/ sábado 10 de julio de 2021

Los neuroderechos y la autonomía de la voluntad del futuro

Shows de televisión, películas, novelas y otro tipo de creaciones artísticas y de entretenimiento al estilo de “Black Mirror”, “La dimensión desconocida”, “Love, death + robots”, “Inteligencia artificial” o “1984” de George Orwell, por citar sólo algunos ejemplos.

Han sido hasta ahora escenarios de ciencia ficción que muestran no únicamente los usos sino los abusos de la tecnología, así como las maneras en que ésta puede potencialmente afectar la vida de los seres humanos. Sin embargo, el porvenir nos está alcanzando y muchas de las cosas que se aprecian en estas obras futuristas empiezan a transformarse en realidades.

La autonomía del cerebro y lo que hace, de los pensamientos en sí mismos, de lo que acontece en nuestra mente, parecía ser un terreno vedado en los hechos para cualquier injerencia externa. Pero como si fuese un capítulo de alguna de las series que hemos mencionado, quizá no pase mucho tiempo para que la integridad psíquica de los individuos pueda trastocarse sin su consentimiento, tal y como ha sucedido después de experimentos y pruebas de laboratorio en ratas, a cuyos cerebros se les han implantado imágenes de objetos nunca vistos por ellas, las cuales se convierten en ideas propias a posteriori aunque no lo sean.

Por eso es que no sólo llama poderosamente la atención el proceso deliberativo que ha tenido lugar en Chile con la finalidad de consagrar constitucionalmente los neuroderechos o derechos del cerebro. Al decir de uno de los impulsores de este interesante proyecto, el senador Guido Girardi, si la tecnología “logra leer, antes incluso de que tú tengas consciencia de lo que estás pensando, pueden escribir en tu cerebro emociones, pensamientos, historias de vida que no son tuyas y que tu cerebro no va a saber distinguir si fueron producto de diseños o tuyos”.

Como en la fantástica novela referida de Orwell, imaginemos que existe una policía del pensamiento capaz de ver todo aquello que pasa por nuestra mente. Y si trasladamos este contexto distópico a nuestra vida cotidiana, no sólo un Estado digital autoritario y controlador es lo que se puede llegar a gestar; antes bien, nuestros semejantes, los ciudadanos de a pie y comunes y corrientes pudiesen fungir tanto como víctimas como victimarios de este tipo de potenciales ciberdelitos.

El telón de fondo que es dable apreciar no es otro sino la libertad y el principio de la autonomía de la voluntad. Como en cada etapa histórica, nuestras libertades públicas y derechos fundamentales requieren ser reivindicadas con la razón por delante. La tecnología en general tiene vericuetos, vicisitudes y bemoles, pues así como posee un cariz altamente benéfico para la vida en sociedad, igualmente se puede apreciar en ella un lado oscuro, retorcido y sombrío si cae en las manos equivocadas. Por eso es que Albert Einstein llegó a preguntarse: “¿Por qué esta magnífica tecnología científica, que ahorra trabajo y nos hace la vida más fácil nos aporta tan poca felicidad? La respuesta es esta, simplemente: Porque aún no hemos aprendida a usarla con tino”.

Así las cosas, si el futuro empieza a alcanzarnos y la tecnología se nos puede salir de las manos, las herramientas para que salgamos adelante serán las mismas que históricamente hemos tenido: La Constitución, la democracia, la paz y los derechos humanos.

Shows de televisión, películas, novelas y otro tipo de creaciones artísticas y de entretenimiento al estilo de “Black Mirror”, “La dimensión desconocida”, “Love, death + robots”, “Inteligencia artificial” o “1984” de George Orwell, por citar sólo algunos ejemplos.

Han sido hasta ahora escenarios de ciencia ficción que muestran no únicamente los usos sino los abusos de la tecnología, así como las maneras en que ésta puede potencialmente afectar la vida de los seres humanos. Sin embargo, el porvenir nos está alcanzando y muchas de las cosas que se aprecian en estas obras futuristas empiezan a transformarse en realidades.

La autonomía del cerebro y lo que hace, de los pensamientos en sí mismos, de lo que acontece en nuestra mente, parecía ser un terreno vedado en los hechos para cualquier injerencia externa. Pero como si fuese un capítulo de alguna de las series que hemos mencionado, quizá no pase mucho tiempo para que la integridad psíquica de los individuos pueda trastocarse sin su consentimiento, tal y como ha sucedido después de experimentos y pruebas de laboratorio en ratas, a cuyos cerebros se les han implantado imágenes de objetos nunca vistos por ellas, las cuales se convierten en ideas propias a posteriori aunque no lo sean.

Por eso es que no sólo llama poderosamente la atención el proceso deliberativo que ha tenido lugar en Chile con la finalidad de consagrar constitucionalmente los neuroderechos o derechos del cerebro. Al decir de uno de los impulsores de este interesante proyecto, el senador Guido Girardi, si la tecnología “logra leer, antes incluso de que tú tengas consciencia de lo que estás pensando, pueden escribir en tu cerebro emociones, pensamientos, historias de vida que no son tuyas y que tu cerebro no va a saber distinguir si fueron producto de diseños o tuyos”.

Como en la fantástica novela referida de Orwell, imaginemos que existe una policía del pensamiento capaz de ver todo aquello que pasa por nuestra mente. Y si trasladamos este contexto distópico a nuestra vida cotidiana, no sólo un Estado digital autoritario y controlador es lo que se puede llegar a gestar; antes bien, nuestros semejantes, los ciudadanos de a pie y comunes y corrientes pudiesen fungir tanto como víctimas como victimarios de este tipo de potenciales ciberdelitos.

El telón de fondo que es dable apreciar no es otro sino la libertad y el principio de la autonomía de la voluntad. Como en cada etapa histórica, nuestras libertades públicas y derechos fundamentales requieren ser reivindicadas con la razón por delante. La tecnología en general tiene vericuetos, vicisitudes y bemoles, pues así como posee un cariz altamente benéfico para la vida en sociedad, igualmente se puede apreciar en ella un lado oscuro, retorcido y sombrío si cae en las manos equivocadas. Por eso es que Albert Einstein llegó a preguntarse: “¿Por qué esta magnífica tecnología científica, que ahorra trabajo y nos hace la vida más fácil nos aporta tan poca felicidad? La respuesta es esta, simplemente: Porque aún no hemos aprendida a usarla con tino”.

Así las cosas, si el futuro empieza a alcanzarnos y la tecnología se nos puede salir de las manos, las herramientas para que salgamos adelante serán las mismas que históricamente hemos tenido: La Constitución, la democracia, la paz y los derechos humanos.