/ miércoles 20 de marzo de 2019

La vergüenza

La vergüenza es una emoción moral que aparece en forma de incomodidad extrema cuando alguien se siente que no ha actuado de acuerdo con las expectativas de otras personas, o bien, según unos códigos culturales y/o morales de la sociedad, por lo tanto, no se trata de una emoción innata, sino aprendida a través del proceso de socialización y mediante las relaciones que tenemos con nuestros padres.

El origen de esta emoción suele encontrarse en una experiencia en la que la persona sintió o le hicieron sentir que no fue correcta, que no se comportó como debía y que en definitiva, su comportamiento no fue normal.

Tener vergüenza implica por un lado, experimentar emociones como la culpa y el miedo y por otro, mecanismos como la perfección y el control para superar el sentimiento de inadecuación, por lo que puede ser un obstáculo a la hora de crecer y evolucionar.

Así, es una emoción social, es un mecanismo evolutivo que nos ayuda a adaptarnos a lo novedoso y que se da con más frecuencia en determinados momentos de la vida, ya sea cuando somos niños por temor o inseguridad y a partir de los dos años cuando aparece el sentido del ridículo, y en la adolescencia se fortalece porque nos importa demasiado la opinión que los demás tienen de nosotros.

También, es una emoción selectiva, no proviene de determinados eventos o actos ni tiene que ver con la realidad objetiva, sino con el significado que cada uno de nosotros, demos a lo que ha pasado.

El impacto psicológico de la vergüenza es muy fuerte y produce cambios físicos como el sonrojarse, agachar la cabeza o alejarse tímidamente. A veces aparece la risa como forma de descargar la tensión provocada por la situación que produce vergüenza.

Principalmente, la vergüenza suele asociarse con la impotencia o la rabia.

La impotencia es el resultado psicológico más evidente de la vergüenza, nos hace sentir perdidos, sin fuerzas y abandonados a los demás, mientras que la rabia nos conduce a formas de recriminación y venganza, lo que nos puede provocar deseos de agredir a los que nos han hecho sentir vergüenza y ello puede incluso derivar en auténticos abusos y maltratos físicos y psicológicos. En situaciones extremas esta rabia puede ir dirigida hacia uno mismo e incluso llegar al suicidio.

Los niños y adolescentes tienden a sentir vergüenza en numerosas ocasiones, puesto que todavía no han aprendido cómo adaptarse a las diferentes situaciones incómodas que se presentan en la vida, pero la verdad es que todos la sentimos a lo largo de nuestra vida y en muchas ocasiones, pero esta emoción aparece con mayor frecuencia en aquellos que cuando se sienten “diferentes” a los demás o cuando no pueden llevar a cabo las mismas rutinas que sus iguales.

La vergüenza es la enemiga de la visibilidad, de la presencia, ya que es una emoción difícil que aparece para ocultar quiénes somos por el miedo y la inseguridad, además de que implica una falta de respeto y tolerancia a uno mismo, así como una baja autoestima, porque provoca la falta de respeto y tolerancia a uno mismo y la persona opta por ser invisible para evitar ser objetivo de críticas y calificado como no válido.

Tener vergüenza es no sentirse cómodo en la propia piel, es no reconocerse y recorrer el camino de la desvaloración sobre lo que uno es de manera progresiva, por lo que pone en manos de los demás la valoración de sí mismo porque únicamente es capaz de verse a través de las miradas ajenas.

Vive hacia afuera, pensando en el qué dirán, experimentando ansiedad cada vez que percibe que no es apropiado y desconectado de su interior. Su escenario está repleto de sufrimiento y exigencia.

La persona que tiene como núcleo de su vida a la vergüenza se niega a sí misma para adaptarse a lo que creen que se espera de ella, por lo que tenemos que echar a un lado los miedos para hacerse visible.

Tenemos que reconocer y aceptar que sentimos vergüenza, y que esta emoción forma parte de nuestro universo emocional, reflexionar sobre sus consecuencias, sobre el peso que tiene en nuestra vida, así como de qué manera nos limita y qué nos impide llevar a cabo.

Esta emoción induce a ser esclavos de las expectativas de los demás, a despreciarnos y en definitiva, a ser invisibles. De ahí que aprender a conectar con nosotros para conocernos y valorarnos sea fundamental para ganar en seguridad y tener presentes que no se trata de ser perfectos sino íntegros para saborear el bienestar.

Así, vencer la vergüenza es convertirse en un ser adulto capaz de transformarse en rey o la reina de un nuevo país: nuestro yo, y entonces ser nosotros mismos los que definamos el rumbo de nuestra vida.

La vergüenza es una emoción moral que aparece en forma de incomodidad extrema cuando alguien se siente que no ha actuado de acuerdo con las expectativas de otras personas, o bien, según unos códigos culturales y/o morales de la sociedad, por lo tanto, no se trata de una emoción innata, sino aprendida a través del proceso de socialización y mediante las relaciones que tenemos con nuestros padres.

El origen de esta emoción suele encontrarse en una experiencia en la que la persona sintió o le hicieron sentir que no fue correcta, que no se comportó como debía y que en definitiva, su comportamiento no fue normal.

Tener vergüenza implica por un lado, experimentar emociones como la culpa y el miedo y por otro, mecanismos como la perfección y el control para superar el sentimiento de inadecuación, por lo que puede ser un obstáculo a la hora de crecer y evolucionar.

Así, es una emoción social, es un mecanismo evolutivo que nos ayuda a adaptarnos a lo novedoso y que se da con más frecuencia en determinados momentos de la vida, ya sea cuando somos niños por temor o inseguridad y a partir de los dos años cuando aparece el sentido del ridículo, y en la adolescencia se fortalece porque nos importa demasiado la opinión que los demás tienen de nosotros.

También, es una emoción selectiva, no proviene de determinados eventos o actos ni tiene que ver con la realidad objetiva, sino con el significado que cada uno de nosotros, demos a lo que ha pasado.

El impacto psicológico de la vergüenza es muy fuerte y produce cambios físicos como el sonrojarse, agachar la cabeza o alejarse tímidamente. A veces aparece la risa como forma de descargar la tensión provocada por la situación que produce vergüenza.

Principalmente, la vergüenza suele asociarse con la impotencia o la rabia.

La impotencia es el resultado psicológico más evidente de la vergüenza, nos hace sentir perdidos, sin fuerzas y abandonados a los demás, mientras que la rabia nos conduce a formas de recriminación y venganza, lo que nos puede provocar deseos de agredir a los que nos han hecho sentir vergüenza y ello puede incluso derivar en auténticos abusos y maltratos físicos y psicológicos. En situaciones extremas esta rabia puede ir dirigida hacia uno mismo e incluso llegar al suicidio.

Los niños y adolescentes tienden a sentir vergüenza en numerosas ocasiones, puesto que todavía no han aprendido cómo adaptarse a las diferentes situaciones incómodas que se presentan en la vida, pero la verdad es que todos la sentimos a lo largo de nuestra vida y en muchas ocasiones, pero esta emoción aparece con mayor frecuencia en aquellos que cuando se sienten “diferentes” a los demás o cuando no pueden llevar a cabo las mismas rutinas que sus iguales.

La vergüenza es la enemiga de la visibilidad, de la presencia, ya que es una emoción difícil que aparece para ocultar quiénes somos por el miedo y la inseguridad, además de que implica una falta de respeto y tolerancia a uno mismo, así como una baja autoestima, porque provoca la falta de respeto y tolerancia a uno mismo y la persona opta por ser invisible para evitar ser objetivo de críticas y calificado como no válido.

Tener vergüenza es no sentirse cómodo en la propia piel, es no reconocerse y recorrer el camino de la desvaloración sobre lo que uno es de manera progresiva, por lo que pone en manos de los demás la valoración de sí mismo porque únicamente es capaz de verse a través de las miradas ajenas.

Vive hacia afuera, pensando en el qué dirán, experimentando ansiedad cada vez que percibe que no es apropiado y desconectado de su interior. Su escenario está repleto de sufrimiento y exigencia.

La persona que tiene como núcleo de su vida a la vergüenza se niega a sí misma para adaptarse a lo que creen que se espera de ella, por lo que tenemos que echar a un lado los miedos para hacerse visible.

Tenemos que reconocer y aceptar que sentimos vergüenza, y que esta emoción forma parte de nuestro universo emocional, reflexionar sobre sus consecuencias, sobre el peso que tiene en nuestra vida, así como de qué manera nos limita y qué nos impide llevar a cabo.

Esta emoción induce a ser esclavos de las expectativas de los demás, a despreciarnos y en definitiva, a ser invisibles. De ahí que aprender a conectar con nosotros para conocernos y valorarnos sea fundamental para ganar en seguridad y tener presentes que no se trata de ser perfectos sino íntegros para saborear el bienestar.

Así, vencer la vergüenza es convertirse en un ser adulto capaz de transformarse en rey o la reina de un nuevo país: nuestro yo, y entonces ser nosotros mismos los que definamos el rumbo de nuestra vida.