/ sábado 28 de agosto de 2021

Llamemos a las cosas por su nombre

“Abortar es un acto de amor”. Así rezaba un cartel escrito sobre pizarra con gis en un lugar público de nuestra querida ciudad. Quisiera que fuera esta una expresión llena de sarcasmo, pero no lo es.

Aunque cuesta aceptarlo, es lo que cree un grupo minoritario de personas que pretenden convencernos de que una cosmovisión hedonista de la vida puede privar a otro ser del derecho más sagrado que existe: El derecho a la vida.

El profeta Isaías, seiscientos años antes de Cristo nos advierte del peligro de no llamar las cosas por su nombre: “¡Qué aflicción para los que dicen que lo malo es bueno y lo bueno es malo, que la oscuridad es luz y la luz es oscuridad, que lo amargo es dulce y lo dulce es amargo! ¡Qué aflicción para los que se creen sabios en su propia opinión y se consideran muy inteligentes!” (Isaías 5:20-21 NTV).

Según datos de la Worldometer, sitio web que se dedica a recabar y procesar información de la OMS, el aborto es la causa número uno en muertes en el mundo, muy por encima de la segunda que es el hambre. Tan sólo en lo que va del año, fueron abortados más de veinticinco millones de bebés.

La “interrupción legal del embarazo” como se pretende denominar a esta iniciativa de ley no es ni una “interrupción”, ni tampoco es “legal”; antes bien, es un “asesinato” premeditado y con alevosía a manos de aquella otra que le debería proteger; la privación de la vida de otro ser que está por nacer y que ni siquiera se puede defender.

Miles de testimonios honestos de quienes han participado, sea como progenitores o personal sanitario lo avalan: Si un acto practicado en la clandestinidad no tiene el poder de liberarnos de la implacable conciencia, menos lo hará uno hecho con el supuesto aval de la legalidad y la fuerza de la ideología de moda: ¡Llamemos a las cosas por su nombre!

leonardolombar@gmail.com

“Abortar es un acto de amor”. Así rezaba un cartel escrito sobre pizarra con gis en un lugar público de nuestra querida ciudad. Quisiera que fuera esta una expresión llena de sarcasmo, pero no lo es.

Aunque cuesta aceptarlo, es lo que cree un grupo minoritario de personas que pretenden convencernos de que una cosmovisión hedonista de la vida puede privar a otro ser del derecho más sagrado que existe: El derecho a la vida.

El profeta Isaías, seiscientos años antes de Cristo nos advierte del peligro de no llamar las cosas por su nombre: “¡Qué aflicción para los que dicen que lo malo es bueno y lo bueno es malo, que la oscuridad es luz y la luz es oscuridad, que lo amargo es dulce y lo dulce es amargo! ¡Qué aflicción para los que se creen sabios en su propia opinión y se consideran muy inteligentes!” (Isaías 5:20-21 NTV).

Según datos de la Worldometer, sitio web que se dedica a recabar y procesar información de la OMS, el aborto es la causa número uno en muertes en el mundo, muy por encima de la segunda que es el hambre. Tan sólo en lo que va del año, fueron abortados más de veinticinco millones de bebés.

La “interrupción legal del embarazo” como se pretende denominar a esta iniciativa de ley no es ni una “interrupción”, ni tampoco es “legal”; antes bien, es un “asesinato” premeditado y con alevosía a manos de aquella otra que le debería proteger; la privación de la vida de otro ser que está por nacer y que ni siquiera se puede defender.

Miles de testimonios honestos de quienes han participado, sea como progenitores o personal sanitario lo avalan: Si un acto practicado en la clandestinidad no tiene el poder de liberarnos de la implacable conciencia, menos lo hará uno hecho con el supuesto aval de la legalidad y la fuerza de la ideología de moda: ¡Llamemos a las cosas por su nombre!

leonardolombar@gmail.com

ÚLTIMASCOLUMNAS