/ lunes 8 de agosto de 2022

Los que ya se van y los que vienen

Aunque el terreno parezca muy terso en el proceso entrega recepción, no podrá evitarse la tristeza en el rostro de los que ya le habían agarrado amor al privilegio de mandar y por supuesto de cobrar bien, pese a los grandes déficits financieros, que impactaron en los programas sociales, pero jamás en el haber de sus bolsillos.

Pese a todo lo que se especula, la emoción de los que vienen facilitará el dilema de recorrer la cortina para ver lo que se oculta, o la dejan como está para preservar el honor y la lealtad a los misterios del poder.

El pueblo no ignora cómo están las cosas, pero en un acto de nobleza, confía que el juicio de la historia, declare héroes o traidores a los que se van y valientes o simuladores a los que vienen. De ahí que la prueba de fuego va para los segundos, donde veremos de qué están hechos cuando la herencia del poder los seduzca y callen o los asuste y hablen.

Hace seis años el repudio social era feroz y atronador para los que ya se iban. Ahora las cosas parecen distintas, pero pese a eso, el raudal de piedras no ha dado tregua en las espaldas de los que ya se van y que no logran eludir, porque la marca de los abrazos que los acorazaba, ya están en los hombros de los que vienen a sustituirlos.

Hace seis años el entusiasmo era desbordante por la alternancia, que por fin había logrado su objetivo. Cosa que no era menor para que los que aún están fueran levantados en hombros, pensando que cumplirían su promesa de encarcelar a los corruptos y al no cumplirla se les crucifica noche y día por su piedad sin precedentes.

Para unos fue la peor traición al pueblo y para otros la mejor virtud de no atentar contra la especie corrupta, que ahora y siempre seguirá fortaleciendo al poder. Pero al margen de los adjetivos que les colocan tanto detractores como seguidores, una cosa es cierta: los que se van abrieron de par en par la puerta del poder al PRI que ya nadie podrá volver a cerrar. De ahí la duda sobre los que vienen, ya que hasta ahora han enviado señales de silencio, lo que conlleva a pensar que la denuncia no forma parte de su agenda, implicando que les están dando la oportunidad a los que se van, de que aprovechen los últimos minutos para que se acicalen y no les den motivos para cuestionarlos ni debilitarlos.

Los que aún habitan las instancias del gobierno, enseñarán lo que quieran, pero los que vienen, tendrán que escoger entre la complicidad con ellos o la lealtad al pueblo. De optar por lo primero se repetirá el fenómeno de hace seis años y de irse por lo segundo lo tomarán con pinzas, ya que la expiación de chivos generó tormentas que mojaron sólo a un par de bribones.

Los que ya se van, colocaron sus revelaciones en el centro de debate público, para bien de los amigos y para mal de los que no lo fueron. Ejercieron el poder ausentes del pueblo, a quien sólo le concedieron una audiencia pública de las tantas que prometieron. La corrupción desbordó todos los límites y sólo quedó en evidencia la promesa de acotarlos. La infamia del nepotismo reventó la obesidad de las nóminas y la honestidad en su manejo sólo fue una pifia más de la agenda de males.

Es predecible que todo eso continúe, porque el estado de cosas no cambia y los que entran y salen son los mismos. Por eso, en esta transición los que se van no temen pasar al basurero de la historia, porque ellos evitaron que sus antecesores fueran parte de él.

Con el escenario así, es sencillo deducir que los que se van, recibieron con los ojos cerrados y se preparan para adiestrar a que no los abran los que vienen. Cumplida y acatada dicha instrucción, habrá de henchir de satisfacción a los que se despiden, ya que no será poca cosa: Enseñar a sus sucesores cómo se recibe el poder y como se conserva el secreto de los entresijos que lo nutren.

Aunque el terreno parezca muy terso en el proceso entrega recepción, no podrá evitarse la tristeza en el rostro de los que ya le habían agarrado amor al privilegio de mandar y por supuesto de cobrar bien, pese a los grandes déficits financieros, que impactaron en los programas sociales, pero jamás en el haber de sus bolsillos.

Pese a todo lo que se especula, la emoción de los que vienen facilitará el dilema de recorrer la cortina para ver lo que se oculta, o la dejan como está para preservar el honor y la lealtad a los misterios del poder.

El pueblo no ignora cómo están las cosas, pero en un acto de nobleza, confía que el juicio de la historia, declare héroes o traidores a los que se van y valientes o simuladores a los que vienen. De ahí que la prueba de fuego va para los segundos, donde veremos de qué están hechos cuando la herencia del poder los seduzca y callen o los asuste y hablen.

Hace seis años el repudio social era feroz y atronador para los que ya se iban. Ahora las cosas parecen distintas, pero pese a eso, el raudal de piedras no ha dado tregua en las espaldas de los que ya se van y que no logran eludir, porque la marca de los abrazos que los acorazaba, ya están en los hombros de los que vienen a sustituirlos.

Hace seis años el entusiasmo era desbordante por la alternancia, que por fin había logrado su objetivo. Cosa que no era menor para que los que aún están fueran levantados en hombros, pensando que cumplirían su promesa de encarcelar a los corruptos y al no cumplirla se les crucifica noche y día por su piedad sin precedentes.

Para unos fue la peor traición al pueblo y para otros la mejor virtud de no atentar contra la especie corrupta, que ahora y siempre seguirá fortaleciendo al poder. Pero al margen de los adjetivos que les colocan tanto detractores como seguidores, una cosa es cierta: los que se van abrieron de par en par la puerta del poder al PRI que ya nadie podrá volver a cerrar. De ahí la duda sobre los que vienen, ya que hasta ahora han enviado señales de silencio, lo que conlleva a pensar que la denuncia no forma parte de su agenda, implicando que les están dando la oportunidad a los que se van, de que aprovechen los últimos minutos para que se acicalen y no les den motivos para cuestionarlos ni debilitarlos.

Los que aún habitan las instancias del gobierno, enseñarán lo que quieran, pero los que vienen, tendrán que escoger entre la complicidad con ellos o la lealtad al pueblo. De optar por lo primero se repetirá el fenómeno de hace seis años y de irse por lo segundo lo tomarán con pinzas, ya que la expiación de chivos generó tormentas que mojaron sólo a un par de bribones.

Los que ya se van, colocaron sus revelaciones en el centro de debate público, para bien de los amigos y para mal de los que no lo fueron. Ejercieron el poder ausentes del pueblo, a quien sólo le concedieron una audiencia pública de las tantas que prometieron. La corrupción desbordó todos los límites y sólo quedó en evidencia la promesa de acotarlos. La infamia del nepotismo reventó la obesidad de las nóminas y la honestidad en su manejo sólo fue una pifia más de la agenda de males.

Es predecible que todo eso continúe, porque el estado de cosas no cambia y los que entran y salen son los mismos. Por eso, en esta transición los que se van no temen pasar al basurero de la historia, porque ellos evitaron que sus antecesores fueran parte de él.

Con el escenario así, es sencillo deducir que los que se van, recibieron con los ojos cerrados y se preparan para adiestrar a que no los abran los que vienen. Cumplida y acatada dicha instrucción, habrá de henchir de satisfacción a los que se despiden, ya que no será poca cosa: Enseñar a sus sucesores cómo se recibe el poder y como se conserva el secreto de los entresijos que lo nutren.