/ martes 21 de septiembre de 2021

Lo que viví hace cinco años

Las historias ocurridas, siempre me han fascinado y conmovido, por eso me impulsan a escribir lo más original que puedo. Tal vez en este artículo mi escritura responda a un intento de combatir el olvido, de salvar y rescatar de la carrera del tiempo, la experiencia personal que viví hace cinco años, donde mi escaso juicio se cubrió de vergüenza por creer en lo que no debí.

Me queda claro que escribir es como construir en el papel una frágil Arca de Noé, que en el agua turbia de las corrientes y lagunas de los complejos mecanismos de la tecnología, sin problemas puede naufragar. Sin embargo, si logra sobrevivir a dichas adversidades su recorrido es corto cuando el lector la aborda y relámpago cuando la brinca. Pero una cosa u otra, no le quitan el sentido al intento de construirla las veces que sea necesario.

Empecemos pues: Hace cinco años tuve el pésimo gusto de convivir con personas despreciables, miserables y rapaces, totalmente opuestas a mi forma de ser y de pensar. Coincidiendo sólo en el apoyo que ambos antagonismos manifestaban al candidato, cuyo discurso y saludo logró mezclar lo blanco y lo negro, evitando así que su proyecto pudiera ser víctima de las letrinas del odio.

Me quedaba claro que naufragaría con ellos, pero eso se evitaría si todos al unísono empujábamos la tabla de la salvación. Ellos iban por el poder y nosotros a votar por el personaje que se los daría. El color azul me partía en dos, pero había que hacer de tripas corazón, para que la ley del uso recíproco sirviera de medio para lograr el fin. Como lo dijera Claudio Magris en medio del desastre: “Me gusta más el mar que la política pero, a veces para poder contemplar el mar, es necesario hacer política”. Así que el cuento continúa:

Cinco años hace que no tenía partido por el cual votar, pero tenía candidato. De ahí que en un arranque de poca dignidad, por primera vez sufragaba por las peores siglas que lo postulaban. Todo con el afán pragmático y pasionario, para despedir a los que en ese tiempo hacían criminal uso del poder.

Tenía candidato y perdí el juicio, cuando hice a un lado el valor de mis convicciones, pero el límite me rebasó cuando caí en la cuenta de que no me importaba quién lo postulara, pese a que el color azul me colapsaba los hígados. La pasión y emoción que despertaba en mí el aspirante a la gubernatura, hicieron a que el orgullo que me caracteriza se moderara y sin miedos ni prejuicios, hiciera talacha y metiera las manos por él en todos mis artículos, pese a que todos los que ahora lo adulan bateaban del otro lado.

El discurso del candidato cautivó mi voluntad, pero la hipocresía de su partido me partía en dos. De ahí que tuve que decidir en esa disyuntiva: seguir con los malos o cambiar por sus iguales. Opté por lo segundo, sin despistar la náusea que me causaba el tufo de los que por negocio le rodeaban.

Hace cinco años y a la fecha esa mala experiencia no ha sido superada, porque la vergüenza que aún siento es más grande que la pasión que me orilló a cometer semejante desacierto. Sin embargo, no culpo al candidato ni al partido, como muchos otros que participaron y después se declararon decepcionados de ambos, como si desconocieran que éstos no estaban ahí para servirlos, sino para servirse de ellos.

Desde luego que el resultado de dicha aventura, no me disgustó, porque darles una lección a los que se sentían invencibles y demostrarles que en la realidad no lo eran, resultaba fascinante. Desafortunadamente todo se fue por la borda cuando el modelo de los derrotados se repetía, al continuar la diferencia entre los utilizados y los escogidos, donde a los primeros les bastaban migajas y para los segundos hasta la fecha no hay cantidad millonaria que alcance.

Se avecina un nuevo proceso electoral para cambiar gobernador y por supuesto que todos aquellos que votamos para quitar al PRI y poner el PAN, no creo que ahora la misma opción nos seduzca, aun campechaneada, salvo aquellos que se nutren del atole con el dedo y de los ardides del mal que inventan los triunfadores, para maquinar la huida y no volver a dar la cara aquellos pobres diablos que soñaron con alguna expectativa.

Las historias ocurridas, siempre me han fascinado y conmovido, por eso me impulsan a escribir lo más original que puedo. Tal vez en este artículo mi escritura responda a un intento de combatir el olvido, de salvar y rescatar de la carrera del tiempo, la experiencia personal que viví hace cinco años, donde mi escaso juicio se cubrió de vergüenza por creer en lo que no debí.

Me queda claro que escribir es como construir en el papel una frágil Arca de Noé, que en el agua turbia de las corrientes y lagunas de los complejos mecanismos de la tecnología, sin problemas puede naufragar. Sin embargo, si logra sobrevivir a dichas adversidades su recorrido es corto cuando el lector la aborda y relámpago cuando la brinca. Pero una cosa u otra, no le quitan el sentido al intento de construirla las veces que sea necesario.

Empecemos pues: Hace cinco años tuve el pésimo gusto de convivir con personas despreciables, miserables y rapaces, totalmente opuestas a mi forma de ser y de pensar. Coincidiendo sólo en el apoyo que ambos antagonismos manifestaban al candidato, cuyo discurso y saludo logró mezclar lo blanco y lo negro, evitando así que su proyecto pudiera ser víctima de las letrinas del odio.

Me quedaba claro que naufragaría con ellos, pero eso se evitaría si todos al unísono empujábamos la tabla de la salvación. Ellos iban por el poder y nosotros a votar por el personaje que se los daría. El color azul me partía en dos, pero había que hacer de tripas corazón, para que la ley del uso recíproco sirviera de medio para lograr el fin. Como lo dijera Claudio Magris en medio del desastre: “Me gusta más el mar que la política pero, a veces para poder contemplar el mar, es necesario hacer política”. Así que el cuento continúa:

Cinco años hace que no tenía partido por el cual votar, pero tenía candidato. De ahí que en un arranque de poca dignidad, por primera vez sufragaba por las peores siglas que lo postulaban. Todo con el afán pragmático y pasionario, para despedir a los que en ese tiempo hacían criminal uso del poder.

Tenía candidato y perdí el juicio, cuando hice a un lado el valor de mis convicciones, pero el límite me rebasó cuando caí en la cuenta de que no me importaba quién lo postulara, pese a que el color azul me colapsaba los hígados. La pasión y emoción que despertaba en mí el aspirante a la gubernatura, hicieron a que el orgullo que me caracteriza se moderara y sin miedos ni prejuicios, hiciera talacha y metiera las manos por él en todos mis artículos, pese a que todos los que ahora lo adulan bateaban del otro lado.

El discurso del candidato cautivó mi voluntad, pero la hipocresía de su partido me partía en dos. De ahí que tuve que decidir en esa disyuntiva: seguir con los malos o cambiar por sus iguales. Opté por lo segundo, sin despistar la náusea que me causaba el tufo de los que por negocio le rodeaban.

Hace cinco años y a la fecha esa mala experiencia no ha sido superada, porque la vergüenza que aún siento es más grande que la pasión que me orilló a cometer semejante desacierto. Sin embargo, no culpo al candidato ni al partido, como muchos otros que participaron y después se declararon decepcionados de ambos, como si desconocieran que éstos no estaban ahí para servirlos, sino para servirse de ellos.

Desde luego que el resultado de dicha aventura, no me disgustó, porque darles una lección a los que se sentían invencibles y demostrarles que en la realidad no lo eran, resultaba fascinante. Desafortunadamente todo se fue por la borda cuando el modelo de los derrotados se repetía, al continuar la diferencia entre los utilizados y los escogidos, donde a los primeros les bastaban migajas y para los segundos hasta la fecha no hay cantidad millonaria que alcance.

Se avecina un nuevo proceso electoral para cambiar gobernador y por supuesto que todos aquellos que votamos para quitar al PRI y poner el PAN, no creo que ahora la misma opción nos seduzca, aun campechaneada, salvo aquellos que se nutren del atole con el dedo y de los ardides del mal que inventan los triunfadores, para maquinar la huida y no volver a dar la cara aquellos pobres diablos que soñaron con alguna expectativa.