/ martes 8 de septiembre de 2020

La vida es efímera

La mayor parte de los seres humanos nos volvemos deprimentes y huraños al llegar al ocaso de nuestras vidas.

Al viejo lo hacen sabio la experiencia y la comprensión; al joven lo pierden la inseguridad y la precipitación. No hay mayor riqueza que el trabajo, ni mejor herramienta que la alegría. La alegría es el justo premio al esfuerzo reiterado, a la lucha sin fatiga para conseguir aquello que anhelamos. Es la sensación que embarga al alma cuando hemos alcanzado un bien. No debe confundirse con el placer.

El placer acompaña al ocio generalmente, mientras que la alegría es inseparable amiga de la diligencia. Lo que sucede es que la vida hoy en día pone mayor énfasis en las comodidades que en los sacrificios y acepta como verdad única que el dinero fija el precio a la felicidad. Mas las estadísticas señalan que el número de los fracasados y suicidas lo conforman aquellos que no fueron educados bajo la égida del sacrificio.

El mundo de hoy lleva al ser humano hacia un odio que fluye como el agua en las acequias. Es incapaz de amarse y de amar a sus semejantes, levantando para sí el pedestal de la soberbia y se corona de egoísmo. No admite sus errores porque sabe que lo debilitan pero acrecienta sus imperfecciones señalando también la de sus hermanos.

La injuria y la calumnia son el lenguaje de la política. La estafa individual y colectiva se ha impuesto en la economía. El adulterio y la promiscuidad reinan en muchas familias. La hipocresía reemplaza a la amistad. La venganza recibe mayor despliegue que el perdón. Los vicios generan mayor riqueza que el trabajo honrado.

Un falso amigo es como la sombra que nos sigue mientras dura el sol.

Si a un niño o a un joven se le enseña a vivir antes que a leer y escribir, no solamente aseguramos el éxito de sus estudios sino su felicidad en la vida.

Las tres reflexiones más difíciles de externar son: “Te quiero”, “perdón” y “ayúdame”. La mayoría de la gente es egoísta y se cree autosuficiente.

La mayor parte de los seres humanos nos volvemos deprimentes y huraños al llegar al ocaso de nuestras vidas.

Al viejo lo hacen sabio la experiencia y la comprensión; al joven lo pierden la inseguridad y la precipitación. No hay mayor riqueza que el trabajo, ni mejor herramienta que la alegría. La alegría es el justo premio al esfuerzo reiterado, a la lucha sin fatiga para conseguir aquello que anhelamos. Es la sensación que embarga al alma cuando hemos alcanzado un bien. No debe confundirse con el placer.

El placer acompaña al ocio generalmente, mientras que la alegría es inseparable amiga de la diligencia. Lo que sucede es que la vida hoy en día pone mayor énfasis en las comodidades que en los sacrificios y acepta como verdad única que el dinero fija el precio a la felicidad. Mas las estadísticas señalan que el número de los fracasados y suicidas lo conforman aquellos que no fueron educados bajo la égida del sacrificio.

El mundo de hoy lleva al ser humano hacia un odio que fluye como el agua en las acequias. Es incapaz de amarse y de amar a sus semejantes, levantando para sí el pedestal de la soberbia y se corona de egoísmo. No admite sus errores porque sabe que lo debilitan pero acrecienta sus imperfecciones señalando también la de sus hermanos.

La injuria y la calumnia son el lenguaje de la política. La estafa individual y colectiva se ha impuesto en la economía. El adulterio y la promiscuidad reinan en muchas familias. La hipocresía reemplaza a la amistad. La venganza recibe mayor despliegue que el perdón. Los vicios generan mayor riqueza que el trabajo honrado.

Un falso amigo es como la sombra que nos sigue mientras dura el sol.

Si a un niño o a un joven se le enseña a vivir antes que a leer y escribir, no solamente aseguramos el éxito de sus estudios sino su felicidad en la vida.

Las tres reflexiones más difíciles de externar son: “Te quiero”, “perdón” y “ayúdame”. La mayoría de la gente es egoísta y se cree autosuficiente.