernos defendido; mientras Juan fue a parar a la calle por habernos traicionado y pese al deshonor que lleva a cuestas, poca mella ha de hacerle aunque en ella se encuentre de patitas.

Esa es la gran diferencia que existe entre un seudolíder y una lideresa de verdad; de un poco hombre y una verdadera mujer; de un mercachifles vendido y una guerrera comprometida. De allí que entre la mayoría de los maestros logrará Juan concitar odio y sed de venganza. De allí que en su sano juicio, nadie podría oponerse a lo sucedido en torno a su renuncia.

Las evidencias de su negligencia y entreguismo eran públicas y conocidas; sólo faltaba el empuje que la maestra promovió. También era cierto que su remoción era indispensable, pero no para dejar en su lugar a uno de los mismos, bajo el esquema antidemocrático, cuyo Talón de Aquiles viene combatiendo el nuevo régimen.

Si piensan que la estabilidad sindical ha llegado con la continuidad de pantanos malolientes, y de complicidades entre el que se fue y el que se queda, se equivocan rotundamente, porque son los mismos y ya empiezan a verse los negocios de Cepeda, que lo retratan de largas uñas y lo exhiben hambriento de poder, cual buen discípulo de los Moreira.