/ jueves 18 de octubre de 2018

La profesión docente en la actualidad

Al hablar de la educación en la actualidad, de manera automática aparece la necesidad de volver a pensar y repensar en el sentido y la naturaleza de la profesión docente, habida cuenta de que la sociedad contemporánea, la sociedad del conocimiento, requiere profesionales de la educación cada vez más mejor preparados y más comprometidos con la compleja tarea de acompañar, estimular, y orientar el aprendizaje y el desarrollo de las cualidades y capacidades humanas que socialmente se consideran como las más valiosas de cada uno de los ciudadanos, en cada nueva generación, especialmente ahora en la generación del Siglo XXI.

Por otra parte, la educación, hoy y siempre, se ve siempre afectada por la realidad de la sociedad a la que sirve, pues indudablemente, como proceso de desarrollo personal y social de los individuos, ha de tener como referente principal el contexto en el que se inscribe, sirve, e incluso trata de mejorar y transformar.

En este sentido, los cambios sociales, culturales, políticos y económicos que ocurren en el mundo, en el ámbito de la globalización y la sociedad del conocimiento, inciden de forma determinante en los planes de reforma o cambio educativos, pues exigen modificaciones estructurales a los sistemas educativos y transformaciones de fondo a las propias prácticas educativas de los maestros, de las que no pueden aislarse los propios procesos de investigación y reflexión acerca del propio actuar de los docentes en las escuelas.

Dentro de esta situación cambiante, no cabe duda que la educación se ve afectada directamente, pues el conocimiento deja de ser lento, escaso y estable, para transformarse casi de manera inmediata, estar al alcance de todos y ser de una inmensidad inconmensurable, lo que paradójicamente lo hace a veces inalcanzable.

En cuanto a la escuela, esta deja de ser el único canal mediante el cual se entra en contacto con el conocimiento y la información, y a la vez, deja de ser una institución formativa que opera en un medio estable de socialización, pues con el advenimiento de la Internet y las redes sociales, la relación social entre los seres humanos se está transformando paulatinamente.

Es en este entorno que desde la década de los 90’s del siglo pasado, hasta la fecha, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, parece cada día más evidente que el reto más importante que enfrentan los sistemas educativos del mundo es el mejoramiento continuo de la calidad de la educación que se ofrece en las escuelas. Es decir, el desafío actual más urgente e inmediato, de cualquier sistema educativo, es preparar a los ciudadanos para afrontar la cambiante, incierta, compleja y profundamente desigual sociedad contemporánea en la era de la información, la comunicación y la incertidumbre.

Lo anterior implica que en el centro del cambio cualitativo que se requiere para la educación actual, de manera imprescindible y lógica se sitúa la figura de un nuevo docente, quien tiene que estar plenamente preparado como un profesional capaz de comprender la complejidad y la incertidumbre de la era contemporánea y comprometerse con la tarea de lograr la adquisición de aprendizajes relevantes por parte de cada uno de los estudiantes a su cargo.

Por tanto, la formación de estos nuevos docentes requiere de un cambio de rumbo en los planes, programas, métodos, técnicas y procedimientos formativos, no sólo en la formación inicial en las escuelas normales o en las instituciones de educación superior, sino en todas las etapas de su larga vida profesional.

Así, ante la necesidad de un nuevo protagonismo del docente como un verdadero profesional de la educación, que se adapta y da respuesta a las exigencias de un mundo global y una sociedad del conocimiento, es evidente que requiere nuevas competencias para desenvolverse con éxito en los actuales contextos complejos, donde la reflexividad, la indagación y la metacognición deben ser las principales pautas de actuación para transformar su propia práctica.

En tal sentido, el nuevo docente necesita: desarrollar competencias tecnológicas para saber qué hacer y cómo utilizar las herramientas de las nuevas tecnologías educativas; poseer competencias sociales y de comunicación, que le permitan dar retroalimentación a los procesos de grupo y trabajo en equipo, conciliar y negociar ante el conflicto, establecer relaciones interpersonal armoniosas y autorregular su propio comportamiento; adquirir competencias teóricas, es decir, nuevos conocimientos y nuevas teorías del aprendizaje y de la comunicación en situaciones profesionales; y competencias sicopedagógicas, para el dominio de métodos de enseñanza con la ayuda de herramientas multimedia informatizadas, métodos de tutoría y monitorización en situación de autoformación, orientación profesional, técnicas de desarrollo profesional y métodos de individualización del aprendizaje.

Este perfil docente es, ni más ni menos, lo que se plantea y lo que se espera del docente en el ámbito de las reformas educativas ocurridas en los últimos 10 años en el mundo, incluido México, pues se advierte que, si de lo que se trata es de formar las competencias y cualidades humanas básicas que se consideran valiosas para el ciudadano del siglo XXI, llámense aprendizajes clave, la tarea del nuevo docente no consistirá solo en enseñar contenidos disciplinares descontextualizados, sino en definir y plantear situaciones y ambientes de aprendizaje en los cuales los alumnos puedan construir, modificar y reformular conocimientos, así como vivenciar actitudes, emociones y habilidades; es decir, promover que los aprendices vivan en sí mismos la relación entre experiencia y saber, entre teoría y práctica, que sean capaces de aprender a aprender y que sepan regular sus emociones.

Queda claro pues que la formación del nuevo profesional de la educación, de su pensamiento y de su conducta, de sus habilidades y competencias profesionales fundamentales, supone el desarrollo eficaz, complejo y enriquecedor de los procesos de interacción entre la teoría y la práctica. Es decir, la formación del pensamiento práctico de los docentes, sus habilidades, destrezas y competencias, así como sus cualidades humanas, éticas y valorales, requiere de atender el desarrollo de sus teorías implícitas personales, conciliando el núcleo duro de sus creencias y de su identidad con los procesos formativos que vive día con día, en su proceso de formación inicial o formación continua en la práctica docente.

La profesión docente en la actualidad implica que, aprender a educar supone y obliga a aprender a educarse de forma continua a lo largo de toda la vida profesional como docente; esto es, la preparación del nuevo profesorado, ante las exigencias de la modernidad, la globalización y la sociedad del conocimiento, requiere de una transformación radical de los modos tradicionales de formación y actualización, pues se necesitan profesionales expertos en sus respectivos ámbitos del conocimiento y al mismo tiempo, profesionales de la docencia comprometidos y competentes, para propiciar el aprendizaje relevante de los estudiantes, pues la enseñanza o actuación docente que no consigue provocar aprendizaje significativo, situado y transferible pierde su legitimidad y su razón de ser.

Al hablar de la educación en la actualidad, de manera automática aparece la necesidad de volver a pensar y repensar en el sentido y la naturaleza de la profesión docente, habida cuenta de que la sociedad contemporánea, la sociedad del conocimiento, requiere profesionales de la educación cada vez más mejor preparados y más comprometidos con la compleja tarea de acompañar, estimular, y orientar el aprendizaje y el desarrollo de las cualidades y capacidades humanas que socialmente se consideran como las más valiosas de cada uno de los ciudadanos, en cada nueva generación, especialmente ahora en la generación del Siglo XXI.

Por otra parte, la educación, hoy y siempre, se ve siempre afectada por la realidad de la sociedad a la que sirve, pues indudablemente, como proceso de desarrollo personal y social de los individuos, ha de tener como referente principal el contexto en el que se inscribe, sirve, e incluso trata de mejorar y transformar.

En este sentido, los cambios sociales, culturales, políticos y económicos que ocurren en el mundo, en el ámbito de la globalización y la sociedad del conocimiento, inciden de forma determinante en los planes de reforma o cambio educativos, pues exigen modificaciones estructurales a los sistemas educativos y transformaciones de fondo a las propias prácticas educativas de los maestros, de las que no pueden aislarse los propios procesos de investigación y reflexión acerca del propio actuar de los docentes en las escuelas.

Dentro de esta situación cambiante, no cabe duda que la educación se ve afectada directamente, pues el conocimiento deja de ser lento, escaso y estable, para transformarse casi de manera inmediata, estar al alcance de todos y ser de una inmensidad inconmensurable, lo que paradójicamente lo hace a veces inalcanzable.

En cuanto a la escuela, esta deja de ser el único canal mediante el cual se entra en contacto con el conocimiento y la información, y a la vez, deja de ser una institución formativa que opera en un medio estable de socialización, pues con el advenimiento de la Internet y las redes sociales, la relación social entre los seres humanos se está transformando paulatinamente.

Es en este entorno que desde la década de los 90’s del siglo pasado, hasta la fecha, tanto en el ámbito nacional como en el internacional, parece cada día más evidente que el reto más importante que enfrentan los sistemas educativos del mundo es el mejoramiento continuo de la calidad de la educación que se ofrece en las escuelas. Es decir, el desafío actual más urgente e inmediato, de cualquier sistema educativo, es preparar a los ciudadanos para afrontar la cambiante, incierta, compleja y profundamente desigual sociedad contemporánea en la era de la información, la comunicación y la incertidumbre.

Lo anterior implica que en el centro del cambio cualitativo que se requiere para la educación actual, de manera imprescindible y lógica se sitúa la figura de un nuevo docente, quien tiene que estar plenamente preparado como un profesional capaz de comprender la complejidad y la incertidumbre de la era contemporánea y comprometerse con la tarea de lograr la adquisición de aprendizajes relevantes por parte de cada uno de los estudiantes a su cargo.

Por tanto, la formación de estos nuevos docentes requiere de un cambio de rumbo en los planes, programas, métodos, técnicas y procedimientos formativos, no sólo en la formación inicial en las escuelas normales o en las instituciones de educación superior, sino en todas las etapas de su larga vida profesional.

Así, ante la necesidad de un nuevo protagonismo del docente como un verdadero profesional de la educación, que se adapta y da respuesta a las exigencias de un mundo global y una sociedad del conocimiento, es evidente que requiere nuevas competencias para desenvolverse con éxito en los actuales contextos complejos, donde la reflexividad, la indagación y la metacognición deben ser las principales pautas de actuación para transformar su propia práctica.

En tal sentido, el nuevo docente necesita: desarrollar competencias tecnológicas para saber qué hacer y cómo utilizar las herramientas de las nuevas tecnologías educativas; poseer competencias sociales y de comunicación, que le permitan dar retroalimentación a los procesos de grupo y trabajo en equipo, conciliar y negociar ante el conflicto, establecer relaciones interpersonal armoniosas y autorregular su propio comportamiento; adquirir competencias teóricas, es decir, nuevos conocimientos y nuevas teorías del aprendizaje y de la comunicación en situaciones profesionales; y competencias sicopedagógicas, para el dominio de métodos de enseñanza con la ayuda de herramientas multimedia informatizadas, métodos de tutoría y monitorización en situación de autoformación, orientación profesional, técnicas de desarrollo profesional y métodos de individualización del aprendizaje.

Este perfil docente es, ni más ni menos, lo que se plantea y lo que se espera del docente en el ámbito de las reformas educativas ocurridas en los últimos 10 años en el mundo, incluido México, pues se advierte que, si de lo que se trata es de formar las competencias y cualidades humanas básicas que se consideran valiosas para el ciudadano del siglo XXI, llámense aprendizajes clave, la tarea del nuevo docente no consistirá solo en enseñar contenidos disciplinares descontextualizados, sino en definir y plantear situaciones y ambientes de aprendizaje en los cuales los alumnos puedan construir, modificar y reformular conocimientos, así como vivenciar actitudes, emociones y habilidades; es decir, promover que los aprendices vivan en sí mismos la relación entre experiencia y saber, entre teoría y práctica, que sean capaces de aprender a aprender y que sepan regular sus emociones.

Queda claro pues que la formación del nuevo profesional de la educación, de su pensamiento y de su conducta, de sus habilidades y competencias profesionales fundamentales, supone el desarrollo eficaz, complejo y enriquecedor de los procesos de interacción entre la teoría y la práctica. Es decir, la formación del pensamiento práctico de los docentes, sus habilidades, destrezas y competencias, así como sus cualidades humanas, éticas y valorales, requiere de atender el desarrollo de sus teorías implícitas personales, conciliando el núcleo duro de sus creencias y de su identidad con los procesos formativos que vive día con día, en su proceso de formación inicial o formación continua en la práctica docente.

La profesión docente en la actualidad implica que, aprender a educar supone y obliga a aprender a educarse de forma continua a lo largo de toda la vida profesional como docente; esto es, la preparación del nuevo profesorado, ante las exigencias de la modernidad, la globalización y la sociedad del conocimiento, requiere de una transformación radical de los modos tradicionales de formación y actualización, pues se necesitan profesionales expertos en sus respectivos ámbitos del conocimiento y al mismo tiempo, profesionales de la docencia comprometidos y competentes, para propiciar el aprendizaje relevante de los estudiantes, pues la enseñanza o actuación docente que no consigue provocar aprendizaje significativo, situado y transferible pierde su legitimidad y su razón de ser.