/ martes 20 de julio de 2021

La política es así

A partir de la sucesión presidencial de 1940, salvo la de 2018, ha estado presente la meritocracia sazonada por, al parecer, su fidelidad al presidente en turno; metodología que operó salvo en tres elecciones (2000, 2006 y 2012).

Como se ha escrito, las elecciones presidenciales se dieron dentro de un contexto de división cuyo punto culminante se dio en 1988. A partir de ese año el sistema sucesorio cambió para, al parecer, retornar en 2024.

En la sucesión presidencial de 1994 estaba visto que el candidato iba a ser el secretario de Desarrollo Social quien había hecho los méritos para ser y, además, aparecía más dominable bajo la perspectiva del presidente y de su corte.

El jefe del Departamento del entonces Distrito Federal no percibió lo visible, pues creyó que como él sería el elegido, pero no lo fue. Tiempo después dejó al PRI.

Derivado de lo que después sucedió, el presidente no tuvo otra alternativa más que decidir la postulación de quien consideró más viable y manejable, El error de diciembre de 1994 cambió el rumbo político del país, reforzado por la división que venía de tiempo atrás, principalmente desde 1988, año en el cual se “calló” el sistema y originó un pacto entre el jefe nato del partido en el poder con el principal partido opositor existente desde 1939, que no pocos estiman que trascendió a la cesión del poder en 2000 con condiciones propicias para ello.

El presidente de la República (1994-2000), sin mucha experiencia en la política real, zaherido por el error de diciembre y las consecuencias que aún persisten, redujo su margen de operación por la renuncia del secretario de Hacienda y Crédito Público; después por las de dos de los tres secretarios de Gobernación que dejaron el cargo por sus deficiencias para operar; y en tercer lugar, por la sana distancia del partido oficial adoptada, que resaltó con varios cambios de dirigentes nacionales de su partido, lo cual devino en la selección de un candidato débil que provocó más división entre la élite de su partido y que fue postulado en una consulta dirigida, que fue, entre otras, una de las causas para que el partido hegemónico perdiera la elección en 2000.

En la primera alternancia, el presidente pretendió seguir los usos y costumbres del partido que había perdido el poder, y al considerar que su secretario de Gobernación tenía los méritos para ser, decidió que él fuera el candidato, pero, alejado de la militancia del PAN, ésta actuó bajo la égida de un personaje de los suyos y él fue al candidato, quien, bajo circunstancias que aún se discuten, ganó la presidencia en 2006; triunfo en el cual tuvo mucho que ver la división generada hacia el interior del PRI, cuyo dirigente nacional fue el candidato y quedó en tercer lugar.

La elección del candidato del PAN en 2012 fue una especie de “remake” de elecciones pasadas. Los candidatos viables del presidente fallecieron en accidentes de aviación, y el candidato postulado para ser en atención a sus méritos, fue vencido en la contienda interna por la candidata identificada más con la élite del PAN que aquél, quien fue rival fácil para que el PRI recuperara la Presidencia, acuerpado el candidato por el dominio territorial priista.

El fracaso sexenal (2012-2018) no sólo dividió más a los priistas, sino que ni siquiera fue postulado como candidato uno de ellos, todo lo cual se tradujo en el triunfo aplastante del actual presidente.

Con o sin encuesta, el presidente decidirá quién será el candidato a sucederlo, y ya lo dijo:

Él será el destapador de la corcholata. Más claro ni el agua.

O sea, la meritocracia y su agregada está de regreso.

A partir de la sucesión presidencial de 1940, salvo la de 2018, ha estado presente la meritocracia sazonada por, al parecer, su fidelidad al presidente en turno; metodología que operó salvo en tres elecciones (2000, 2006 y 2012).

Como se ha escrito, las elecciones presidenciales se dieron dentro de un contexto de división cuyo punto culminante se dio en 1988. A partir de ese año el sistema sucesorio cambió para, al parecer, retornar en 2024.

En la sucesión presidencial de 1994 estaba visto que el candidato iba a ser el secretario de Desarrollo Social quien había hecho los méritos para ser y, además, aparecía más dominable bajo la perspectiva del presidente y de su corte.

El jefe del Departamento del entonces Distrito Federal no percibió lo visible, pues creyó que como él sería el elegido, pero no lo fue. Tiempo después dejó al PRI.

Derivado de lo que después sucedió, el presidente no tuvo otra alternativa más que decidir la postulación de quien consideró más viable y manejable, El error de diciembre de 1994 cambió el rumbo político del país, reforzado por la división que venía de tiempo atrás, principalmente desde 1988, año en el cual se “calló” el sistema y originó un pacto entre el jefe nato del partido en el poder con el principal partido opositor existente desde 1939, que no pocos estiman que trascendió a la cesión del poder en 2000 con condiciones propicias para ello.

El presidente de la República (1994-2000), sin mucha experiencia en la política real, zaherido por el error de diciembre y las consecuencias que aún persisten, redujo su margen de operación por la renuncia del secretario de Hacienda y Crédito Público; después por las de dos de los tres secretarios de Gobernación que dejaron el cargo por sus deficiencias para operar; y en tercer lugar, por la sana distancia del partido oficial adoptada, que resaltó con varios cambios de dirigentes nacionales de su partido, lo cual devino en la selección de un candidato débil que provocó más división entre la élite de su partido y que fue postulado en una consulta dirigida, que fue, entre otras, una de las causas para que el partido hegemónico perdiera la elección en 2000.

En la primera alternancia, el presidente pretendió seguir los usos y costumbres del partido que había perdido el poder, y al considerar que su secretario de Gobernación tenía los méritos para ser, decidió que él fuera el candidato, pero, alejado de la militancia del PAN, ésta actuó bajo la égida de un personaje de los suyos y él fue al candidato, quien, bajo circunstancias que aún se discuten, ganó la presidencia en 2006; triunfo en el cual tuvo mucho que ver la división generada hacia el interior del PRI, cuyo dirigente nacional fue el candidato y quedó en tercer lugar.

La elección del candidato del PAN en 2012 fue una especie de “remake” de elecciones pasadas. Los candidatos viables del presidente fallecieron en accidentes de aviación, y el candidato postulado para ser en atención a sus méritos, fue vencido en la contienda interna por la candidata identificada más con la élite del PAN que aquél, quien fue rival fácil para que el PRI recuperara la Presidencia, acuerpado el candidato por el dominio territorial priista.

El fracaso sexenal (2012-2018) no sólo dividió más a los priistas, sino que ni siquiera fue postulado como candidato uno de ellos, todo lo cual se tradujo en el triunfo aplastante del actual presidente.

Con o sin encuesta, el presidente decidirá quién será el candidato a sucederlo, y ya lo dijo:

Él será el destapador de la corcholata. Más claro ni el agua.

O sea, la meritocracia y su agregada está de regreso.

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