/ viernes 28 de febrero de 2020

La más expresiva verdad que se puede decir del maestro


Ser maestro, es ser promotor de la evolución cultural. Es ser guía de comunidades rurales principalmente; porque es el profesionista que más se identifica con el campesino, con el obrero, con el jornalero y, el que más se adapta a su ambiente, viviendo en carne propia sus necesidades y luchando junto con ellos por un mayor bienestar común.

Su labor es callada pero trascendente, sublime por la elevación de su espíritu; es modesta su presencia pero inestimable su dignidad, enmarcada por la señorial sencillez de su personalidad. Se han erigido encomios a su efigie, pero también injurias y críticas a su condición humana. Pocos son los que verdaderamente reconocen su temple en esta singular batalla que libera y las circunstancias con que la afronta.

La preparación y actualización del maestro es fundamental e inevitable. No se puede concebir la imagen de un maestro pasado de moda y mucho menos con una lamentable pobreza espiritual. Es necesario revitalizar constantemente su conciencia y aun cuando su cultura sea decorosa, debe de estar a la par con la modernidad. Un maestro debe ser autodidáctica, un lector incansable y partidario de los cursos o talleres pedagógicos. Hacer honor con dignidad a tan elocuente capacidad de formar ciudadanos con una nueva mentalidad y, se sientan comprometidos a responder por el mayor desarrollo nacional.

Pero para realizar tan grandiosa misión, el maestro tiene que prepararse y actualizarse constantemente a fin de que su apostolado esté al día. Tiene que entregarse en cuerpo y alma al corazón de los niños, de los adolescentes y jóvenes, llenando de amor sus convicciones. Tiene que convivir con la comunidad y hacer suyas todas sus inquietudes y sus luchas.

Un maestro es un embajador de valores éticos, sin duda alguna. Tiene que perfeccionar su titánica labor como peregrino de la paz, cosechando triunfos y satisfacciones, pero también penitencias y sinsabores, que le dan a su cultivo una elevación moral, gracias a su bravura indómita y a su firme perseverancia.

Y gracias a esta sublime entrega del maestro sencillo que forja el cimiento o erige el monumento de la sabiduría hasta llegar a la profesionalidad, el médico puede combatir enfermedades y ganarle muchas veces carreras a la muerte; el licenciado puede defender los derechos de una sociedad y encaminarla a legales derroteros; el gobernante puede administrar tan grandes responsabilidades y guiar a su pueblo por la senda del crecimiento; el ingeniero puede llevar a cabo la planeación y dirección de importantes obras; el mercader puede expandir con éxito sus negocios; y así, cada ciudadano activo de nuestro país puede desenvolverse con mayor seguridad y eficacia hacia una prosperidad digna. Y todo por la callada y discreta labor de un común proletario que en realidad se transforma en un gran rebelde orientador de espíritus.

Los maestros del campo, los maestros del medio rural, son los intrépidos colosos que con cuanta dignidad, con cuanta disposición, se entregan a responder con toda la fuerza de su voluntad, en el hermoso combate de la ignorancia, en el desarrollo armónico de esas almas blancas sedientas de saber, que ansían una luz para sus conciencias y un camino abierto para su futuro.

Son los valerosos profesores que con toda su debilidad humana, se arrojan a los brazos de la caprichosa naturaleza, sin importarles los rigores del tiempo y el éxodo de sus travesías, para llevar un mensaje de fe y esperanza a estos moradores de regio carácter, que son fieles amantes de su terruño y obra pura de su patria chica. Son los alpinistas del deporte cultural que, por el solo hecho de remontarse en las escarpadas e inaccesibles comunidades, pero eso sí, mundo prodigioso de la imponente y soberbia Cordillera Occidental, devengan su indigente salario que dejan embarrado por el camino.

Sin embargo (y lamentablemente), no faltan los prietitos en el arroz: compañeros que aunque son los menos no dejan de manchar la imagen del maestro con su indolencia y negligencia, inconformes por todo y no hacen nada por mejorar el trabajo poniendo en práctica su iniciativa y capacidad. Han perdido esa mística profesional, orgullo legítimo del maestro, rehuyendo enfrentarse a la realidad porque no quieren aceptar que los problemas son la materia prima de nuestra vida, los que nos dan energía y entusiasmo.

No aprovechan su riqueza espiritual para producir oportunidades o salir al encuentro de ellas, a fin de vencer las dificultades que se encuentran a nuestro paso. No aman su trabajo porque no tienen confianza en sí mismos. Son los que sin pena ni gloria van a parar al limbo de la mediocridad.

Es la Dirección de la escuela con la integridad de sus emprendedores y entusiastas docentes, quienes llevan el mayor mérito del hecho educativo; ya que con su entrega y eficiencia guiando el proceso de formación de los alumnos, se constituyen en los arquitectos, escultores, artistas de la educación. Así, gracias a su intelecto y experiencia, modelan y esculpen delicadamente la personalidad de los nuevos ciudadanos.

Despiertan y activan su potencialidad, habilitándolos para enfrentarse al fragor de la batalla diaria que impone la existencia misma. Transmiten quizás pasados pero bien probados principios que son resguardados por la sabiduría como legado de la antigüedad y, se conjugan decorosamente con las renovaciones científicas y pedagógicas que la misma vivencia actual exige, con la finalidad de ubicarse en la actualidad.


Ser maestro, es ser promotor de la evolución cultural. Es ser guía de comunidades rurales principalmente; porque es el profesionista que más se identifica con el campesino, con el obrero, con el jornalero y, el que más se adapta a su ambiente, viviendo en carne propia sus necesidades y luchando junto con ellos por un mayor bienestar común.

Su labor es callada pero trascendente, sublime por la elevación de su espíritu; es modesta su presencia pero inestimable su dignidad, enmarcada por la señorial sencillez de su personalidad. Se han erigido encomios a su efigie, pero también injurias y críticas a su condición humana. Pocos son los que verdaderamente reconocen su temple en esta singular batalla que libera y las circunstancias con que la afronta.

La preparación y actualización del maestro es fundamental e inevitable. No se puede concebir la imagen de un maestro pasado de moda y mucho menos con una lamentable pobreza espiritual. Es necesario revitalizar constantemente su conciencia y aun cuando su cultura sea decorosa, debe de estar a la par con la modernidad. Un maestro debe ser autodidáctica, un lector incansable y partidario de los cursos o talleres pedagógicos. Hacer honor con dignidad a tan elocuente capacidad de formar ciudadanos con una nueva mentalidad y, se sientan comprometidos a responder por el mayor desarrollo nacional.

Pero para realizar tan grandiosa misión, el maestro tiene que prepararse y actualizarse constantemente a fin de que su apostolado esté al día. Tiene que entregarse en cuerpo y alma al corazón de los niños, de los adolescentes y jóvenes, llenando de amor sus convicciones. Tiene que convivir con la comunidad y hacer suyas todas sus inquietudes y sus luchas.

Un maestro es un embajador de valores éticos, sin duda alguna. Tiene que perfeccionar su titánica labor como peregrino de la paz, cosechando triunfos y satisfacciones, pero también penitencias y sinsabores, que le dan a su cultivo una elevación moral, gracias a su bravura indómita y a su firme perseverancia.

Y gracias a esta sublime entrega del maestro sencillo que forja el cimiento o erige el monumento de la sabiduría hasta llegar a la profesionalidad, el médico puede combatir enfermedades y ganarle muchas veces carreras a la muerte; el licenciado puede defender los derechos de una sociedad y encaminarla a legales derroteros; el gobernante puede administrar tan grandes responsabilidades y guiar a su pueblo por la senda del crecimiento; el ingeniero puede llevar a cabo la planeación y dirección de importantes obras; el mercader puede expandir con éxito sus negocios; y así, cada ciudadano activo de nuestro país puede desenvolverse con mayor seguridad y eficacia hacia una prosperidad digna. Y todo por la callada y discreta labor de un común proletario que en realidad se transforma en un gran rebelde orientador de espíritus.

Los maestros del campo, los maestros del medio rural, son los intrépidos colosos que con cuanta dignidad, con cuanta disposición, se entregan a responder con toda la fuerza de su voluntad, en el hermoso combate de la ignorancia, en el desarrollo armónico de esas almas blancas sedientas de saber, que ansían una luz para sus conciencias y un camino abierto para su futuro.

Son los valerosos profesores que con toda su debilidad humana, se arrojan a los brazos de la caprichosa naturaleza, sin importarles los rigores del tiempo y el éxodo de sus travesías, para llevar un mensaje de fe y esperanza a estos moradores de regio carácter, que son fieles amantes de su terruño y obra pura de su patria chica. Son los alpinistas del deporte cultural que, por el solo hecho de remontarse en las escarpadas e inaccesibles comunidades, pero eso sí, mundo prodigioso de la imponente y soberbia Cordillera Occidental, devengan su indigente salario que dejan embarrado por el camino.

Sin embargo (y lamentablemente), no faltan los prietitos en el arroz: compañeros que aunque son los menos no dejan de manchar la imagen del maestro con su indolencia y negligencia, inconformes por todo y no hacen nada por mejorar el trabajo poniendo en práctica su iniciativa y capacidad. Han perdido esa mística profesional, orgullo legítimo del maestro, rehuyendo enfrentarse a la realidad porque no quieren aceptar que los problemas son la materia prima de nuestra vida, los que nos dan energía y entusiasmo.

No aprovechan su riqueza espiritual para producir oportunidades o salir al encuentro de ellas, a fin de vencer las dificultades que se encuentran a nuestro paso. No aman su trabajo porque no tienen confianza en sí mismos. Son los que sin pena ni gloria van a parar al limbo de la mediocridad.

Es la Dirección de la escuela con la integridad de sus emprendedores y entusiastas docentes, quienes llevan el mayor mérito del hecho educativo; ya que con su entrega y eficiencia guiando el proceso de formación de los alumnos, se constituyen en los arquitectos, escultores, artistas de la educación. Así, gracias a su intelecto y experiencia, modelan y esculpen delicadamente la personalidad de los nuevos ciudadanos.

Despiertan y activan su potencialidad, habilitándolos para enfrentarse al fragor de la batalla diaria que impone la existencia misma. Transmiten quizás pasados pero bien probados principios que son resguardados por la sabiduría como legado de la antigüedad y, se conjugan decorosamente con las renovaciones científicas y pedagógicas que la misma vivencia actual exige, con la finalidad de ubicarse en la actualidad.