/ domingo 30 de junio de 2019

La vida y el tiempo, los mejores maestros

La fe, la esperanza y el amor son los más grandes tesoros de la vida. La medida en el amor es amar con devoción y sin condición; la familia es el centro y el corazón de la civilización del amor.

Consolidar a lo largo y ancho de nuestra existencia la multiplicidad de actos de bienestar hasta hacerlos cultura, es el mayor compromiso de una convivencia, integrando una sociedad sana y solidaria que nos transforme en ciudadanos dignos, capaces y unidos para luchar juntos por un mundo mejor. Por nuestro propio bien aprendamos las acciones que ejercen la calidad humana y desarrollemos la esperanza del espíritu de vivir mejor. El amor manda y pide más amor.

La cultura de la sencillez debe ser nuestra norma a seguir de hoy en adelante, al igual que revisar cada área de oportunidades, a fin de acercarnos más a la honestidad y la verdad, dejando a un lado lo aparente y superficial. Debemos de crear posibilidades de desarrollarnos de manera eficaz, rompiendo mitos superfluos en aras del beneficio que todos merecemos. Muchos de nosotros y más aún si somos ejecutivos, caemos atrapados en el fantasma “del qué dirán”, “qué irán a pensar”, “cómo me verán”; volviéndose el principal impedimento para desenvolvernos de manera posible y natural. En lugar de abrirnos a la verdad humana empujados por la razón del bien, nos rendimos ciegamente a nuestro ego.

Cuantas veces una profesión, un negocio, una empresa, no da los resultados que se esperaban; y cuantas y cuantas veces por causa de nuestras actitudes altaneras, soberbias, despreciativas fracasamos en nuestros planes, proyectos, intentos por alcanzar un fin. Ello sucede así mismo con funcionarios y trabajadores irresponsables.

La sencillez no está peleada con la elegancia ni con la belleza. Dar lugar a la naturalidad nos prestigia, ya que es la más sorprendente creatividad del ser humano y, llegar con lealtad a los objetivos propuestos es una honrosa actitud que nos da mayor renombre. La sencillez es una de las más grandes y reconocidas cualidades de una persona.

Todos tenemos derecho a ser tratados con cortesía y dignidad. Y todos queremos un presente y un futuro mejor. Es un grande error vivir aún atrapados por el pasado; lo justo y necesario es tomarlo como base, como experiencia para seguir adelante. Retroceder en nuestras vivencias es una tragedia que no nos dejará disfrutar del ahora, de las bondades que a bien tiene darnos la vida. Lo importante y urgente es que enderecemos y allanemos los caminos torcidos del egoísmo y de la injusticia. Si nos referimos a nuestros jóvenes, consideremos que ellos requieren de raíces que los sostengan como la educación, el hogar, el amor, el trabajo, la cultura.

Toda una productiva misión es la de educar. La inflación del ego es un perverso problema de autoestima que se puede resolver y disolver constructivamente con horas de estudio y análisis de lo que significa el valor del ser humano y la meta de solución de problemas. El fin no es valer más que otros sino servir mejor y crecer en el aprendizaje.

Conviene crear una cultura de “amor a la verdad” y alinear los valores que se predican en acciones de la vida diaria. Igualmente resulta fundamental que las reglas de una empresa sirvan para facilitar la comunicación verdadera y respetuosa, tal cual es, sin ocultar la información. Cuando en verdad hay amor y entendimiento la investigación fluye, la calidad humana permite que lleguemos a la esencia de las cosas y las manejemos como son.

Es importante que aprendamos a tener conciencia de lo que realizamos en lugar de encarar culpables; pues si cambiamos nuestra reacción de acuerdo con un análisis inteligente, alteramos las consecuencias, logrando buenos resultados, ya sean de amor, equilibrio o entendimiento, tanto para nosotros como para quienes nos rodean; incluso decidir un patrón nuevo de acción. Esto conforme a la edad según la cual podemos razonar. Así tenemos que:

Entre los siete y los doce años de edad los niños desarrollan una conducta industriosa, trabajadora, sobre la base de una personalidad que confía, que es autónoma y tiene iniciativa, sintetizando todo en manufactura, típica de los alumnos de educación primaria. A los chicos de esta edad les gusta terminar los trabajos y hacer las cosas en equipo, ampliando su mundo al vecindario. Cuando hay un desarrollo negativo se debe a una inercia escasa y por supuesto ausencia de estimulación.

En el momento de la adolescencia parece que todo lo avanzado y ganado en los años anteriores se desvanece; sin embargo, es sólo apariencia, ya que el reto para un adolescente es desarrollar su identidad personal y saber quién es. La amenaza es una confusión de ideas, donde no se pueden integrar en un yo claro y definido. La evolución adecuada lo lleva a lograr ser “el mismo” o “ella misma” y, a poder compartir con los demás, con su grupo de amigos.

Cuando se llega a la edad adulta se desarrolla el amor pleno, cuando ya la personalidad está formada, definida. El amor es una virtud psicológica por alcanzar y desarrollar, integrando una vida en común con miras a formar una familia. Es cuando se llega a la madurez emocional para hacerse cargo de la educación de los nuevos seres humanos.

Lo importante es lograr la capacidad creativa, generativa, no sólo para servir a estas criaturas biológicas, sino de otras personas más pertenecientes al contexto y que sean felices; sobre todo las que están en situación de dependencia como los hijos y los abuelos.

La vejez es la etapa en la que se debe realizar una concienzuda síntesis de la vida. Poder valorar lo bueno y lo malo que como humanos, como ciudadanos hemos vivido. La virtud ahora a desarrollar es la sabiduría. Por lo que se tiene la facultad de orientar con prudencia, con verdad, con honestidad, porque se supo librar tan dura y difícil experiencia y llegar a este biológico estado. Quien logra vencer las vicisitudes de la vida merece todo nuestro respeto y admiración, no sin antes la esperada recompensa del cielo.


La fe, la esperanza y el amor son los más grandes tesoros de la vida. La medida en el amor es amar con devoción y sin condición; la familia es el centro y el corazón de la civilización del amor.

Consolidar a lo largo y ancho de nuestra existencia la multiplicidad de actos de bienestar hasta hacerlos cultura, es el mayor compromiso de una convivencia, integrando una sociedad sana y solidaria que nos transforme en ciudadanos dignos, capaces y unidos para luchar juntos por un mundo mejor. Por nuestro propio bien aprendamos las acciones que ejercen la calidad humana y desarrollemos la esperanza del espíritu de vivir mejor. El amor manda y pide más amor.

La cultura de la sencillez debe ser nuestra norma a seguir de hoy en adelante, al igual que revisar cada área de oportunidades, a fin de acercarnos más a la honestidad y la verdad, dejando a un lado lo aparente y superficial. Debemos de crear posibilidades de desarrollarnos de manera eficaz, rompiendo mitos superfluos en aras del beneficio que todos merecemos. Muchos de nosotros y más aún si somos ejecutivos, caemos atrapados en el fantasma “del qué dirán”, “qué irán a pensar”, “cómo me verán”; volviéndose el principal impedimento para desenvolvernos de manera posible y natural. En lugar de abrirnos a la verdad humana empujados por la razón del bien, nos rendimos ciegamente a nuestro ego.

Cuantas veces una profesión, un negocio, una empresa, no da los resultados que se esperaban; y cuantas y cuantas veces por causa de nuestras actitudes altaneras, soberbias, despreciativas fracasamos en nuestros planes, proyectos, intentos por alcanzar un fin. Ello sucede así mismo con funcionarios y trabajadores irresponsables.

La sencillez no está peleada con la elegancia ni con la belleza. Dar lugar a la naturalidad nos prestigia, ya que es la más sorprendente creatividad del ser humano y, llegar con lealtad a los objetivos propuestos es una honrosa actitud que nos da mayor renombre. La sencillez es una de las más grandes y reconocidas cualidades de una persona.

Todos tenemos derecho a ser tratados con cortesía y dignidad. Y todos queremos un presente y un futuro mejor. Es un grande error vivir aún atrapados por el pasado; lo justo y necesario es tomarlo como base, como experiencia para seguir adelante. Retroceder en nuestras vivencias es una tragedia que no nos dejará disfrutar del ahora, de las bondades que a bien tiene darnos la vida. Lo importante y urgente es que enderecemos y allanemos los caminos torcidos del egoísmo y de la injusticia. Si nos referimos a nuestros jóvenes, consideremos que ellos requieren de raíces que los sostengan como la educación, el hogar, el amor, el trabajo, la cultura.

Toda una productiva misión es la de educar. La inflación del ego es un perverso problema de autoestima que se puede resolver y disolver constructivamente con horas de estudio y análisis de lo que significa el valor del ser humano y la meta de solución de problemas. El fin no es valer más que otros sino servir mejor y crecer en el aprendizaje.

Conviene crear una cultura de “amor a la verdad” y alinear los valores que se predican en acciones de la vida diaria. Igualmente resulta fundamental que las reglas de una empresa sirvan para facilitar la comunicación verdadera y respetuosa, tal cual es, sin ocultar la información. Cuando en verdad hay amor y entendimiento la investigación fluye, la calidad humana permite que lleguemos a la esencia de las cosas y las manejemos como son.

Es importante que aprendamos a tener conciencia de lo que realizamos en lugar de encarar culpables; pues si cambiamos nuestra reacción de acuerdo con un análisis inteligente, alteramos las consecuencias, logrando buenos resultados, ya sean de amor, equilibrio o entendimiento, tanto para nosotros como para quienes nos rodean; incluso decidir un patrón nuevo de acción. Esto conforme a la edad según la cual podemos razonar. Así tenemos que:

Entre los siete y los doce años de edad los niños desarrollan una conducta industriosa, trabajadora, sobre la base de una personalidad que confía, que es autónoma y tiene iniciativa, sintetizando todo en manufactura, típica de los alumnos de educación primaria. A los chicos de esta edad les gusta terminar los trabajos y hacer las cosas en equipo, ampliando su mundo al vecindario. Cuando hay un desarrollo negativo se debe a una inercia escasa y por supuesto ausencia de estimulación.

En el momento de la adolescencia parece que todo lo avanzado y ganado en los años anteriores se desvanece; sin embargo, es sólo apariencia, ya que el reto para un adolescente es desarrollar su identidad personal y saber quién es. La amenaza es una confusión de ideas, donde no se pueden integrar en un yo claro y definido. La evolución adecuada lo lleva a lograr ser “el mismo” o “ella misma” y, a poder compartir con los demás, con su grupo de amigos.

Cuando se llega a la edad adulta se desarrolla el amor pleno, cuando ya la personalidad está formada, definida. El amor es una virtud psicológica por alcanzar y desarrollar, integrando una vida en común con miras a formar una familia. Es cuando se llega a la madurez emocional para hacerse cargo de la educación de los nuevos seres humanos.

Lo importante es lograr la capacidad creativa, generativa, no sólo para servir a estas criaturas biológicas, sino de otras personas más pertenecientes al contexto y que sean felices; sobre todo las que están en situación de dependencia como los hijos y los abuelos.

La vejez es la etapa en la que se debe realizar una concienzuda síntesis de la vida. Poder valorar lo bueno y lo malo que como humanos, como ciudadanos hemos vivido. La virtud ahora a desarrollar es la sabiduría. Por lo que se tiene la facultad de orientar con prudencia, con verdad, con honestidad, porque se supo librar tan dura y difícil experiencia y llegar a este biológico estado. Quien logra vencer las vicisitudes de la vida merece todo nuestro respeto y admiración, no sin antes la esperada recompensa del cielo.