/ viernes 3 de julio de 2020

La tregua y la paz

Era diciembre de 1914, los soldados del imperio alemán y las tropas británicas intercambiaban disparos sobre una franja de tierra de nadie en la que camaradas heridos y muertos yacían esparcidos.

Pero al llegar la Nochebuena, los alemanes colocaron árboles iluminados en las trincheras y los aliados se les unieron en un alto al fuego espontáneo: Fue la conocida Tregua de Navidad de la Primera Guerra Mundial. Algunos de los hasta entonces enemigos se deleitaron mutuamente cantando villancicos que sustituirían al silbido de las balas. Otros salieron de las trincheras para estrecharse la mano y fumar juntos. La tregua continuó hasta comenzar el año nuevo, luego, volvieron a la guerra.

Hay una gran diferencia entre una tregua y la paz. Una tregua significa sencillamente que los contrincantes no disparan durante un tiempo, como en la Tregua de Navidad. Para que haya paz, en cambio, se necesita la justicia. No se puede divorciar el concepto de la “paz” del concepto de “justicia”. Si se pretende llevar "la fiesta en paz" a costa de sacrificar la verdad, estaremos comprometiendo nuestros principios y no tendremos paz ni mucho menos. Lo que tendremos será sencillamente una tregua, un alto al fuego, una especie de “guerra fría”.

En nuestro país estamos viviendo dos pandemias, una que tiene casi cuatro meses y se ha cobrado lamentablemente ya casi treinta mil vidas humanas producto de un virus que infecta los pulmones. La otra, lleva décadas, pero no se acaba, se sigue incrementando y se cobra una vida cada veintitrés minutos, producto de un virus que infecta el corazón, pero no el de sangre, sino el que es invisible, el que nos hace humanos; me refiero al virus del odio, y a la pandemia de la violencia.

Ser un pacificador no significa evitar el problema; es meterse justo en el centro de él, e intentar buscar una solución justa. Usted no ha conseguido la paz entre dos personas a menos que hayan coincidido en la naturaleza del problema y se hayan propuesto llevarlo ante Dios buscando arreglar las cosas a través del perdón que solamente lo podemos encontrar en la cruz de Cristo, ahí donde, como dice el salmista “la justicia y la paz se besaron”. Si queremos abrazos y no balazos necesitamos justicia.

Era diciembre de 1914, los soldados del imperio alemán y las tropas británicas intercambiaban disparos sobre una franja de tierra de nadie en la que camaradas heridos y muertos yacían esparcidos.

Pero al llegar la Nochebuena, los alemanes colocaron árboles iluminados en las trincheras y los aliados se les unieron en un alto al fuego espontáneo: Fue la conocida Tregua de Navidad de la Primera Guerra Mundial. Algunos de los hasta entonces enemigos se deleitaron mutuamente cantando villancicos que sustituirían al silbido de las balas. Otros salieron de las trincheras para estrecharse la mano y fumar juntos. La tregua continuó hasta comenzar el año nuevo, luego, volvieron a la guerra.

Hay una gran diferencia entre una tregua y la paz. Una tregua significa sencillamente que los contrincantes no disparan durante un tiempo, como en la Tregua de Navidad. Para que haya paz, en cambio, se necesita la justicia. No se puede divorciar el concepto de la “paz” del concepto de “justicia”. Si se pretende llevar "la fiesta en paz" a costa de sacrificar la verdad, estaremos comprometiendo nuestros principios y no tendremos paz ni mucho menos. Lo que tendremos será sencillamente una tregua, un alto al fuego, una especie de “guerra fría”.

En nuestro país estamos viviendo dos pandemias, una que tiene casi cuatro meses y se ha cobrado lamentablemente ya casi treinta mil vidas humanas producto de un virus que infecta los pulmones. La otra, lleva décadas, pero no se acaba, se sigue incrementando y se cobra una vida cada veintitrés minutos, producto de un virus que infecta el corazón, pero no el de sangre, sino el que es invisible, el que nos hace humanos; me refiero al virus del odio, y a la pandemia de la violencia.

Ser un pacificador no significa evitar el problema; es meterse justo en el centro de él, e intentar buscar una solución justa. Usted no ha conseguido la paz entre dos personas a menos que hayan coincidido en la naturaleza del problema y se hayan propuesto llevarlo ante Dios buscando arreglar las cosas a través del perdón que solamente lo podemos encontrar en la cruz de Cristo, ahí donde, como dice el salmista “la justicia y la paz se besaron”. Si queremos abrazos y no balazos necesitamos justicia.

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