/ lunes 18 de febrero de 2019

La incapacidad de los chairos

En palabras del propio Andrés Manuel López Obrador (AMLO): Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) es mucho más que un partido político, es también un movimiento que llevará a México a la cuarta transformación de una manera pacífica (la primera fue la independencia, la segunda la reforma y la tercera la revolución).

Debemos reconocer que MORENA representa un fenómeno político y social sin parangón en nuestro país; en tan solo 7 años (tres como movimiento y cuatro como partido político), sin ser un partido de estado y con una “ideología” de izquierda, ha conseguido la presidencia de la República y el Congreso de la Unión, pero además logró que la gran mayoría de los candidatos que postulara bajo su marca ganaran en las elecciones de 2018, consiguió que a los votantes no les interesará quien era el candidato, si político, artista, exfutbolista, stripper, delincuente o lo que fuera.

Sin embargo, desde la perspectiva del que esto escribe, Morena presenta una importante tara de origen: se diseñó a la medida de las necesidades de una sola persona, de AMLO, un personaje megalómano y egocéntrico en extremo. De hecho, AMLO puede decir sin el menor atisbo de soberbia la frase: “Morena soy yo”; y es que el Partido descansa totalmente en la figura del ahora presidente de México.

Esta condición de carácter de AMLO generó que en su intento por ganar la presidencia se rodeara de dos tipos de personas. En un primer grupo están los políticos renegados de su partido de origen, con un dudoso pasado y con mucha ambición; estos le vinieron a solucionar el problema de la falta de candidatos, a la vez que fracturaba a algunos partidos. En el segundo grupo están las personas de la base del movimiento, personajes con nula experiencia y con un perfil profesional de medio hacia abajo.

Es inconcuso que la operación le dio resultados al tabasqueño, arrasó en las votaciones del primero de julio de 2018, pero a los ciudadanos nos está resultando muy caro el amasijo fabricado, sobre todo el lidiar con los del segundo grupo, con los del primero de alguna forma ya estamos acostumbrados y los conocemos, solo cambiaron de marca, no de costumbres.

Así entonces, el segundo grupo, el más numeroso, pide ahora su recompensa por haber apoyado en la campaña a AMLO, unos reclaman las becas y las dádivas prometidas, -quieren seguir sin trabajar- mientras que otros -los menos- aspiran a un cargo en la administración pública federal.

El problema es que muchos de estos no tienen el perfil, el conocimiento ni la experiencia para ocuparlos, la mayoría de ellos son los clásicos “pensadores” de izquierda que nunca han leído un libro ni han estudiado, son aquellos que se fosilizaron en las universidades mientras criticaban a los que si estudiaban y que conseguían becas para posgrado, son los que se quedaron aletargados en el discurso de la lucha antiburguesa y del antiimperialismo.

Si bien es cierto que “lo que natura no da, Salamanca no lo presta”, no es menos cierto que la educación proporciona conocimiento, da herramientas para hacer un mejor trabajo y le confiere seguridad al funcionario, atributos que evidentemente no todos los miembros de Morena tienen, ni el mismo presidente que tardó 14 años en concluir su licenciatura en la UNAM.

Resulta francamente aberrante que quien tiene encomendada la tarea de postular personas a cargos de relevancia, no tenga la menor idea del nivel educativo que se requiere y mande a cualquiera, al fin que el presidente puede con un plumazo cambiar los requisitos de escolaridad. Es de agradecer que Esteban Moctezuma Barragán, secretario de educación y con carrera trunca en derecho, no quiera ser ministro de la Corte.

Así pues, la constante en este gobierno de la cuarta transformación ha sido la falta de perfiles para ocupar puestos en la administración pública federal, los que no han sido rechazado no han podido con la responsabilidad encomendada, dudan, desconfían y no resuelven, en síntesis, tienen prácticamente en impasse al gobierno federal.

Este es un verdadero problema para el presidente de México, es una fisura que se va haciendo grande en la medida que comienzan los reemplazos en la estructura del gobierno, no siempre podrán usar el discurso de la corrupción o del desorden que encontraron; el funcionamiento del aparato del Estado requiere de un grupo de funcionarios ágil, con altura de miras y osados para resolver el enorme caos que dicen encontraron en las diferentes oficinas del gobierno federal.

En palabras del propio Andrés Manuel López Obrador (AMLO): Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) es mucho más que un partido político, es también un movimiento que llevará a México a la cuarta transformación de una manera pacífica (la primera fue la independencia, la segunda la reforma y la tercera la revolución).

Debemos reconocer que MORENA representa un fenómeno político y social sin parangón en nuestro país; en tan solo 7 años (tres como movimiento y cuatro como partido político), sin ser un partido de estado y con una “ideología” de izquierda, ha conseguido la presidencia de la República y el Congreso de la Unión, pero además logró que la gran mayoría de los candidatos que postulara bajo su marca ganaran en las elecciones de 2018, consiguió que a los votantes no les interesará quien era el candidato, si político, artista, exfutbolista, stripper, delincuente o lo que fuera.

Sin embargo, desde la perspectiva del que esto escribe, Morena presenta una importante tara de origen: se diseñó a la medida de las necesidades de una sola persona, de AMLO, un personaje megalómano y egocéntrico en extremo. De hecho, AMLO puede decir sin el menor atisbo de soberbia la frase: “Morena soy yo”; y es que el Partido descansa totalmente en la figura del ahora presidente de México.

Esta condición de carácter de AMLO generó que en su intento por ganar la presidencia se rodeara de dos tipos de personas. En un primer grupo están los políticos renegados de su partido de origen, con un dudoso pasado y con mucha ambición; estos le vinieron a solucionar el problema de la falta de candidatos, a la vez que fracturaba a algunos partidos. En el segundo grupo están las personas de la base del movimiento, personajes con nula experiencia y con un perfil profesional de medio hacia abajo.

Es inconcuso que la operación le dio resultados al tabasqueño, arrasó en las votaciones del primero de julio de 2018, pero a los ciudadanos nos está resultando muy caro el amasijo fabricado, sobre todo el lidiar con los del segundo grupo, con los del primero de alguna forma ya estamos acostumbrados y los conocemos, solo cambiaron de marca, no de costumbres.

Así entonces, el segundo grupo, el más numeroso, pide ahora su recompensa por haber apoyado en la campaña a AMLO, unos reclaman las becas y las dádivas prometidas, -quieren seguir sin trabajar- mientras que otros -los menos- aspiran a un cargo en la administración pública federal.

El problema es que muchos de estos no tienen el perfil, el conocimiento ni la experiencia para ocuparlos, la mayoría de ellos son los clásicos “pensadores” de izquierda que nunca han leído un libro ni han estudiado, son aquellos que se fosilizaron en las universidades mientras criticaban a los que si estudiaban y que conseguían becas para posgrado, son los que se quedaron aletargados en el discurso de la lucha antiburguesa y del antiimperialismo.

Si bien es cierto que “lo que natura no da, Salamanca no lo presta”, no es menos cierto que la educación proporciona conocimiento, da herramientas para hacer un mejor trabajo y le confiere seguridad al funcionario, atributos que evidentemente no todos los miembros de Morena tienen, ni el mismo presidente que tardó 14 años en concluir su licenciatura en la UNAM.

Resulta francamente aberrante que quien tiene encomendada la tarea de postular personas a cargos de relevancia, no tenga la menor idea del nivel educativo que se requiere y mande a cualquiera, al fin que el presidente puede con un plumazo cambiar los requisitos de escolaridad. Es de agradecer que Esteban Moctezuma Barragán, secretario de educación y con carrera trunca en derecho, no quiera ser ministro de la Corte.

Así pues, la constante en este gobierno de la cuarta transformación ha sido la falta de perfiles para ocupar puestos en la administración pública federal, los que no han sido rechazado no han podido con la responsabilidad encomendada, dudan, desconfían y no resuelven, en síntesis, tienen prácticamente en impasse al gobierno federal.

Este es un verdadero problema para el presidente de México, es una fisura que se va haciendo grande en la medida que comienzan los reemplazos en la estructura del gobierno, no siempre podrán usar el discurso de la corrupción o del desorden que encontraron; el funcionamiento del aparato del Estado requiere de un grupo de funcionarios ágil, con altura de miras y osados para resolver el enorme caos que dicen encontraron en las diferentes oficinas del gobierno federal.