/ sábado 20 de marzo de 2021

Libertades globales bajo amenaza

La libertad es un principio, axioma, postulado, valor, virtud, dogma y derecho fundamental que suele estar bajo asedio en el panorama tan disperso de la contemporaneidad y la globalización política.

Aunque pudiera pensarse que es una conquista permanente, lo cierto es que la lucha por ella es una tarea cotidiana que, de no llevarse a cabo en todo su elemento, traería consigo regresiones de gran calado para el conjunto de nuestras prerrogativas más básicas.

El informe “Libertad en el Mundo 2021”, de la organización Freedom House, muestra indubitablemente que las libertades públicas a nivel global no sólo no han ganado terreno durante los meses de confinamiento derivados de la pandemia Covid-19 sino que, además, han sufrido retrocesos incluso en países con tradiciones democráticas y de Estados de Derecho fuertes. De hecho, y hablando precisamente de la democracia en cuanto tal, al decir de este reporte el deterioro global de la misma se ha acelerado, destacando “que la brecha anual entre pérdidas y ganancias se amplió en 2020, y menos de una quinta parte de la población mundial vive ahora en países totalmente libres”.

Lo anterior, desde luego, llamada poderosamente la atención por la simple y sencilla razón de que no importó que casi todo el año pasado la mayoría de las personas estuviesen encerradas en sus casas a causa de la contingencia sanitaria; antes bien, y retomando textualmente lo publicado por Freedom House, “durante 2020 los actores autoritarios se volvieron más osados mientras las principales democracias enfocaron la mirada hacia su interior, lo que contribuyó al decimoquinto año consecutivo de disminución de la libertad global”. De hecho, los Estados catalogados como “no libres” alcanzaron su nivel más alto desde 2006, además de que los países con disminución en términos de derechos políticos y libertades civiles fueron más que aquellos en donde hubo un aumento.

Temas de coyuntura en 2020 como la necesidad de una reforma en Estados Unidos, los efectos del COVID-19 y la resiliencia de la democracia son abordados en el informe, cuya lectura arroja luz sobre muchos de los tópicos pendientes en la agenda planetaria cuando hablamos de la configuración o no de sociedades más libertarias y, por ende, de gobiernos que salvaguarden las libertades y no las conculquen.

De forma concreta, es de destacar por ejemplo que de 195 países evaluados, 73 de ellos sufrieron un deterioro en su calificación, mientras que únicamente 28 la elevaron. Asimismo, también conviene subrayar que la crisis de salud pública derivada de la pandemia ahondó muchos de los problemas que se suscitan en el círculo de libertad y democracia, además de que los escenarios de protesta, por las mismas razones sanitarias, fueron más bien exiguos.

Hay entonces una clara tendencia a la baja y una franca línea descendente cuando nos referimos a las oportunidades de ser más libres incluso en situaciones de emergencia. Tal cuestión refleja el imperativo de planear nuevas estrategias desde la sociedad civil para articular movimientos de protesta, políticas públicas con sentido humano y una cultura constitucional, jurídica, de legalidad y de derechos fundamentales que más bien brilla por su ausencia.

Sin libertad, en efecto, poco podremos hacer para emprender proyectos vitales de largo aliento, los cuales tengan la capacidad de ser compatibles con los múltiples vericuetos que plantea la postmodernidad. Los derechos humanos penden de un hilo si no se corrige el camino en todos sus sentidos, por lo que la labor necesariamente debe ser compartida entre todas y todos los intervinientes de la vida pública.

Como se decía al inicio del presente texto, la adhesión al Estado de Derecho ha dado tumbos sobre todo en algunas naciones con dejos autoritarios, de extracción populista y bastante cercanas a la extrema derecha. Es momento de reivindicar las pugnas en pos de nuestros derechos siempre en clave de ciudadanía e izar la bandera de la libertad por todo lo alto. De nosotras y nosotros depende.

La libertad es un principio, axioma, postulado, valor, virtud, dogma y derecho fundamental que suele estar bajo asedio en el panorama tan disperso de la contemporaneidad y la globalización política.

Aunque pudiera pensarse que es una conquista permanente, lo cierto es que la lucha por ella es una tarea cotidiana que, de no llevarse a cabo en todo su elemento, traería consigo regresiones de gran calado para el conjunto de nuestras prerrogativas más básicas.

El informe “Libertad en el Mundo 2021”, de la organización Freedom House, muestra indubitablemente que las libertades públicas a nivel global no sólo no han ganado terreno durante los meses de confinamiento derivados de la pandemia Covid-19 sino que, además, han sufrido retrocesos incluso en países con tradiciones democráticas y de Estados de Derecho fuertes. De hecho, y hablando precisamente de la democracia en cuanto tal, al decir de este reporte el deterioro global de la misma se ha acelerado, destacando “que la brecha anual entre pérdidas y ganancias se amplió en 2020, y menos de una quinta parte de la población mundial vive ahora en países totalmente libres”.

Lo anterior, desde luego, llamada poderosamente la atención por la simple y sencilla razón de que no importó que casi todo el año pasado la mayoría de las personas estuviesen encerradas en sus casas a causa de la contingencia sanitaria; antes bien, y retomando textualmente lo publicado por Freedom House, “durante 2020 los actores autoritarios se volvieron más osados mientras las principales democracias enfocaron la mirada hacia su interior, lo que contribuyó al decimoquinto año consecutivo de disminución de la libertad global”. De hecho, los Estados catalogados como “no libres” alcanzaron su nivel más alto desde 2006, además de que los países con disminución en términos de derechos políticos y libertades civiles fueron más que aquellos en donde hubo un aumento.

Temas de coyuntura en 2020 como la necesidad de una reforma en Estados Unidos, los efectos del COVID-19 y la resiliencia de la democracia son abordados en el informe, cuya lectura arroja luz sobre muchos de los tópicos pendientes en la agenda planetaria cuando hablamos de la configuración o no de sociedades más libertarias y, por ende, de gobiernos que salvaguarden las libertades y no las conculquen.

De forma concreta, es de destacar por ejemplo que de 195 países evaluados, 73 de ellos sufrieron un deterioro en su calificación, mientras que únicamente 28 la elevaron. Asimismo, también conviene subrayar que la crisis de salud pública derivada de la pandemia ahondó muchos de los problemas que se suscitan en el círculo de libertad y democracia, además de que los escenarios de protesta, por las mismas razones sanitarias, fueron más bien exiguos.

Hay entonces una clara tendencia a la baja y una franca línea descendente cuando nos referimos a las oportunidades de ser más libres incluso en situaciones de emergencia. Tal cuestión refleja el imperativo de planear nuevas estrategias desde la sociedad civil para articular movimientos de protesta, políticas públicas con sentido humano y una cultura constitucional, jurídica, de legalidad y de derechos fundamentales que más bien brilla por su ausencia.

Sin libertad, en efecto, poco podremos hacer para emprender proyectos vitales de largo aliento, los cuales tengan la capacidad de ser compatibles con los múltiples vericuetos que plantea la postmodernidad. Los derechos humanos penden de un hilo si no se corrige el camino en todos sus sentidos, por lo que la labor necesariamente debe ser compartida entre todas y todos los intervinientes de la vida pública.

Como se decía al inicio del presente texto, la adhesión al Estado de Derecho ha dado tumbos sobre todo en algunas naciones con dejos autoritarios, de extracción populista y bastante cercanas a la extrema derecha. Es momento de reivindicar las pugnas en pos de nuestros derechos siempre en clave de ciudadanía e izar la bandera de la libertad por todo lo alto. De nosotras y nosotros depende.