/ martes 9 de julio de 2019

La transición democrática en México

La utopía al fin se hizo realidad (Parte 2 de 30)

La noche del primero de julio de 2018, ahí estábamos de nueva cuenta como decenas de veces lo habíamos hecho en el transcurso de los últimos 50 años de nuestra vida ya sea formando parte de alguna agrupación de carácter universitaria o simplemente ciudadana, para manifestarme por alguno de los múltiples agravios de los que han sido objeto diversos sectores sociales del país y rara vez para celebrar alguna victoria.

Por eso en esta ocasión, al llegar al Zócalo, sentí una sensación muy diferente a la que otras veces había sentido en ese mismo lugar. Se trató de una sensación muy similar a la que yo ya había sentido aquel inolvidable 13 de agosto de 1968, cuando recién iniciado el Movimiento Estudiantil, alrededor de 250 mil estudiantes y maestros de la UNAM, el Instituto Politécnico Nacional, la Escuela Nacional de Maestros, la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo y otras instituciones de educación media y superior del país, entre goyas, huelums y otro tipo de exclamaciones, entramos por primera vez al Zócalo sin ser reprimidos por los granaderos o el Ejército.

Como se recordará, antes de aquel 13 de agosto de 1968 el Zócalo de la Ciudad de México era un islote intocado, que se destinaba única y exclusivamente para los actos parafernálicos oficialistas del viejo régimen priista que se creía y sentía el único dueño de la patria y de todo lo que en ella había.

Aunque esta noche, es decir, la del 1 de julio del 2018, los miles de mexicanos que nos encontrábamos ahí reunidos no lo hacíamos para enfrentarnos a la policía y los granaderos como un día, la noche del 26 de julio de 1968 y sin medir el peligro ni las consecuencias sí lo hicimos un grupo de románticos preparatorianos de la UNAM.

Tampoco estábamos en este lugar para demandar libertades democráticas o un diálogo público con el gobierno como lo hicimos durante el 68 mexicano, o para exigir la presentación y revisión de todas las actas electorales como en 1988 cuando Carlos Salinas de Gortari usurpó el poder para acabar de imponer el modelo neoliberal en México; mucho menos estábamos ahí para exigir el conteo del voto por voto y casilla por casilla, tal y como lo habíamos demandado junto con Andrés Manuel durante el proceso electoral del 2006 cuando los panistas, supuestos ganadores de la contienda electoral, aliados con priistas, panales y miembros del Partido Verde, se negaron rotundamente a abrir las 132 mil casillas que el día de la elección se habían instalado en todo el país, pese haberse registrado innumerables anomalías en las urnas y llenado de actas, así como una diferencia porcentual entre los dos candidatos punteros de esa contienda electoral, Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón Hinojosa de apenas el 0.56% de los votos, mismo que representaba algo así como 250 mil votos de diferencia entre uno y otro.

Esta noche tampoco nos encontrábamos ahí para exigir el desalojo de alguna universidad pública ocupada por la policía o el Ejército como muchas otras veces lo habíamos hecho en los últimos 50 años o para demandar la libertad de los presos políticos estudiantiles como lo hicimos el domingo 6 de febrero del 2000, luego de que la Policía Federal Preventiva tomó por asalto tanto la Ciudad Universitaria como todas las demás escuelas y facultades de la UNAM ubicadas en la periferia, medida con la que de hecho se rompió la huelga estudiantil que ya llevaba casi 10 meses de haber estallado, para protestar en contra del aumento de cuotas de inscripción que hasta este momento sigue siendo de 20 centavos anuales; o para oponernos al arbitrario e injusto desafuero sufrido por AMLO como castigo por haber autorizado la construcción de un camino a fin de poder arribar a un hospital.

Tampoco estábamos ahí para exigirle al Imperialismo norteamericano que ya terminara con la irracional guerra de Vietnam, Laos, Camboya o Irak, o al gobierno mexicano para que ya cesara la masacre de indígenas en el estado de Chiapas como sucedió en enero de 1994 y otra vez en el segundo mes de gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León, luego de que a éste, irresponsablemente, se le ocurrió reactivar el conflicto en contra de los pueblos indígenas influenciados por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

Igualmente, esta noche en el Zócalo, no estábamos ahí para seguir exigiendo la presentación con vida de los 43 estudiantes hijos de campesinos pobres de la Escuela Normal Rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa, Guerrero, desaparecidos como por varias ocasiones lo hicimos durante el otoño de 2014.

Ahora nos encontrábamos en ese emblemático lugar muchos de los mexicanos que desde finales de los años sesenta siempre habíamos caminado juntos celebrando alguno de nuestros escasos y contados triunfos o para protestar por algún agravio hacia un sector de la población o hasta lamentar alguna de nuestras continuas y múltiples derrotas que entonces tuvimos.

Durante esa noche, algunos de los viejos compañeros de las luchas universitarias, tanto estudiantiles como del sindicalismo universitario, quienes después de muchos años de no vernos nos volvimos a reencontrar, lloraban pero de alegría, porque también de alegría se llora.

Unos y otros intercambiábamos opiniones y comentarios por los increíbles resultados electorales logrados ese día por la izquierda en la que Andrés Manuel prácticamente arrasó en 31 de las 32 entidades federativas que conforman la República federal.

Para nosotros, todos los datos que estábamos conociendo provenientes de diferentes partes del país, dándole la victoria a la izquierda, aún nos parecían increíbles, o más bien un simple sueño. Aún no creíamos que al fin la izquierda y nuestro candidato se encontraran en la cúspide del poder cuando todavía no hacía mucho tiempo ambos habían sido sistemáticamente acosados, satanizados, golpeados y marginados por todos los organismos político-partidarios oficialistas y obviamente por la derecha que jamás se resignará de haber sufrido una derrota de esta magnitud.

Por eso, muchos de nosotros coincidíamos y terminábamos expresando más o menos la siguiente frase: “Y yo que siempre creí que después de los fraudes electorales de 1988, 2006 y 2012 nunca nos iban a dejar que la izquierda llegara al poder y que me iba a morir sin nunca jamás ver el cambio en México, esto es, sin vivir lo que en estos precisos momentos estoy viendo y viviendo con todos ellos y con todos nosotros. La utopía al fin se hizo realidad”. (Continuará)


* Profesor e investigador de carrera en la UNAM. Email: elpozoleunam@hotmail.com

La utopía al fin se hizo realidad (Parte 2 de 30)

La noche del primero de julio de 2018, ahí estábamos de nueva cuenta como decenas de veces lo habíamos hecho en el transcurso de los últimos 50 años de nuestra vida ya sea formando parte de alguna agrupación de carácter universitaria o simplemente ciudadana, para manifestarme por alguno de los múltiples agravios de los que han sido objeto diversos sectores sociales del país y rara vez para celebrar alguna victoria.

Por eso en esta ocasión, al llegar al Zócalo, sentí una sensación muy diferente a la que otras veces había sentido en ese mismo lugar. Se trató de una sensación muy similar a la que yo ya había sentido aquel inolvidable 13 de agosto de 1968, cuando recién iniciado el Movimiento Estudiantil, alrededor de 250 mil estudiantes y maestros de la UNAM, el Instituto Politécnico Nacional, la Escuela Nacional de Maestros, la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo y otras instituciones de educación media y superior del país, entre goyas, huelums y otro tipo de exclamaciones, entramos por primera vez al Zócalo sin ser reprimidos por los granaderos o el Ejército.

Como se recordará, antes de aquel 13 de agosto de 1968 el Zócalo de la Ciudad de México era un islote intocado, que se destinaba única y exclusivamente para los actos parafernálicos oficialistas del viejo régimen priista que se creía y sentía el único dueño de la patria y de todo lo que en ella había.

Aunque esta noche, es decir, la del 1 de julio del 2018, los miles de mexicanos que nos encontrábamos ahí reunidos no lo hacíamos para enfrentarnos a la policía y los granaderos como un día, la noche del 26 de julio de 1968 y sin medir el peligro ni las consecuencias sí lo hicimos un grupo de románticos preparatorianos de la UNAM.

Tampoco estábamos en este lugar para demandar libertades democráticas o un diálogo público con el gobierno como lo hicimos durante el 68 mexicano, o para exigir la presentación y revisión de todas las actas electorales como en 1988 cuando Carlos Salinas de Gortari usurpó el poder para acabar de imponer el modelo neoliberal en México; mucho menos estábamos ahí para exigir el conteo del voto por voto y casilla por casilla, tal y como lo habíamos demandado junto con Andrés Manuel durante el proceso electoral del 2006 cuando los panistas, supuestos ganadores de la contienda electoral, aliados con priistas, panales y miembros del Partido Verde, se negaron rotundamente a abrir las 132 mil casillas que el día de la elección se habían instalado en todo el país, pese haberse registrado innumerables anomalías en las urnas y llenado de actas, así como una diferencia porcentual entre los dos candidatos punteros de esa contienda electoral, Andrés Manuel López Obrador y Felipe Calderón Hinojosa de apenas el 0.56% de los votos, mismo que representaba algo así como 250 mil votos de diferencia entre uno y otro.

Esta noche tampoco nos encontrábamos ahí para exigir el desalojo de alguna universidad pública ocupada por la policía o el Ejército como muchas otras veces lo habíamos hecho en los últimos 50 años o para demandar la libertad de los presos políticos estudiantiles como lo hicimos el domingo 6 de febrero del 2000, luego de que la Policía Federal Preventiva tomó por asalto tanto la Ciudad Universitaria como todas las demás escuelas y facultades de la UNAM ubicadas en la periferia, medida con la que de hecho se rompió la huelga estudiantil que ya llevaba casi 10 meses de haber estallado, para protestar en contra del aumento de cuotas de inscripción que hasta este momento sigue siendo de 20 centavos anuales; o para oponernos al arbitrario e injusto desafuero sufrido por AMLO como castigo por haber autorizado la construcción de un camino a fin de poder arribar a un hospital.

Tampoco estábamos ahí para exigirle al Imperialismo norteamericano que ya terminara con la irracional guerra de Vietnam, Laos, Camboya o Irak, o al gobierno mexicano para que ya cesara la masacre de indígenas en el estado de Chiapas como sucedió en enero de 1994 y otra vez en el segundo mes de gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León, luego de que a éste, irresponsablemente, se le ocurrió reactivar el conflicto en contra de los pueblos indígenas influenciados por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).

Igualmente, esta noche en el Zócalo, no estábamos ahí para seguir exigiendo la presentación con vida de los 43 estudiantes hijos de campesinos pobres de la Escuela Normal Rural “Isidro Burgos” de Ayotzinapa, Guerrero, desaparecidos como por varias ocasiones lo hicimos durante el otoño de 2014.

Ahora nos encontrábamos en ese emblemático lugar muchos de los mexicanos que desde finales de los años sesenta siempre habíamos caminado juntos celebrando alguno de nuestros escasos y contados triunfos o para protestar por algún agravio hacia un sector de la población o hasta lamentar alguna de nuestras continuas y múltiples derrotas que entonces tuvimos.

Durante esa noche, algunos de los viejos compañeros de las luchas universitarias, tanto estudiantiles como del sindicalismo universitario, quienes después de muchos años de no vernos nos volvimos a reencontrar, lloraban pero de alegría, porque también de alegría se llora.

Unos y otros intercambiábamos opiniones y comentarios por los increíbles resultados electorales logrados ese día por la izquierda en la que Andrés Manuel prácticamente arrasó en 31 de las 32 entidades federativas que conforman la República federal.

Para nosotros, todos los datos que estábamos conociendo provenientes de diferentes partes del país, dándole la victoria a la izquierda, aún nos parecían increíbles, o más bien un simple sueño. Aún no creíamos que al fin la izquierda y nuestro candidato se encontraran en la cúspide del poder cuando todavía no hacía mucho tiempo ambos habían sido sistemáticamente acosados, satanizados, golpeados y marginados por todos los organismos político-partidarios oficialistas y obviamente por la derecha que jamás se resignará de haber sufrido una derrota de esta magnitud.

Por eso, muchos de nosotros coincidíamos y terminábamos expresando más o menos la siguiente frase: “Y yo que siempre creí que después de los fraudes electorales de 1988, 2006 y 2012 nunca nos iban a dejar que la izquierda llegara al poder y que me iba a morir sin nunca jamás ver el cambio en México, esto es, sin vivir lo que en estos precisos momentos estoy viendo y viviendo con todos ellos y con todos nosotros. La utopía al fin se hizo realidad”. (Continuará)


* Profesor e investigador de carrera en la UNAM. Email: elpozoleunam@hotmail.com

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