/ domingo 14 de julio de 2019

La transición democrática en México: del 68 a la 4ª.T

La curiosidad de conocer a los granaderos (Parte 4 de 30)

La noche del viernes 26 de julio de 1968, aprovechando que el maestro de matemáticas aún no llegaba y que seguramente ya ese día no llegaría a impartir su clase al Grupo 413 de la Escuela Nacional Preparatoria No. 3 de la UNAM, alguien de los compañeros ahí presentes hizo la propuesta de que fuéramos al Zócalo para hacer extensivo nuestro coraje e indignación por la represión de la que habían sido objeto los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional que protestaban en contra de la represión de que días antes habían sido objeto.

A todos nos encantó la idea, la aprobamos de inmediato y hasta por unanimidad. En ese momento nadie de nosotros nos imaginamos que estaba a punto de iniciarse el movimiento social más trascendente del siglo XX en México, después de la Revolución Mexicana, obviamente, ni mucho menos que nosotros, aun sin pensarlo, seríamos sujetos sociales clave para su estallamiento.

Tras de la aprobación de irnos al Zócalo, un contingente de aproximadamente doce compañeros salimos con rumbo a ese lugar. Además del propio Facundo Loredo, a quien ya para ese momento estaba totalmente tranquilo y hasta cierto punto envalentonado con todos nosotros. Que yo recuerde, nos fuimos al Zócalo, entre otros, el propio Loredo que era originario de San Luis Potosí, el michoacano Rubén Machuca, el yucateco Roberto López Méndez, a quien le apodábamos el Yuca, el teotihuacano José de Jesús Fuentes y Bazán y yo de Durango. Una de las características que el 68 mexicano tuvo es que muchos de los estudiantes que lo protagonizamos éramos originarios de diferentes partes del país y no propiamente chilangos.

Recuerdo muy bien a todos estos compañeros porque quizás éramos los más activos y politizados del grupo y quienes periódicamente nos reuníamos para comentar libros, alguna nota periodística y sobre todo los artículos que semanalmente se publicaban en la revista Siempre! y más particularmente los que aparecían en su suplemento La Cultura en México, que entonces dirigía el maestro Fernando Benítez. De tal manera que todos sabíamos perfectamente bien a lo que nos exponíamos al ir a esa hora al Zócalo en ese momento lleno de policías.

En mí caso yo tenía mucho interés en ir al Zócalo, no sólo para hacer patente mí indignación por la represión sufrida por los compañeros politécnicos, sino también la curiosidad de conocer a los granaderos de los que tanto había escuchado hablar cuando fui estudiante de la Escuela Normal Rural “J. Guadalupe Aguilera”, Durango y que quincenalmente me leía de principio a fin la revista Política, que dirigía el ingeniero Manuel Marcué Pardiñas y en la que siempre se hacía un exhaustivo recorrido de los principales acontecimientos políticos nacionales e internacionales de la época.

Por las acciones que siempre realizaba este cuerpo represivo, golpeando y disolviendo todo tipo de manifestaciones de protesta y sobre todo las de los estudiantes de la UNAM y el Politécnico, siempre me imaginé a los granaderos como seres extraños y de otro planeta, algo así como extraterrestres: altos, fornidos, mal encarados, cínicos, con una macana de acero en la mano o fusiles llenos de gases lacrimógenos para lanzarlos contra manifestantes de diferente tipo y dispuestos siempre a golpear despiadadamente y sin ningún miramiento a todo ser viviente que encontraran a su paso.

Cuando el grupo de estudiantes del Grupo 413 llegamos a nuestro destino nos encontramos con un Zócalo efectivamente lleno de granaderos y policías vestidos de civil, tal y como lo había descrito Loredo, sólo que al ver a dichos sujetos ya de cerca, con todo su cinismo y prepotencia, hicieron que nuestro coraje e indignación juvenil creciera aún más de lo normal.

Aún recuerdo a uno de estos sujetos, seguramente se trataba de un agente secreto adscrito a la Dirección Federal de Seguridad que cuando nos vio llegar; con pistola en mano nos empezó a insultar, gritándonos: ¡¡lárguense de aquí hijos de su ch … o se los va a llevar la ch…..!! Fue este mismo individuo quien para demostrar su poder le dio un fuerte puntapié y tumbó al suelo a nuestro compañero José de Jesús Fuentes y Bazán.

La agresión a Fuentes y Bazán aumentó considerablemente nuestro coraje y sin medir el peligro todos le gritamos e insultamos hasta que nos cansamos. Igualmente, lo amenazamos con ir a la Preparatoria y luego regresar con más estudiantes para enfrentarlo y vengar la agresión a nuestro compañero. Empero el agente, tal vez ya muy acostumbrado y curtido de este tipo de amenazas, ni siquiera se inmutó, puesto que siguió actuando como si nada hubiese escuchado, con la misma actitud cínica y prepotente con la que siempre actúan este tipo de personas con poder y sobre todo cuando traen una pistola en la mano.

Por eso, todos llegamos a la conclusión de que con nuestra actitud no íbamos a lograr absolutamente nada, más que golpes y hasta posibles arrestos de nosotros. Fue entonces cuando mejor optamos por regresar a la Preparatoria para denunciar lo que sabíamos que habíamos padecido en carne propia esa noche en el Zócalo.

Cuando regresamos a la Preparatoria al contingente inicial del Grupo 413 se nos sumaron algunos estudiantes politécnicos que pertenecían al contingente que horas antes había sido dispersado y reprimido en las calles de Palma y Madero. Este grupo de politécnicos se distinguían porque traían un paliacate rojo amarrado en el cuello, exactamente igual a los que entonces usaban los ferrocarrileros.

Ya de nueva cuenta en la Preparatoria, todo el núcleo que veníamos del Zócalo nos introdujimos en el Anfiteatro Simón Bolívar, ese bello lugar cuyas paredes están cubiertas de pinturas de José Clemente Orozco y Diego Rivera, que en esos momentos se encontraba totalmente lleno de estudiantes y algunos maestros que participaban en una ceremonia de entrega de premios a estudiantes ganadores de concursos de poesía, cuento y ensayo. El evento lo presidía el licenciado Roberto Alatorre Padilla, director del plantel.

Sin ningún preámbulo ni protocolo nos dirigimos hasta el lugar en donde el director se encontraba sentado y a quien le solicitamos que nos permitiera informar a los ahí presentes sobre lo que había sucedido y seguía aconteciendo en el Zócalo. Sin embargo, él no accedió pretextando que tal vez nosotros ni siquiera éramos alumnos de la Preparatoria. Con nuestras respectivas credenciales en mano le demostramos que sí éramos alumnos de ese plantel y que por lo mismo insistíamos en nuestro derecho a ser escuchados para exponer un problema de la represión policiaca a los estudiantes.

Luego de esa aclaración el director abandonó su asiento para dirigirse al lugar en donde estaba instalado el pódium con el micrófono para decir, palabras más palabras menos, más o menos lo siguiente: “Aquí entre nosotros está un grupo de jóvenes que dicen ser estudiantes de esta escuela y quienes insisten en tomar la palabra para darles a ustedes una información de un problema totalmente ajeno a nosotros. Yo ya les dije que si quieren hablar se esperen hasta que concluya nuestro evento para que ellos informen de lo que tengan que informar. Pero toda vez que insisten en su afán yo propongo que pongamos a votación si se les permite o no que hablen en estos momentos”.


* Profesor e investigador de carrera en la UNAM. Email: elpozoleunam@hotmail.com




La curiosidad de conocer a los granaderos (Parte 4 de 30)

La noche del viernes 26 de julio de 1968, aprovechando que el maestro de matemáticas aún no llegaba y que seguramente ya ese día no llegaría a impartir su clase al Grupo 413 de la Escuela Nacional Preparatoria No. 3 de la UNAM, alguien de los compañeros ahí presentes hizo la propuesta de que fuéramos al Zócalo para hacer extensivo nuestro coraje e indignación por la represión de la que habían sido objeto los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional que protestaban en contra de la represión de que días antes habían sido objeto.

A todos nos encantó la idea, la aprobamos de inmediato y hasta por unanimidad. En ese momento nadie de nosotros nos imaginamos que estaba a punto de iniciarse el movimiento social más trascendente del siglo XX en México, después de la Revolución Mexicana, obviamente, ni mucho menos que nosotros, aun sin pensarlo, seríamos sujetos sociales clave para su estallamiento.

Tras de la aprobación de irnos al Zócalo, un contingente de aproximadamente doce compañeros salimos con rumbo a ese lugar. Además del propio Facundo Loredo, a quien ya para ese momento estaba totalmente tranquilo y hasta cierto punto envalentonado con todos nosotros. Que yo recuerde, nos fuimos al Zócalo, entre otros, el propio Loredo que era originario de San Luis Potosí, el michoacano Rubén Machuca, el yucateco Roberto López Méndez, a quien le apodábamos el Yuca, el teotihuacano José de Jesús Fuentes y Bazán y yo de Durango. Una de las características que el 68 mexicano tuvo es que muchos de los estudiantes que lo protagonizamos éramos originarios de diferentes partes del país y no propiamente chilangos.

Recuerdo muy bien a todos estos compañeros porque quizás éramos los más activos y politizados del grupo y quienes periódicamente nos reuníamos para comentar libros, alguna nota periodística y sobre todo los artículos que semanalmente se publicaban en la revista Siempre! y más particularmente los que aparecían en su suplemento La Cultura en México, que entonces dirigía el maestro Fernando Benítez. De tal manera que todos sabíamos perfectamente bien a lo que nos exponíamos al ir a esa hora al Zócalo en ese momento lleno de policías.

En mí caso yo tenía mucho interés en ir al Zócalo, no sólo para hacer patente mí indignación por la represión sufrida por los compañeros politécnicos, sino también la curiosidad de conocer a los granaderos de los que tanto había escuchado hablar cuando fui estudiante de la Escuela Normal Rural “J. Guadalupe Aguilera”, Durango y que quincenalmente me leía de principio a fin la revista Política, que dirigía el ingeniero Manuel Marcué Pardiñas y en la que siempre se hacía un exhaustivo recorrido de los principales acontecimientos políticos nacionales e internacionales de la época.

Por las acciones que siempre realizaba este cuerpo represivo, golpeando y disolviendo todo tipo de manifestaciones de protesta y sobre todo las de los estudiantes de la UNAM y el Politécnico, siempre me imaginé a los granaderos como seres extraños y de otro planeta, algo así como extraterrestres: altos, fornidos, mal encarados, cínicos, con una macana de acero en la mano o fusiles llenos de gases lacrimógenos para lanzarlos contra manifestantes de diferente tipo y dispuestos siempre a golpear despiadadamente y sin ningún miramiento a todo ser viviente que encontraran a su paso.

Cuando el grupo de estudiantes del Grupo 413 llegamos a nuestro destino nos encontramos con un Zócalo efectivamente lleno de granaderos y policías vestidos de civil, tal y como lo había descrito Loredo, sólo que al ver a dichos sujetos ya de cerca, con todo su cinismo y prepotencia, hicieron que nuestro coraje e indignación juvenil creciera aún más de lo normal.

Aún recuerdo a uno de estos sujetos, seguramente se trataba de un agente secreto adscrito a la Dirección Federal de Seguridad que cuando nos vio llegar; con pistola en mano nos empezó a insultar, gritándonos: ¡¡lárguense de aquí hijos de su ch … o se los va a llevar la ch…..!! Fue este mismo individuo quien para demostrar su poder le dio un fuerte puntapié y tumbó al suelo a nuestro compañero José de Jesús Fuentes y Bazán.

La agresión a Fuentes y Bazán aumentó considerablemente nuestro coraje y sin medir el peligro todos le gritamos e insultamos hasta que nos cansamos. Igualmente, lo amenazamos con ir a la Preparatoria y luego regresar con más estudiantes para enfrentarlo y vengar la agresión a nuestro compañero. Empero el agente, tal vez ya muy acostumbrado y curtido de este tipo de amenazas, ni siquiera se inmutó, puesto que siguió actuando como si nada hubiese escuchado, con la misma actitud cínica y prepotente con la que siempre actúan este tipo de personas con poder y sobre todo cuando traen una pistola en la mano.

Por eso, todos llegamos a la conclusión de que con nuestra actitud no íbamos a lograr absolutamente nada, más que golpes y hasta posibles arrestos de nosotros. Fue entonces cuando mejor optamos por regresar a la Preparatoria para denunciar lo que sabíamos que habíamos padecido en carne propia esa noche en el Zócalo.

Cuando regresamos a la Preparatoria al contingente inicial del Grupo 413 se nos sumaron algunos estudiantes politécnicos que pertenecían al contingente que horas antes había sido dispersado y reprimido en las calles de Palma y Madero. Este grupo de politécnicos se distinguían porque traían un paliacate rojo amarrado en el cuello, exactamente igual a los que entonces usaban los ferrocarrileros.

Ya de nueva cuenta en la Preparatoria, todo el núcleo que veníamos del Zócalo nos introdujimos en el Anfiteatro Simón Bolívar, ese bello lugar cuyas paredes están cubiertas de pinturas de José Clemente Orozco y Diego Rivera, que en esos momentos se encontraba totalmente lleno de estudiantes y algunos maestros que participaban en una ceremonia de entrega de premios a estudiantes ganadores de concursos de poesía, cuento y ensayo. El evento lo presidía el licenciado Roberto Alatorre Padilla, director del plantel.

Sin ningún preámbulo ni protocolo nos dirigimos hasta el lugar en donde el director se encontraba sentado y a quien le solicitamos que nos permitiera informar a los ahí presentes sobre lo que había sucedido y seguía aconteciendo en el Zócalo. Sin embargo, él no accedió pretextando que tal vez nosotros ni siquiera éramos alumnos de la Preparatoria. Con nuestras respectivas credenciales en mano le demostramos que sí éramos alumnos de ese plantel y que por lo mismo insistíamos en nuestro derecho a ser escuchados para exponer un problema de la represión policiaca a los estudiantes.

Luego de esa aclaración el director abandonó su asiento para dirigirse al lugar en donde estaba instalado el pódium con el micrófono para decir, palabras más palabras menos, más o menos lo siguiente: “Aquí entre nosotros está un grupo de jóvenes que dicen ser estudiantes de esta escuela y quienes insisten en tomar la palabra para darles a ustedes una información de un problema totalmente ajeno a nosotros. Yo ya les dije que si quieren hablar se esperen hasta que concluya nuestro evento para que ellos informen de lo que tengan que informar. Pero toda vez que insisten en su afán yo propongo que pongamos a votación si se les permite o no que hablen en estos momentos”.


* Profesor e investigador de carrera en la UNAM. Email: elpozoleunam@hotmail.com




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