/ miércoles 11 de septiembre de 2019

LA TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA EN MÉXICO

La otra faceta de la política echeverrista

Del 68 a la 4ª.T, vista en primera persona. Pero independientemente de lo demagógico y acotado de la Apertura Democrática, durante el sexenio de Luis Echeverría Álvarez se impulsaron una serie de medidas que le permitieron ganar cierto consenso en el seno de algunos sectores democráticos que anteriormente habían manifestado como severos críticos de la política de Gustavo Díaz Ordaz y del régimen priista en su conjunto.

En esta tesitura destacan entre otros, el reconocimiento que el Presidente de la República recibió de parte de un sector de intelectuales entre los que se encontraban entre otros Carlos Fuentes, Fernando Benítez, Víctor Flores Olea, Francisco López Cámara, Octavio Paz, etcétera, quienes incluso llegaron a manifestar abiertamente que en el México de esos días no había más que dos opciones: “Echeverría o el Fascismo”.

Pese a estas y otras muestras de apoyo a la supuesta política de Apertura Democrática, durante este periodo el régimen echeverrista se negó rotundamente a renunciar a su naturaleza autoritaria y represiva que históricamente había caracterizado y mantenido el régimen priista. Así, por ejemplo, además de la saña y total intolerancia con la que se trató a los diferentes grupos guerrilleros que desde el inicio del sexenio habían estado apareciendo en el país, el 10 de junio de 1971 se llevó a cabo una nueva masacre en la Ciudad de México en contra de estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Iberoamericana y la Escuela Nacional de Agricultura Chapingo, que se aglutinaban en el Comité Coordinador de Comités de Lucha (CoCo).

Aunque para llevar a cabo esta nueva acción represiva el gobierno echeverrista ya no utilizó directamente a la policía ni al Ejército como siempre lo habían hecho los mandatarios anteriores y sobre todo Gustavo Díaz Ordaz, sino a un grupo de carácter paramilitar denominado Los Halcones, que desde el sexenio anterior había sido formado y entrenado por el propio gobierno para enfrentar las diferentes protestas sociales posesentaiocheras.

Luego del asesinato de por lo menos medio centenar de estudiantes, Luis Echeverría Álvarez prometió efectuar una profunda y exhaustiva investigación con el fin de encontrar a los autores intelectuales y materiales de estos nuevos asesinatos.

Sin embargo, el presidente nunca cumplió con su palabra y durante los seis años de gobierno nunca logró encontrar ni a los autores intelectuales ni materiales de la masacre, no obstante la gran cantidad de evidencias fotográficas publicadas en diarios, revistas de circulación nacional.

Luego entonces, quedaba perfectamente claro que ya sea por acción u omisión o por ambas razones, el verdadero autor intelectual de la masacre del 10 de junio de 1971 en el barrio capitalino de San Cosme, fue el propio presidente de la República y no solamente quienes en su momento sirvieron como “chivos expiatorios”.

En efecto, para amortiguar un poco la presión social Luis Echeverría cesó de sus respectivos cargos a dos importantes funcionarios de su gobierno: Alfonso Martínez Domínguez, jefe del Departamento del Distrito Federal y a Rogelio Flores Curiel, jefe de la Policía Metropolitana, aunque pocos años después ambos funcionarios fueron recompensados con el otorgamiento de las gubernaturas de los estados de Nuevo León y Nayarit, respectivamente.

Estos y otros acontecimientos sociopolíticos, demasiado lejos de recomponer la situación, coadyuvaron a evidenciar todavía más la profundidad de la crisis política y el fracaso de la multicitada Apertura Democrática echeverrista, como elemento legitimador de un régimen totalmente obsesionado en curar las viejas heridas dejadas por el uso de las macanas y fusiles durante el 68 mexicano.

Por todo esto y otras razones más, cuando el 13 de marzo de 1975 Guillermo Soberón Acevedo, rector de la UNAM, invitó al Presidente Luis Echeverría Álvarez a la Ciudad Universitaria a inaugurar los cursos del nuevo año escolar, tal y como se había hecho hasta dos años antes del Movimiento Estudiantil de 1968, los estudiantes impugnaron su presencia y hasta le lanzaron una piedra que lo hirió en la frente y con la que de facto profundizó todavía más el divorcio entre la comunidad universitaria estudiantil y el gobierno mexicano.

Por lo demás, esta fue la última vez en la que un Presidente de la República en funciones se paró en el campus universitario y más particularmente en la Ciudad Universitaria. Continuará (Parte 18 de 30)

La otra faceta de la política echeverrista

Del 68 a la 4ª.T, vista en primera persona. Pero independientemente de lo demagógico y acotado de la Apertura Democrática, durante el sexenio de Luis Echeverría Álvarez se impulsaron una serie de medidas que le permitieron ganar cierto consenso en el seno de algunos sectores democráticos que anteriormente habían manifestado como severos críticos de la política de Gustavo Díaz Ordaz y del régimen priista en su conjunto.

En esta tesitura destacan entre otros, el reconocimiento que el Presidente de la República recibió de parte de un sector de intelectuales entre los que se encontraban entre otros Carlos Fuentes, Fernando Benítez, Víctor Flores Olea, Francisco López Cámara, Octavio Paz, etcétera, quienes incluso llegaron a manifestar abiertamente que en el México de esos días no había más que dos opciones: “Echeverría o el Fascismo”.

Pese a estas y otras muestras de apoyo a la supuesta política de Apertura Democrática, durante este periodo el régimen echeverrista se negó rotundamente a renunciar a su naturaleza autoritaria y represiva que históricamente había caracterizado y mantenido el régimen priista. Así, por ejemplo, además de la saña y total intolerancia con la que se trató a los diferentes grupos guerrilleros que desde el inicio del sexenio habían estado apareciendo en el país, el 10 de junio de 1971 se llevó a cabo una nueva masacre en la Ciudad de México en contra de estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional, la Universidad Iberoamericana y la Escuela Nacional de Agricultura Chapingo, que se aglutinaban en el Comité Coordinador de Comités de Lucha (CoCo).

Aunque para llevar a cabo esta nueva acción represiva el gobierno echeverrista ya no utilizó directamente a la policía ni al Ejército como siempre lo habían hecho los mandatarios anteriores y sobre todo Gustavo Díaz Ordaz, sino a un grupo de carácter paramilitar denominado Los Halcones, que desde el sexenio anterior había sido formado y entrenado por el propio gobierno para enfrentar las diferentes protestas sociales posesentaiocheras.

Luego del asesinato de por lo menos medio centenar de estudiantes, Luis Echeverría Álvarez prometió efectuar una profunda y exhaustiva investigación con el fin de encontrar a los autores intelectuales y materiales de estos nuevos asesinatos.

Sin embargo, el presidente nunca cumplió con su palabra y durante los seis años de gobierno nunca logró encontrar ni a los autores intelectuales ni materiales de la masacre, no obstante la gran cantidad de evidencias fotográficas publicadas en diarios, revistas de circulación nacional.

Luego entonces, quedaba perfectamente claro que ya sea por acción u omisión o por ambas razones, el verdadero autor intelectual de la masacre del 10 de junio de 1971 en el barrio capitalino de San Cosme, fue el propio presidente de la República y no solamente quienes en su momento sirvieron como “chivos expiatorios”.

En efecto, para amortiguar un poco la presión social Luis Echeverría cesó de sus respectivos cargos a dos importantes funcionarios de su gobierno: Alfonso Martínez Domínguez, jefe del Departamento del Distrito Federal y a Rogelio Flores Curiel, jefe de la Policía Metropolitana, aunque pocos años después ambos funcionarios fueron recompensados con el otorgamiento de las gubernaturas de los estados de Nuevo León y Nayarit, respectivamente.

Estos y otros acontecimientos sociopolíticos, demasiado lejos de recomponer la situación, coadyuvaron a evidenciar todavía más la profundidad de la crisis política y el fracaso de la multicitada Apertura Democrática echeverrista, como elemento legitimador de un régimen totalmente obsesionado en curar las viejas heridas dejadas por el uso de las macanas y fusiles durante el 68 mexicano.

Por todo esto y otras razones más, cuando el 13 de marzo de 1975 Guillermo Soberón Acevedo, rector de la UNAM, invitó al Presidente Luis Echeverría Álvarez a la Ciudad Universitaria a inaugurar los cursos del nuevo año escolar, tal y como se había hecho hasta dos años antes del Movimiento Estudiantil de 1968, los estudiantes impugnaron su presencia y hasta le lanzaron una piedra que lo hirió en la frente y con la que de facto profundizó todavía más el divorcio entre la comunidad universitaria estudiantil y el gobierno mexicano.

Por lo demás, esta fue la última vez en la que un Presidente de la República en funciones se paró en el campus universitario y más particularmente en la Ciudad Universitaria. Continuará (Parte 18 de 30)

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