/ viernes 5 de octubre de 2018

La vida en las escuelas y en las aulas

La vida cotidiana en las escuelas y en las aulas es policromática, diversa, peculiar, compleja e impredecible, a pesar de que son de los espacios sociales más normados, reglamentados y controlados por el estado y por la sociedad misma, independientemente de si se habla de la educación preescolar, la educación primaria, la educación secundaria, el bachillerato o la educación superior.

El bullicio, los griteríos, las interacciones, los intercambios y los silencios son formas de actuación regulares, en cualquier institución educativa, en la que, conforme transcurre la jornada escolar, estas distintas manifestaciones van tomando sus tiempos y ritmos, bien sea a la hora de la entrada a clases, durante el recreo, en la clase de educación física, de inglés y de educación artística o al final de las clases; pero especialmente, durante la clase formal del docente, pues la dinámica se construye atendiendo a diversos factores, la mayoría de las veces vinculados al desempeño del propio docente, quien es la voz cantante en la actividad dentro y fuera del aula.

En otras palabras, la convivencia escolar permanentemente, la negociación constante y la relación humana de personas de diferentes edades, sexos, culturas y poderes, les dan a las escuelas y aulas una tonalidad y un colorido muy particular, que responde a una polifonía de voces que se combinan, encuentran y desencuentran a cada paso, atendiendo a la finalidad última de la educación, que consiste en la formación social y personal de las nuevas generaciones, a través de la transmisión de conocimientos y de la recreación de prácticas culturales, social y políticamente legitimadas, en un currículum y en distintos dispositivos escolares (llámese modelo educativo, aprendizajes clave, libros de texto o planes y programas de estudio).

De esta manera, la vida escolar no tiene ni cobra sentido ni significado alguno si no es vivida y experimentada por sus actores (alumnos, maestros, directivos, padres de familia), y si no es contada y recreada por ellos mismos, a través de sus prácticas educativas y sociales, en las que se reproducen y recrean cotidianamente los contenidos curriculares, más no sólo eso, sino el entramado de relaciones, vivencias y experiencias que día con día aparecen en el acontecer cotidiano en las aulas, los patios y demás escenarios y sub-escenarios de la actividad educativa.

Lo anterior significa que, lo que sucede en las escuelas y en las aulas tiene que ver, casi siempre, con lo que les sucede a los docentes y a los estudiantes al establecer una relación pedagógica entre ellos, que a la vez implica otras relaciones derivadas, como la relación didáctica que el maestro establece con el currículum que va a enseñar y con la metodología que le dirá cómo enseñar y cómo evaluar; la relación de estudio que lleva al estudiante a entrar en contacto con el material que ha de aprender, así como con los métodos, procedimientos y herramientas que le llevarán a la adquisición de los aprendizajes esperados y a desarrollar la competencia metacognitiva de aprender a aprender; pero lo más importante, es que se construye una relación de mediación, en la que el docente y los estudiantes se encuentran, se relacionan, se entienden y establecen acuerdos de trabajo, colaboración y cooperación para alcanzar la meta educativa que se espera logren juntos, esto implica que docentes y estudiantes construyan significados particulares para sus actividades y vivencias escolares, viviendo experiencias compartidas en un tiempo y en lugar particulares (aula, escuela y otros espacios escolares) y bajo circunstancias escolares y sociales que, aun con rasgos similares a otras aulas y escuelas, son memorables e irrepetibles.

Sin ninguna duda, la influencia formativa de las aulas y de las escuelas deja huellas imborrables en las personas que pasan por ellas, más allá de si las escuelas eran escuelas con todos los medios necesarios para ofrecer un buen servicio educativo o si las aulas contaban con el mobiliario, los equipos, los materiales o los recursos indispensables para poner en acción el acto educativo; es más, las huellas quedan, aún y cuando los maestros que educaron a los estudiantes no fueron los mejores o los que ellos mejor recuerdan, porque al final del día, como adultos, las personas siempre recuerdan a sus buenos maestros y también a los no tan buenos.

La vida en las escuelas y en las aulas, al margen de la previsión y la organización de tiempos, movimientos y acciones, así como de la producción y disposición de métodos, técnicas, instrumentos, medios y discursos para poner en marcha la tarea educativa, sucede que las acciones humanas surgen o se improvisan en la dinámica misma de la vida escolar, y por tanto, no están previstas de forma alguna ni fueron objeto de planificación didáctica por parte del profesor y, las más de veces, forman parte de las consecuencias o efectos no deseados de las intervenciones docentes, previamente intencionadas.

Por otra parte, hay que decir que en la actualidad no hay una opinión muy favorable acerca de lo que transcurre al interior de las escuelas y las aulas, pues se percibe que no están cumpliendo cabalmente con su función y los estudiantes que egresan de ellas siguen sin desarrollar las competencias que de ellos se esperan, por lo que se afirma que la educación que se imparte es de baja o de escasa calidad.

Por eso, en un escenario de insatisfacción social por el cumplimiento de la función de la escuela, se necesita una planeación e integración más cuidadosa de las estrategias de desarrollo personal y social de los agentes educativos, aplicando estrategias de mejora en todas las acciones y funciones de la escuela: es decir, una planeación e integración que tenga en cuenta a la escuela en su totalidad, como institución diversa, compleja y cambiante, en la que se vive una vida especial, llena de relaciones verbales y simbólicas que van conformando lo que se conoce como cultura escolar y que en cada escuela es distinta y espacial.

La dinámica de la vida en la escuela y en las aulas necesita cambiar, necesita despojarse del lastre de escuela del siglo XVIII o XIX; se requiere un uso intencionado y didáctico de las tecnologías de la información y la comunicación, para acceder a la sociedad del conocimiento. Es importante un cambio de rol en el quehacer del maestro, para dar mayor protagonismo al estudiante en su proceso de aprendizaje, de modo que desarrolle la autonomía y el autocontrol de su propio desarrollo.

La vida cotidiana en las escuelas y en las aulas es policromática, diversa, peculiar, compleja e impredecible, a pesar de que son de los espacios sociales más normados, reglamentados y controlados por el estado y por la sociedad misma, independientemente de si se habla de la educación preescolar, la educación primaria, la educación secundaria, el bachillerato o la educación superior.

El bullicio, los griteríos, las interacciones, los intercambios y los silencios son formas de actuación regulares, en cualquier institución educativa, en la que, conforme transcurre la jornada escolar, estas distintas manifestaciones van tomando sus tiempos y ritmos, bien sea a la hora de la entrada a clases, durante el recreo, en la clase de educación física, de inglés y de educación artística o al final de las clases; pero especialmente, durante la clase formal del docente, pues la dinámica se construye atendiendo a diversos factores, la mayoría de las veces vinculados al desempeño del propio docente, quien es la voz cantante en la actividad dentro y fuera del aula.

En otras palabras, la convivencia escolar permanentemente, la negociación constante y la relación humana de personas de diferentes edades, sexos, culturas y poderes, les dan a las escuelas y aulas una tonalidad y un colorido muy particular, que responde a una polifonía de voces que se combinan, encuentran y desencuentran a cada paso, atendiendo a la finalidad última de la educación, que consiste en la formación social y personal de las nuevas generaciones, a través de la transmisión de conocimientos y de la recreación de prácticas culturales, social y políticamente legitimadas, en un currículum y en distintos dispositivos escolares (llámese modelo educativo, aprendizajes clave, libros de texto o planes y programas de estudio).

De esta manera, la vida escolar no tiene ni cobra sentido ni significado alguno si no es vivida y experimentada por sus actores (alumnos, maestros, directivos, padres de familia), y si no es contada y recreada por ellos mismos, a través de sus prácticas educativas y sociales, en las que se reproducen y recrean cotidianamente los contenidos curriculares, más no sólo eso, sino el entramado de relaciones, vivencias y experiencias que día con día aparecen en el acontecer cotidiano en las aulas, los patios y demás escenarios y sub-escenarios de la actividad educativa.

Lo anterior significa que, lo que sucede en las escuelas y en las aulas tiene que ver, casi siempre, con lo que les sucede a los docentes y a los estudiantes al establecer una relación pedagógica entre ellos, que a la vez implica otras relaciones derivadas, como la relación didáctica que el maestro establece con el currículum que va a enseñar y con la metodología que le dirá cómo enseñar y cómo evaluar; la relación de estudio que lleva al estudiante a entrar en contacto con el material que ha de aprender, así como con los métodos, procedimientos y herramientas que le llevarán a la adquisición de los aprendizajes esperados y a desarrollar la competencia metacognitiva de aprender a aprender; pero lo más importante, es que se construye una relación de mediación, en la que el docente y los estudiantes se encuentran, se relacionan, se entienden y establecen acuerdos de trabajo, colaboración y cooperación para alcanzar la meta educativa que se espera logren juntos, esto implica que docentes y estudiantes construyan significados particulares para sus actividades y vivencias escolares, viviendo experiencias compartidas en un tiempo y en lugar particulares (aula, escuela y otros espacios escolares) y bajo circunstancias escolares y sociales que, aun con rasgos similares a otras aulas y escuelas, son memorables e irrepetibles.

Sin ninguna duda, la influencia formativa de las aulas y de las escuelas deja huellas imborrables en las personas que pasan por ellas, más allá de si las escuelas eran escuelas con todos los medios necesarios para ofrecer un buen servicio educativo o si las aulas contaban con el mobiliario, los equipos, los materiales o los recursos indispensables para poner en acción el acto educativo; es más, las huellas quedan, aún y cuando los maestros que educaron a los estudiantes no fueron los mejores o los que ellos mejor recuerdan, porque al final del día, como adultos, las personas siempre recuerdan a sus buenos maestros y también a los no tan buenos.

La vida en las escuelas y en las aulas, al margen de la previsión y la organización de tiempos, movimientos y acciones, así como de la producción y disposición de métodos, técnicas, instrumentos, medios y discursos para poner en marcha la tarea educativa, sucede que las acciones humanas surgen o se improvisan en la dinámica misma de la vida escolar, y por tanto, no están previstas de forma alguna ni fueron objeto de planificación didáctica por parte del profesor y, las más de veces, forman parte de las consecuencias o efectos no deseados de las intervenciones docentes, previamente intencionadas.

Por otra parte, hay que decir que en la actualidad no hay una opinión muy favorable acerca de lo que transcurre al interior de las escuelas y las aulas, pues se percibe que no están cumpliendo cabalmente con su función y los estudiantes que egresan de ellas siguen sin desarrollar las competencias que de ellos se esperan, por lo que se afirma que la educación que se imparte es de baja o de escasa calidad.

Por eso, en un escenario de insatisfacción social por el cumplimiento de la función de la escuela, se necesita una planeación e integración más cuidadosa de las estrategias de desarrollo personal y social de los agentes educativos, aplicando estrategias de mejora en todas las acciones y funciones de la escuela: es decir, una planeación e integración que tenga en cuenta a la escuela en su totalidad, como institución diversa, compleja y cambiante, en la que se vive una vida especial, llena de relaciones verbales y simbólicas que van conformando lo que se conoce como cultura escolar y que en cada escuela es distinta y espacial.

La dinámica de la vida en la escuela y en las aulas necesita cambiar, necesita despojarse del lastre de escuela del siglo XVIII o XIX; se requiere un uso intencionado y didáctico de las tecnologías de la información y la comunicación, para acceder a la sociedad del conocimiento. Es importante un cambio de rol en el quehacer del maestro, para dar mayor protagonismo al estudiante en su proceso de aprendizaje, de modo que desarrolle la autonomía y el autocontrol de su propio desarrollo.