/ domingo 12 de julio de 2020

La otra pandemia, la violencia de género

La pandemia provocada por el virus Covid-19 tiene recluidas en sus casas a 4 mil millones de personas en todo el mundo, según datos de la Organización de las Naciones Unidas. La mayoría enfrenta situaciones inéditas de interacción intensa con personas cercanas, con sus familiares, situación que por desgracia ha detonado el crecimiento una plaga dañina para el tejido social: la violencia de género, que tiene azoladas a millones de mujeres, quienes ven reducidos sus mecanismos de defensa ante la inmovilidad, las secuelas sicológicas y la presión económica derivados de la inédita coyuntura.

En este asunto tan nebuloso, México no es la excepción. El confinamiento agudizó la violencia de género que de por sí ya era dramática antes de la pandemia: la terrible cifra de 10 mujeres asesinadas al día, originó el grito de protesta alzado por miles de mujeres que vistieron de color morado las calles de varias ciudades del país con la multitudinaria exigencia de seguridad, detener la impunidad y ejercicio de derechos en igualdad de condiciones, con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer el pasado 08 de marzo. Sin embargo resultó más impactante el paro nacional de mujeres del 09 de marzo convocado a través de las redes sociales con el hashtag #UnDiaSinNosotras, día en que las mujeres decidieron no asistir a sus centros de trabajo provocando que muchas empresas e instituciones sufrieran grandes consecuencias económicas negativas, de manera particular puedo mencionar el sistema bancario en el que colapsaron la mayoría de sus operaciones.

La violencia de género no sólo está en las calles y en los espacios públicos y laborales; está sobre todo al interior de los hogares, espacio que se supone seguro y de armonía para ellas, sin embargo el contenido de las denuncias refleja una situación contraria, ante lo cual se tiene que incidir para reconstruir el tejido social, articulando estrategias y decisiones con pasos firmes a fin de que las víctimas del sexo femenino violentadas tengan acceso a la justicia pronta e integral que sea un freno a la impunidad y las proteja. Ante la indiferencia e ineficacia institucional -ahí está como ejemplo el retiro de presupuesto a las casas de asistencia para mujeres víctimas de violencia- ellas han optado por librar solas sus batallas o en el mejor de los casos con ayuda de sus congéneres. Dicha circunstancia propicia que los abusos físicos y sicológicos contra las mujeres sigan creciendo. El Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) revela que durante el mes de junio hubo un incremento del 6% en las llamadas de emergencia a través del 911 para denunciar violencia física contra las féminas por parte de sus parejas, lo que refleja que el aislamiento temporal ha sido agresivo y riesgoso para muchas.

Otro dato alarmante: según Sistemas Estatales y el Sistema Nacional de Seguridad Pública, SESNSP, de enero a mayo se han registrado 1,233 presuntas víctimas mujeres de homicidio doloso como suelen nombrarlas las estadísticas oficiales, aunque en términos llanos se trata de feminicidios. Su pico más alto fue en abril, en pleno confinamiento, con 263 casos, el número de casos más dramático desde 2015.

Ante este complicado panorama, como una acción emergente, la Organización de las Naciones Unidas y la Unión Europea lanzaron en coordinación con el Gobierno de México la iniciativa #NoEstásSola con el propósito de establecer programas y políticas públicas de prevención y eliminación del feminicidio, se busca además visibilizar y erradicar la violencia, sensibilizar a las mujeres en riesgo para que salgan de su círculo de peligro para buscar ayuda a través de mecanismos institucionales, que se suman a los implementados por organismos autónomos alentados por las propias mujeres que tratan de universalizar un lenguaje de señas -con apoyo de las tecnologías- para que el auxilio llegue más pronto que la fatalidad.

Y es que la dolorosa realidad muestra que la mayoría de las víctimas conocen a sus agresores. Aún persiste el torcido reflejo cultural que se basa en la idea de superioridad de un género sobre el otro, debido a el rol que cada uno ha desempeñado en la vida familiar y social; incluso en varias regiones del país -donde los índices de pobreza extrema son altos- permanece la idea de que el varón tiene el “derecho” de corregir a la mujer ya sea mediante insultos o acudiendo a la violencia física, lo que apuntala la falsa idea de la preeminencia del sexo masculino al interior del núcleo familiar y comunitario. Una situación contradictoria e inconcebible es la que reflejan las estadísticas en el sentido que el lugar más inseguro para las mujeres es su propio hogar.

Otra realidad es que la violencia de género que se ha acentuado en los espacios laborales, el transporte público, los lugares de esparcimiento y los contenidos de plataformas digitales, donde la agresión se normaliza amenazando la estabilidad emocional y la privacidad de millones de mujeres en todo el mundo.

La pandemia no sólo ha puesto a prueba nuestra resiliencia social y nuestra solidaridad humana; ha puesto a prueba la calidad y profundidad de las relaciones afectivas que ante la inmovilidad y la falta de recursos económicos; obliga a mujeres a permanecer junto a sus agresores en un círculo cotidiano y pernicioso que pone en riesgo sus proyectos de vida.

Es momento de fortalecer los logros alcanzados, así como las luchas ganadas. Es tiempo de estimular una nueva realidad que fortalezca una sociedad más inclusiva, con igualdad de oportunidades para las mujeres, quienes contribuyen ya de manera insustituible en el bienestar de nuestras familias, de las comunidades, con una aportación primordial en las actividades económicas, culturales, políticas y sociales. La sociedad post pandemia debe ser más amable con el sexo femenino, es su derecho, les corresponde, se lo han ganado y es el único camino viable para recuperar la fraternidad y solidaridad social que nos tiene a la deriva.

La pandemia provocada por el virus Covid-19 tiene recluidas en sus casas a 4 mil millones de personas en todo el mundo, según datos de la Organización de las Naciones Unidas. La mayoría enfrenta situaciones inéditas de interacción intensa con personas cercanas, con sus familiares, situación que por desgracia ha detonado el crecimiento una plaga dañina para el tejido social: la violencia de género, que tiene azoladas a millones de mujeres, quienes ven reducidos sus mecanismos de defensa ante la inmovilidad, las secuelas sicológicas y la presión económica derivados de la inédita coyuntura.

En este asunto tan nebuloso, México no es la excepción. El confinamiento agudizó la violencia de género que de por sí ya era dramática antes de la pandemia: la terrible cifra de 10 mujeres asesinadas al día, originó el grito de protesta alzado por miles de mujeres que vistieron de color morado las calles de varias ciudades del país con la multitudinaria exigencia de seguridad, detener la impunidad y ejercicio de derechos en igualdad de condiciones, con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer el pasado 08 de marzo. Sin embargo resultó más impactante el paro nacional de mujeres del 09 de marzo convocado a través de las redes sociales con el hashtag #UnDiaSinNosotras, día en que las mujeres decidieron no asistir a sus centros de trabajo provocando que muchas empresas e instituciones sufrieran grandes consecuencias económicas negativas, de manera particular puedo mencionar el sistema bancario en el que colapsaron la mayoría de sus operaciones.

La violencia de género no sólo está en las calles y en los espacios públicos y laborales; está sobre todo al interior de los hogares, espacio que se supone seguro y de armonía para ellas, sin embargo el contenido de las denuncias refleja una situación contraria, ante lo cual se tiene que incidir para reconstruir el tejido social, articulando estrategias y decisiones con pasos firmes a fin de que las víctimas del sexo femenino violentadas tengan acceso a la justicia pronta e integral que sea un freno a la impunidad y las proteja. Ante la indiferencia e ineficacia institucional -ahí está como ejemplo el retiro de presupuesto a las casas de asistencia para mujeres víctimas de violencia- ellas han optado por librar solas sus batallas o en el mejor de los casos con ayuda de sus congéneres. Dicha circunstancia propicia que los abusos físicos y sicológicos contra las mujeres sigan creciendo. El Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) revela que durante el mes de junio hubo un incremento del 6% en las llamadas de emergencia a través del 911 para denunciar violencia física contra las féminas por parte de sus parejas, lo que refleja que el aislamiento temporal ha sido agresivo y riesgoso para muchas.

Otro dato alarmante: según Sistemas Estatales y el Sistema Nacional de Seguridad Pública, SESNSP, de enero a mayo se han registrado 1,233 presuntas víctimas mujeres de homicidio doloso como suelen nombrarlas las estadísticas oficiales, aunque en términos llanos se trata de feminicidios. Su pico más alto fue en abril, en pleno confinamiento, con 263 casos, el número de casos más dramático desde 2015.

Ante este complicado panorama, como una acción emergente, la Organización de las Naciones Unidas y la Unión Europea lanzaron en coordinación con el Gobierno de México la iniciativa #NoEstásSola con el propósito de establecer programas y políticas públicas de prevención y eliminación del feminicidio, se busca además visibilizar y erradicar la violencia, sensibilizar a las mujeres en riesgo para que salgan de su círculo de peligro para buscar ayuda a través de mecanismos institucionales, que se suman a los implementados por organismos autónomos alentados por las propias mujeres que tratan de universalizar un lenguaje de señas -con apoyo de las tecnologías- para que el auxilio llegue más pronto que la fatalidad.

Y es que la dolorosa realidad muestra que la mayoría de las víctimas conocen a sus agresores. Aún persiste el torcido reflejo cultural que se basa en la idea de superioridad de un género sobre el otro, debido a el rol que cada uno ha desempeñado en la vida familiar y social; incluso en varias regiones del país -donde los índices de pobreza extrema son altos- permanece la idea de que el varón tiene el “derecho” de corregir a la mujer ya sea mediante insultos o acudiendo a la violencia física, lo que apuntala la falsa idea de la preeminencia del sexo masculino al interior del núcleo familiar y comunitario. Una situación contradictoria e inconcebible es la que reflejan las estadísticas en el sentido que el lugar más inseguro para las mujeres es su propio hogar.

Otra realidad es que la violencia de género que se ha acentuado en los espacios laborales, el transporte público, los lugares de esparcimiento y los contenidos de plataformas digitales, donde la agresión se normaliza amenazando la estabilidad emocional y la privacidad de millones de mujeres en todo el mundo.

La pandemia no sólo ha puesto a prueba nuestra resiliencia social y nuestra solidaridad humana; ha puesto a prueba la calidad y profundidad de las relaciones afectivas que ante la inmovilidad y la falta de recursos económicos; obliga a mujeres a permanecer junto a sus agresores en un círculo cotidiano y pernicioso que pone en riesgo sus proyectos de vida.

Es momento de fortalecer los logros alcanzados, así como las luchas ganadas. Es tiempo de estimular una nueva realidad que fortalezca una sociedad más inclusiva, con igualdad de oportunidades para las mujeres, quienes contribuyen ya de manera insustituible en el bienestar de nuestras familias, de las comunidades, con una aportación primordial en las actividades económicas, culturales, políticas y sociales. La sociedad post pandemia debe ser más amable con el sexo femenino, es su derecho, les corresponde, se lo han ganado y es el único camino viable para recuperar la fraternidad y solidaridad social que nos tiene a la deriva.