/ lunes 11 de abril de 2022

La (in)satisfacción con las democracias latinoamericanas

En anteriores artículos nos hemos referido al Informe de la Corporación Latinobarómetro, importante ejercicio demoscópico que año con año busca realizar mediciones objetivas sobre el estado de nuestras democracias.

En su edición de 2021, el informe subtitulado “Adiós a Macondo” reafirma algo que paulatinamente ha caracterizado a los regímenes políticos y a las instituciones en América Latina: “Ningún pueblo de la región está contento con la manera cómo funciona la democracia en su país”. Esta es una fuerte llamada de atención de cara a la vida post-pandemia, en la cual los gobiernos serán cada vez más exigidos (y con justa razón).

Es necesario partir de una premisa básica: la referida insatisfacción con las democracias latinoamericanas no es un asunto propio y exclusivo de los actuales gobiernos en la región; antes bien, se trata de un proceso fuertemente cargado de historicidad. Por eso que la repartición de culpas no es sino algo superfluo, ya que el trabajo debe hacerse de aquí en delate sin prescindir de las lecciones que el pasado propiamente dicho y en cuanto tal ha dejado.

Un ítem que resulta particularmente relevante para los objetivos de Latinobarómetro ha sido el del apoyo a la democracia. Tal indicador, diseñado por los extraordinarios teóricos de la democracia contemporánea Juan Linz y Leonardo Morlino, plantea lo siguiente: “¿Con cuál de las siguientes frases está usted más de acuerdo?: ‘La democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno’. ‘En algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático’. ‘A la gente como uno, nos da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático’”.

Los países con mayor nivel de apoyo a la democracia son Uruguay (74%), Costa Rica (67%), Chile (60%), Argentina (55%), Bolivia (54%) y República Dominicana (50%), además del curioso caso venezolano (69%). Otro país tendencialmente autoritario como es Nicaragua registra un 48%, y de ahí continúan El Salvador y Perú (46%), Paraguay (44%), México y Colombia (43%), Brasil (40%), Guatemala (37%), Panamá (35%), Ecuador (33%) y Honduras (30%).

¿Ha afectado la pandemia la satisfacción con la democracia? En realidad, y al decir de Latinobarómetro, no ha sido tanto. De hecho, el Covid-19 “no ha producido cambios abruptos en el posicionamiento de los países respecto del apoyo a la democracia. Aquellos que históricamente han sido débiles, persisten en esta condición, al igual que aquellos más sólidos, que mantienen ese apoyo”.

En función de lo anterior, resulta “equivocado afirmar que el estado de las democracias tiene algo que ver con la pandemia, es más bien al revés, el impacto que la pandemia ha tenido en los países se explica por la calidad (grados de debilidad) de los Estados, de las repúblicas, y finalmente también de sus democracias”. En perspectiva de futuro, y pensando en las crisis sanitarias que pudieran llegar en próximos años o décadas, la preparación institucional, estatal y ciudadana, definitivamente, tiene que ser mucho mayor.

Por todo lo anterior, pensar y repensar con sentido de crítica las democracias latinoamericanas requiere de un componente ineludible de vigilancia en torno al actuar tanto de gobernantes como de gobernados. Si queremos un progreso real y un avance significativo en el ejercicio del poder público en la región, el involucramiento con la toma de decisiones debe ser activo y proactivo a la vez.


En anteriores artículos nos hemos referido al Informe de la Corporación Latinobarómetro, importante ejercicio demoscópico que año con año busca realizar mediciones objetivas sobre el estado de nuestras democracias.

En su edición de 2021, el informe subtitulado “Adiós a Macondo” reafirma algo que paulatinamente ha caracterizado a los regímenes políticos y a las instituciones en América Latina: “Ningún pueblo de la región está contento con la manera cómo funciona la democracia en su país”. Esta es una fuerte llamada de atención de cara a la vida post-pandemia, en la cual los gobiernos serán cada vez más exigidos (y con justa razón).

Es necesario partir de una premisa básica: la referida insatisfacción con las democracias latinoamericanas no es un asunto propio y exclusivo de los actuales gobiernos en la región; antes bien, se trata de un proceso fuertemente cargado de historicidad. Por eso que la repartición de culpas no es sino algo superfluo, ya que el trabajo debe hacerse de aquí en delate sin prescindir de las lecciones que el pasado propiamente dicho y en cuanto tal ha dejado.

Un ítem que resulta particularmente relevante para los objetivos de Latinobarómetro ha sido el del apoyo a la democracia. Tal indicador, diseñado por los extraordinarios teóricos de la democracia contemporánea Juan Linz y Leonardo Morlino, plantea lo siguiente: “¿Con cuál de las siguientes frases está usted más de acuerdo?: ‘La democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno’. ‘En algunas circunstancias, un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático’. ‘A la gente como uno, nos da lo mismo un régimen democrático que uno no democrático’”.

Los países con mayor nivel de apoyo a la democracia son Uruguay (74%), Costa Rica (67%), Chile (60%), Argentina (55%), Bolivia (54%) y República Dominicana (50%), además del curioso caso venezolano (69%). Otro país tendencialmente autoritario como es Nicaragua registra un 48%, y de ahí continúan El Salvador y Perú (46%), Paraguay (44%), México y Colombia (43%), Brasil (40%), Guatemala (37%), Panamá (35%), Ecuador (33%) y Honduras (30%).

¿Ha afectado la pandemia la satisfacción con la democracia? En realidad, y al decir de Latinobarómetro, no ha sido tanto. De hecho, el Covid-19 “no ha producido cambios abruptos en el posicionamiento de los países respecto del apoyo a la democracia. Aquellos que históricamente han sido débiles, persisten en esta condición, al igual que aquellos más sólidos, que mantienen ese apoyo”.

En función de lo anterior, resulta “equivocado afirmar que el estado de las democracias tiene algo que ver con la pandemia, es más bien al revés, el impacto que la pandemia ha tenido en los países se explica por la calidad (grados de debilidad) de los Estados, de las repúblicas, y finalmente también de sus democracias”. En perspectiva de futuro, y pensando en las crisis sanitarias que pudieran llegar en próximos años o décadas, la preparación institucional, estatal y ciudadana, definitivamente, tiene que ser mucho mayor.

Por todo lo anterior, pensar y repensar con sentido de crítica las democracias latinoamericanas requiere de un componente ineludible de vigilancia en torno al actuar tanto de gobernantes como de gobernados. Si queremos un progreso real y un avance significativo en el ejercicio del poder público en la región, el involucramiento con la toma de decisiones debe ser activo y proactivo a la vez.