/ lunes 15 de febrero de 2021

La serpiente y, el cuento del Coco

La serpiente sabe que consumir durante ochenta años las manzanas envenenadas del PRIAN, no inmunizaron a los mexicanos de sus efectos letales.

De ahí su genial idea de recurrir ahora al cuento del Coco y fingir que le tiene miedo. Ante las grandes atrocidades que el país ha sufrido; los cínicos que las cometieron, ahora son los que cuentan los recursos que no alcanzan para su restauración. En lugar de permanecer callados y avergonzados, cual serpientes de sangre fría, se atraviesan miserable y dolosamente, para que el intento de la reparación sea un fracaso.

De ahí, la estrategia sigilosa de la serpiente de sustituir la seducción al placer, por el Coco para asustar. Iniciando con los bocinazos del terror que se acompañan de la desinformación, aunque la razón opaque y contradiga a sus coletazos rastreros. Su resistencia es férrea, porque la excluyeron de las áreas del poder, donde enroscada y relajada hacía del presupuesto un paraíso, del que sin avisarle fue arrojada y despojada de la fórmula de hacer negocios a la sombra del Estado.

Todo lo malo que a los privilegiados sucede, es culpa de los chairos que ignoraron la voz de la serpiente y acataron la del Mesías, que no les prometió el paraíso, pero sí arrojar de él a quien los mordía. De ahí el estigma y la condena a la ignorancia que por ochenta años no se notó, hasta que dejaron de votar por ellos, lo que han condenado como el peor pecado, para que la serpiente no se apiade al imponer la penitencia.

De ahí que las condenas provengan de los subterfugios más tenebrosos y truculentas trincheras, donde los poderes fácticos y lavaderos de dinero no se miden en auxiliar a la oposición. Su maldición además de inminente, rayará en catástrofe para aquellos que contradigan, desprecien o simplemente desoigan la palabra del mal que representan. Se confía en que las cantidades millonarias que gastan en desinformar y que no verá el INE, terminen por hacer eco en la opinión pública, ante la que diariamente denuncian la supuesta mala gestión del gobierno federal.

Con la paciencia que es el arma que utilizan los malditos, confían en que poco a poco impactarán en la conciencia ciudadana y abarcarán todos los estratos sociales. Sus mentiras aterrizarán en un boomerang de terror, el cual a los destinatarios ya no sorprende, porque el cuento del Coco ya no les asusta.

Esa realidad no los va a cruzar de brazos. Porque su infamia no tiene parangón y que mejor que la pandemia para hacer de ella la tribuna del desprestigio, hasta convertir en criminales a quienes se ocupan de su combate. Aseguran que es este tema el que concita a legitimar su opinión y que la vacuna no tiene otro fin que propagar la campaña del partido en el gobierno.

Se han propuesto martillar, hasta dejar establecido el fracaso rotundo al virus asesino, por parte de un gobierno que no acepta ser el culpable y menos que pudo evitar su propagación. De esos señalamientos se desprecian varios asuntos que disipan la base misma de sus fundamentos y las hacen nugatorias.

Para ellos poco importa el desastre hospitalario que heredaron; como tampoco pierden tiempo en analizar la conducta de la sociedad como causal básica de los contagios, porque a ellos la causa les resta lo que los efectos les reditúan, porque la pandemia no les importa ni una milésima, de lo que los ocupa y preocupa la economía y la avaricia de sus negocios.

De ahí, el temor y angustia que el número de muertos y enfermos que su repetición diaria y perversa generan en la sociedad. No ocultan que por esa vía doblegarán la resistencia de sus auditorios. Sin embargo, las estadísticas de aquellos que su estancia hospitalaria superaron, no las ven ni las oyen.

Para concluir el rosario de males, anuncian la caída de la economía; la alarma histórica por la compra de dólares; la oposición a las energías limpias: volver a los monopolios de PEMEX y la CFE. Temas del momento que los voceros de la oposición han capitalizado y distorsionado, con el triste y somero intento de querernos asustar, con ese cuento del Coco, que ya nadie le cree a la serpiente.

La serpiente sabe que consumir durante ochenta años las manzanas envenenadas del PRIAN, no inmunizaron a los mexicanos de sus efectos letales.

De ahí su genial idea de recurrir ahora al cuento del Coco y fingir que le tiene miedo. Ante las grandes atrocidades que el país ha sufrido; los cínicos que las cometieron, ahora son los que cuentan los recursos que no alcanzan para su restauración. En lugar de permanecer callados y avergonzados, cual serpientes de sangre fría, se atraviesan miserable y dolosamente, para que el intento de la reparación sea un fracaso.

De ahí, la estrategia sigilosa de la serpiente de sustituir la seducción al placer, por el Coco para asustar. Iniciando con los bocinazos del terror que se acompañan de la desinformación, aunque la razón opaque y contradiga a sus coletazos rastreros. Su resistencia es férrea, porque la excluyeron de las áreas del poder, donde enroscada y relajada hacía del presupuesto un paraíso, del que sin avisarle fue arrojada y despojada de la fórmula de hacer negocios a la sombra del Estado.

Todo lo malo que a los privilegiados sucede, es culpa de los chairos que ignoraron la voz de la serpiente y acataron la del Mesías, que no les prometió el paraíso, pero sí arrojar de él a quien los mordía. De ahí el estigma y la condena a la ignorancia que por ochenta años no se notó, hasta que dejaron de votar por ellos, lo que han condenado como el peor pecado, para que la serpiente no se apiade al imponer la penitencia.

De ahí que las condenas provengan de los subterfugios más tenebrosos y truculentas trincheras, donde los poderes fácticos y lavaderos de dinero no se miden en auxiliar a la oposición. Su maldición además de inminente, rayará en catástrofe para aquellos que contradigan, desprecien o simplemente desoigan la palabra del mal que representan. Se confía en que las cantidades millonarias que gastan en desinformar y que no verá el INE, terminen por hacer eco en la opinión pública, ante la que diariamente denuncian la supuesta mala gestión del gobierno federal.

Con la paciencia que es el arma que utilizan los malditos, confían en que poco a poco impactarán en la conciencia ciudadana y abarcarán todos los estratos sociales. Sus mentiras aterrizarán en un boomerang de terror, el cual a los destinatarios ya no sorprende, porque el cuento del Coco ya no les asusta.

Esa realidad no los va a cruzar de brazos. Porque su infamia no tiene parangón y que mejor que la pandemia para hacer de ella la tribuna del desprestigio, hasta convertir en criminales a quienes se ocupan de su combate. Aseguran que es este tema el que concita a legitimar su opinión y que la vacuna no tiene otro fin que propagar la campaña del partido en el gobierno.

Se han propuesto martillar, hasta dejar establecido el fracaso rotundo al virus asesino, por parte de un gobierno que no acepta ser el culpable y menos que pudo evitar su propagación. De esos señalamientos se desprecian varios asuntos que disipan la base misma de sus fundamentos y las hacen nugatorias.

Para ellos poco importa el desastre hospitalario que heredaron; como tampoco pierden tiempo en analizar la conducta de la sociedad como causal básica de los contagios, porque a ellos la causa les resta lo que los efectos les reditúan, porque la pandemia no les importa ni una milésima, de lo que los ocupa y preocupa la economía y la avaricia de sus negocios.

De ahí, el temor y angustia que el número de muertos y enfermos que su repetición diaria y perversa generan en la sociedad. No ocultan que por esa vía doblegarán la resistencia de sus auditorios. Sin embargo, las estadísticas de aquellos que su estancia hospitalaria superaron, no las ven ni las oyen.

Para concluir el rosario de males, anuncian la caída de la economía; la alarma histórica por la compra de dólares; la oposición a las energías limpias: volver a los monopolios de PEMEX y la CFE. Temas del momento que los voceros de la oposición han capitalizado y distorsionado, con el triste y somero intento de querernos asustar, con ese cuento del Coco, que ya nadie le cree a la serpiente.