/ jueves 10 de enero de 2019

La soberanía en tiempos de Maduro

“Un Estado por adquisición es aquel en que el poder soberano se adquiere por la fuerza”.- Thomas Hobbes


Luigi Ferrajoli ha señalado que la soberanía en el mundo moderno ha entrado en una profunda crisis, pues los presupuestos y caracteres de dicho constructo, tanto en su dimensión externa como en la interna, han traído consigo un sistema de normas internacionales y un Estado constitucional de Derecho.

Convendría preguntarle al líder chavista si el éxodo de un pueblo y la crisis humanitaria que se puede palpar en la hermosa tierra venezolana es más grande que la ambición de poder de un individuo.

El inicio de un segundo mandato de Nicolás Maduro en la República Bolivariana de Venezuela supone un acontecimiento ambiguo, por decir lo menos, para la democracia latinoamericana.

Si la recién iniciada gestión del presidente Andrés Manuel López Obrador en México puede suponer una esperanza para la izquierda progresista a nivel regional e incluso internacional, el caso de Maduro, aplicando el lenguaje coloquial, se cuece aparte. Se trata de un desafío no sólo para la región sino para Occidente en general, cualquier cosa que este término suponga, siempre y cuando no lo empleemos como una alineación a los intereses siempre imperialistas de nuestro vecino del norte.

Una buena cantidad de países, por otro lado, han desconocido al que algunos tildan de dictador -incluyendo a la Organización de los Estados Americanos (OEA)- en medio de un cúmulo de problemas económicos, políticos y sociales que aquejan a buena parte de la población venezolana.

En términos tradicionales y convencionales, bajo una óptica clásica de la soberanía, esos problemas de Venezuela corresponderían exclusivamente a Venezuela. ¿Qué sucede sin embargo cuando se presenta una condena internacional por una elección “amañada” y una asunción de un segundo mandato desprovista de legitimidad? ¿Por qué el régimen de Caracas abraza a Rusia y China pero hace mutis ante los reclamos de sus vecinos más cercanos? ¿Cómo entender esa visión típica de la soberanía cuando hay palmarias violaciones de derechos humanos de toda una colectividad nacional? ¿Qué ocurriría si el desconocimiento de un gobierno se extiende sin cesar?

Las anteriores interrogantes son difíciles de contestar porque implican la necesidad de reformular la noción de soberanía en cuanto a las relaciones internacionales y la política exterior, siempre concebida como la facultad o capacidad que tienen las comunidades para conducirse a sí mismos en su vida política, económica y social sin ningún tipo de injerencia externa.

Ya desde un punto de vista jurídico ha empezado a transformarse desde el momento en que esos Estados suscriben tratados internacionales, principalmente en materia de derechos humanos, los cuales suponen obligaciones positivas que en todo momento deben cumplimentarse y hacerse valer.

Luigi Ferrajoli ha señalado que la soberanía en el mundo moderno ha entrado en una profunda crisis, pues los presupuestos y caracteres de dicho constructo, tanto en su dimensión externa como en la interna, han traído consigo un sistema de normas internacionales y un Estado constitucional de Derecho.

Lo anterior queda demostrado por la emergencia de un constitucionalismo internacional tras el deterioro del Estado nacional clásico. ¿Es ello posible en un escenario como el venezolano, tan confrontado con la institucionalidad democrática tanto en lo interior como en lo exterior? Es de sobra conocido el desconocimiento que el gobierno bolivariano ha hecho del Sistema Interamericano de Derechos Humanos, al haber denunciado la Convención Americana sobre Derechos Humanos desde 2013, lo cual fue una pésima noticia para el Estado constitucional y democrático de Derecho en el ámbito de América Latina.

¿Qué tendría que hacer México ante la cuestión venezolana? El presidente López Obrador ha puntualizado que el Estado mexicano no se involucrará con los asuntos de otros países, atendiendo al principio de no intervención y a la autodeterminación de los pueblos.

Aunque esto es de suyo positivo, propiciar una cercanía que vaya más allá del respeto mutuo entre las diplomacias actuales de México y Venezuela puede desencadenar consecuencias, alcances y resultados un tanto complejos ahora que nuestra nación es una de las pocas excepciones del marcado viraje que está teniendo el continente hacia la derecha. Nuestro país debe ser un puente entre Caracas y la OEA, como de hecho ya ha sido anunciado por el gobierno.

En su toma de posesión, Maduro afirmó categóricamente que el mundo es más grande que Estados Unidos y sus satélites. Sin embargo, al líder chavista convendría preguntarle si el éxodo de un pueblo y la crisis humanitaria que se puede palpar en la hermosa tierra venezolana es más grande que la ambición de poder de un individuo.

Para Caracas, Washington es el origen de todos los males, como si en las mediciones de transparencia, rendición de cuentas, derechos humanos, gobernanza y democracia saliera bien librada.

En definitiva, la situación es compleja pero no resta más que hacer votos de manera activa sobre el regreso de la democracia a nuestra hermana nación venezolana, con la cual nos unen múltiples lazos, así como el ferviente deseo por la libertad, la igualdad y la dignidad que caracterizan a nuestra América. No perdamos de vista esta situación que nos incumbe a todos, pues los derechos humanos son un patrimonio planetario indiscutible.

“Un Estado por adquisición es aquel en que el poder soberano se adquiere por la fuerza”.- Thomas Hobbes


Luigi Ferrajoli ha señalado que la soberanía en el mundo moderno ha entrado en una profunda crisis, pues los presupuestos y caracteres de dicho constructo, tanto en su dimensión externa como en la interna, han traído consigo un sistema de normas internacionales y un Estado constitucional de Derecho.

Convendría preguntarle al líder chavista si el éxodo de un pueblo y la crisis humanitaria que se puede palpar en la hermosa tierra venezolana es más grande que la ambición de poder de un individuo.

El inicio de un segundo mandato de Nicolás Maduro en la República Bolivariana de Venezuela supone un acontecimiento ambiguo, por decir lo menos, para la democracia latinoamericana.

Si la recién iniciada gestión del presidente Andrés Manuel López Obrador en México puede suponer una esperanza para la izquierda progresista a nivel regional e incluso internacional, el caso de Maduro, aplicando el lenguaje coloquial, se cuece aparte. Se trata de un desafío no sólo para la región sino para Occidente en general, cualquier cosa que este término suponga, siempre y cuando no lo empleemos como una alineación a los intereses siempre imperialistas de nuestro vecino del norte.

Una buena cantidad de países, por otro lado, han desconocido al que algunos tildan de dictador -incluyendo a la Organización de los Estados Americanos (OEA)- en medio de un cúmulo de problemas económicos, políticos y sociales que aquejan a buena parte de la población venezolana.

En términos tradicionales y convencionales, bajo una óptica clásica de la soberanía, esos problemas de Venezuela corresponderían exclusivamente a Venezuela. ¿Qué sucede sin embargo cuando se presenta una condena internacional por una elección “amañada” y una asunción de un segundo mandato desprovista de legitimidad? ¿Por qué el régimen de Caracas abraza a Rusia y China pero hace mutis ante los reclamos de sus vecinos más cercanos? ¿Cómo entender esa visión típica de la soberanía cuando hay palmarias violaciones de derechos humanos de toda una colectividad nacional? ¿Qué ocurriría si el desconocimiento de un gobierno se extiende sin cesar?

Las anteriores interrogantes son difíciles de contestar porque implican la necesidad de reformular la noción de soberanía en cuanto a las relaciones internacionales y la política exterior, siempre concebida como la facultad o capacidad que tienen las comunidades para conducirse a sí mismos en su vida política, económica y social sin ningún tipo de injerencia externa.

Ya desde un punto de vista jurídico ha empezado a transformarse desde el momento en que esos Estados suscriben tratados internacionales, principalmente en materia de derechos humanos, los cuales suponen obligaciones positivas que en todo momento deben cumplimentarse y hacerse valer.

Luigi Ferrajoli ha señalado que la soberanía en el mundo moderno ha entrado en una profunda crisis, pues los presupuestos y caracteres de dicho constructo, tanto en su dimensión externa como en la interna, han traído consigo un sistema de normas internacionales y un Estado constitucional de Derecho.

Lo anterior queda demostrado por la emergencia de un constitucionalismo internacional tras el deterioro del Estado nacional clásico. ¿Es ello posible en un escenario como el venezolano, tan confrontado con la institucionalidad democrática tanto en lo interior como en lo exterior? Es de sobra conocido el desconocimiento que el gobierno bolivariano ha hecho del Sistema Interamericano de Derechos Humanos, al haber denunciado la Convención Americana sobre Derechos Humanos desde 2013, lo cual fue una pésima noticia para el Estado constitucional y democrático de Derecho en el ámbito de América Latina.

¿Qué tendría que hacer México ante la cuestión venezolana? El presidente López Obrador ha puntualizado que el Estado mexicano no se involucrará con los asuntos de otros países, atendiendo al principio de no intervención y a la autodeterminación de los pueblos.

Aunque esto es de suyo positivo, propiciar una cercanía que vaya más allá del respeto mutuo entre las diplomacias actuales de México y Venezuela puede desencadenar consecuencias, alcances y resultados un tanto complejos ahora que nuestra nación es una de las pocas excepciones del marcado viraje que está teniendo el continente hacia la derecha. Nuestro país debe ser un puente entre Caracas y la OEA, como de hecho ya ha sido anunciado por el gobierno.

En su toma de posesión, Maduro afirmó categóricamente que el mundo es más grande que Estados Unidos y sus satélites. Sin embargo, al líder chavista convendría preguntarle si el éxodo de un pueblo y la crisis humanitaria que se puede palpar en la hermosa tierra venezolana es más grande que la ambición de poder de un individuo.

Para Caracas, Washington es el origen de todos los males, como si en las mediciones de transparencia, rendición de cuentas, derechos humanos, gobernanza y democracia saliera bien librada.

En definitiva, la situación es compleja pero no resta más que hacer votos de manera activa sobre el regreso de la democracia a nuestra hermana nación venezolana, con la cual nos unen múltiples lazos, así como el ferviente deseo por la libertad, la igualdad y la dignidad que caracterizan a nuestra América. No perdamos de vista esta situación que nos incumbe a todos, pues los derechos humanos son un patrimonio planetario indiscutible.