/ jueves 1 de julio de 2021

La literatura de Nacho Padilla

A un año de su inesperada muerte, la Academia Mexicana de la Lengua (AML) rindió un homenaje al joven escritor Ignacio Fernando “Nacho” Padilla Suárez, considerado un pilar en la literatura mexicana contemporánea, ya que él y un grupo de jóvenes conformaron la generación del “crack”, quienes implantaron una literatura compleja y de mayor exigencia formal, estructural y cultural, que se convirtió en la ruptura del “boom latinoamericano” de los años 70’s.

Maestro en literatura inglesa por la Universidad de Edimburgo y doctor en literatura española e hispanoamericana egresado de la Universidad de Salamanca, escribió poco más de 33 obras, entre novelas, cuentos, ensayos y crónicas. Nacido el 7 de noviembre de 1968, murió a la edad de 47 años en un accidente automovilístico.

Cuentista, novelista, cronista y ensayista, estuvo vinculado a escritores como Jorge Volpi, Eloy Urroz, Pedro Ángel Palou y Ricardo Chávez, quienes en 1996 lanzaron el “Manifiesto del Crack”, con el objetivo de agitar el panorama literario mexicano y contribuir a su renovación.

La Academia Mexicana de la Lengua, aprobó el 14 de abril de 2016 que Ignacio Padilla ocupara la silla XXXIV, la cual quedó vacante tras el fallecimiento del poeta Hugo Gutiérrez Vega el 25 de septiembre del 2015, sin embargo, fue tan sólo unos meses que fue el titular de ese sitial, además de que formó parte del Sistema Nacional de Creadores.

El cuento era para él la madre de toda su literatura, a veces se desbordaba para convertirse en novela y otras, los personajes pedían telón y nacía una obra de teatro.

Nacho Padilla se veía a sí mismo como un rey viejo, fantasmal y providente que aparece de vez en vez para que el hijo no se olvide de él y para vengar a quienes quisieron su muerte. Se coronó como el rey secreto de la narrativa.

Gran parte de su obra narrativa ha sido traducida a más de 15 idiomas y cuenta con al menos una docena de premios nacionales e internacionales, entre los que destacan: el Premio Nacional de las Juventudes Alfonso Reyes (1989); Premio Kalpa de Ciencia Ficción (1994); Premio Nacional Juan Rulfo para Primera Novela (1994); Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada (1994); Premio Nacional de Ensayo Literario Malcom Lowry (1994); Premio Nacional de Ensayo José Revueltas (1999); Premio Primavera de Novela (2000) y en una sola edición, tres Premios de Literatura Bellas Artes, el de Cuento Infantil Juan de la Cabada, por Las tormentas del mar embotellado en 1994.

Él era el más devoto y el más precoz. Tenía devoción a Gabriel García Márquez, a las estructuras complejas, a escribir pronto y mucho. Ganó el Premio Primavera por anfitrión a sus 32 años y también fue precoz al morir, pero esta vez su precocidad nos dejó una gran tristeza, señaló la escritora Rosa Beltrán, experta en literatura comparada.

Su obra póstuma “Última escala en ninguna parte” ha sido publicada recientemente y nos hace cómplices de aventuras extrañísimas y divertidas, con resultados inesperados. Así, podemos vivir la literatura como una historia de amistad, como lo han hecho los autores de su generación.

A un año de su inesperada muerte, la Academia Mexicana de la Lengua (AML) rindió un homenaje al joven escritor Ignacio Fernando “Nacho” Padilla Suárez, considerado un pilar en la literatura mexicana contemporánea, ya que él y un grupo de jóvenes conformaron la generación del “crack”, quienes implantaron una literatura compleja y de mayor exigencia formal, estructural y cultural, que se convirtió en la ruptura del “boom latinoamericano” de los años 70’s.

Maestro en literatura inglesa por la Universidad de Edimburgo y doctor en literatura española e hispanoamericana egresado de la Universidad de Salamanca, escribió poco más de 33 obras, entre novelas, cuentos, ensayos y crónicas. Nacido el 7 de noviembre de 1968, murió a la edad de 47 años en un accidente automovilístico.

Cuentista, novelista, cronista y ensayista, estuvo vinculado a escritores como Jorge Volpi, Eloy Urroz, Pedro Ángel Palou y Ricardo Chávez, quienes en 1996 lanzaron el “Manifiesto del Crack”, con el objetivo de agitar el panorama literario mexicano y contribuir a su renovación.

La Academia Mexicana de la Lengua, aprobó el 14 de abril de 2016 que Ignacio Padilla ocupara la silla XXXIV, la cual quedó vacante tras el fallecimiento del poeta Hugo Gutiérrez Vega el 25 de septiembre del 2015, sin embargo, fue tan sólo unos meses que fue el titular de ese sitial, además de que formó parte del Sistema Nacional de Creadores.

El cuento era para él la madre de toda su literatura, a veces se desbordaba para convertirse en novela y otras, los personajes pedían telón y nacía una obra de teatro.

Nacho Padilla se veía a sí mismo como un rey viejo, fantasmal y providente que aparece de vez en vez para que el hijo no se olvide de él y para vengar a quienes quisieron su muerte. Se coronó como el rey secreto de la narrativa.

Gran parte de su obra narrativa ha sido traducida a más de 15 idiomas y cuenta con al menos una docena de premios nacionales e internacionales, entre los que destacan: el Premio Nacional de las Juventudes Alfonso Reyes (1989); Premio Kalpa de Ciencia Ficción (1994); Premio Nacional Juan Rulfo para Primera Novela (1994); Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada (1994); Premio Nacional de Ensayo Literario Malcom Lowry (1994); Premio Nacional de Ensayo José Revueltas (1999); Premio Primavera de Novela (2000) y en una sola edición, tres Premios de Literatura Bellas Artes, el de Cuento Infantil Juan de la Cabada, por Las tormentas del mar embotellado en 1994.

Él era el más devoto y el más precoz. Tenía devoción a Gabriel García Márquez, a las estructuras complejas, a escribir pronto y mucho. Ganó el Premio Primavera por anfitrión a sus 32 años y también fue precoz al morir, pero esta vez su precocidad nos dejó una gran tristeza, señaló la escritora Rosa Beltrán, experta en literatura comparada.

Su obra póstuma “Última escala en ninguna parte” ha sido publicada recientemente y nos hace cómplices de aventuras extrañísimas y divertidas, con resultados inesperados. Así, podemos vivir la literatura como una historia de amistad, como lo han hecho los autores de su generación.