/ domingo 1 de septiembre de 2024

Lucina

No se suele escribir sobre ellas porque rara vez son noticia. Historias escritas desde lo cotidiano, con la tinta indeleble de la bondad y del amor, con la pluma de la perseverancia y la abnegación, definitivamente, no venden.

La historia mexicana tiene una gran deuda con todas las madres y abuelas que desde el anonimato de un comal, pero con el empeño y esfuerzo de un corazón lleno de fe y esperanza, “sacaron adelante” a muchos hijos y nietos que hicieron grande esta nación.

Verdaderas constructoras del tejido social supieron ser educadoras sin aulas, administradoras sin empresas, defensoras de la vida sin ideologías, artistas sin lienzo; generadoras de vínculos familiares que en su ausencia ponen a prueba su subsistencia.

Hoy quiero rendir homenaje a una de ellas, quien con su inquebrantable fe en Dios, fidelidad a la iglesia y buen humor supo conquistar nuestro corazón. Originaria de Canatlán, crió una hija y cuatro nietos, y disfrutó de cinco bisnietos, fungió como mamá de su yerno y hasta fue capaz de acoger con cariño a una “nuera” del corazón.

Ella fue la abuelita más longeva que hemos tenido en la congregación y sin duda acreedora de la promesa del proverbio: “Las canas son una corona de gloria que se obtiene por llevar una vida justa” (Prov 16.31)

Desde este lugar del mundo le decimos: “¡Hasta luego amada Lucina! Gracias por todo el legado que nos dejó; le vamos a extrañar.”


leonardolombar@gmail.com

No se suele escribir sobre ellas porque rara vez son noticia. Historias escritas desde lo cotidiano, con la tinta indeleble de la bondad y del amor, con la pluma de la perseverancia y la abnegación, definitivamente, no venden.

La historia mexicana tiene una gran deuda con todas las madres y abuelas que desde el anonimato de un comal, pero con el empeño y esfuerzo de un corazón lleno de fe y esperanza, “sacaron adelante” a muchos hijos y nietos que hicieron grande esta nación.

Verdaderas constructoras del tejido social supieron ser educadoras sin aulas, administradoras sin empresas, defensoras de la vida sin ideologías, artistas sin lienzo; generadoras de vínculos familiares que en su ausencia ponen a prueba su subsistencia.

Hoy quiero rendir homenaje a una de ellas, quien con su inquebrantable fe en Dios, fidelidad a la iglesia y buen humor supo conquistar nuestro corazón. Originaria de Canatlán, crió una hija y cuatro nietos, y disfrutó de cinco bisnietos, fungió como mamá de su yerno y hasta fue capaz de acoger con cariño a una “nuera” del corazón.

Ella fue la abuelita más longeva que hemos tenido en la congregación y sin duda acreedora de la promesa del proverbio: “Las canas son una corona de gloria que se obtiene por llevar una vida justa” (Prov 16.31)

Desde este lugar del mundo le decimos: “¡Hasta luego amada Lucina! Gracias por todo el legado que nos dejó; le vamos a extrañar.”


leonardolombar@gmail.com

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