/ domingo 16 de febrero de 2020

Maestro Rentería, un líder que pasó del poder a la muerte

14 de febrero del 2020, fecha en que recibí la fatal noticia del deceso del maestro Ricardo Rentería Medina, lo que me generó una sorpresa muy lamentable y que de inmediato mi mente especulara: Cómo es posible que un líder que se encontraba en pleno poder, pasara de esa manera al estrado de la muerte.

Me acicalé de carrera y sin pérdida de tiempo, me encaminé hacia la funeraria que se ubica por la calle Francisco Sarabia, con la convicción sentida de acompañar un rato a don Ricardo, de quien no daba crédito que se hubiera marchado ese día tan especial, ya que por mucho amor que la madre tierra sintiera por él, no era el momento para que le exigiera su tributo.

Llegué acompañado de mi gran amigo Toño Gurrola y no procuramos a nadie de sus dolientes, sino simple y discretamente nos acomodamos en un rincón, donde entre los asistentes y el exagerado cúmulo de ofrendas florales, nuestra presencia se tornaba imperceptible, lo que a mí me daba la oportunidad para armar ideas deshilvanadas sobre esta crónica de duelo, que mi corazón dictaba a la conciencia de este humilde espectador.

Miré el reloj y eran exactamente las 11 de la mañana, cuando de repente al recinto entró una banda, impecablemente ataviada de rigurosa etiqueta de color negro y obviamente de marca, lo que distrajo mi atención, ya que la frivolidad, exhibicionismo y servilismo de dicho séquito, en torno al cabecilla Alfonso Cepeda eran exagerados, lo que desmotivó la convicción de mi visita y como las aves despavoridas, salí volando y tronando el pico.

Llegué a mi casa triste y descorazonado por la plasticidad que reflejan las falsas apariencias. Sin embargo, eso no fue motivo para que mi sentimiento desmereciera en torno a la partida del gran maestro, con quien algunas veces tuve el privilegio de compartir la mesa y charlar largamente sobre los acontecimientos que vivía y que pese a su buena voluntad de resolverlos, algunos escapaban a su capacidad de solución.

Ahí entendí que don Ricardo era bien intencionado y que bastaba verlo a los ojos, para saber que era un hombre comprometido con la verdad y que pese al Senegal marino en que se movía, no eludía escucharla ni decirla, ya que dicha prueba de fuego la pasó, cuando en su presencia mencioné que había sido un error sindical, haber apoyado la mal llamada reforma educativa lo que aprobó con su silencio y una sonrisa discreta.

Al principio que lo traté, creí que era un simulador de la humildad y sencillez, pero bastaba escucharlo para darse cuenta que no había truco. Simplemente se sabía así mismo gente común y que lejos de creerse un fanfarrón con poder, se consideraba parte de un gremio donde los excesos de algunos exdirigentes han percudido la historia.

Se consideraba una parte de un nosotros amplio: El dirigente no escurridizo, el del maravilloso oficio de escuchar, lo que la gente expone sin concretar ni respetar su tiempo. De ahí que es válido decir que como humano cometió faltas y errores, muchos, pero estos desaciertos, creo que palidecen ante la grandeza ejemplar del personaje.

Lo inexplicable es de dónde obtuvo don Ricardo la infinita confianza que siempre le acompañó. Es quizá un resultado, pues -como decían los clásicos- la confianza es consecuencia del éxito. Por algún lado hay que comenzar, sin embargo, el primer paso de la grandeza política es el compromiso profundo de aceptar que los de arriba se equivocan y que es de hombres bien nacidos reconocerlo.

Además tuvo la capacidad de enfrentar a la disidencia de los mismos problemas que él abanderaba. Ante dicha circunstancia se presentaba como factor de reconciliación descartando siempre la irritación y apostándole sin miedo a la moderación, porque su talento le ayudaba siempre a levantar estructuras de respeto que sus oponentes envidiaban.

Por eso, hoy nadie puede predecir si su estrategia funcionaría o no, si su trato de seda ante los acelerados para sustituirlo serían suficientes para ganarles, si su disciplina institucional sería su salvación o lo conduciría a la derrota. Nadie sabe si ser un representante al estilo Rentería Medina, era más electoralmente viable que ser incondicional de una dirigencia nacional muy cuestionada.

Su muerte hizo que la moneda se quedara en el aire y el debate que empezaba a subir de tono por dicha razón ha bajado. De ahí que los que aplaudían su capacidad para recuperar la confianza de los agraviados por los estertores de la mal llamada reforma educativa, han dejado de aplaudir, porque con don Ricardo ausente, sin lugar a dudas que las cosas darán otro giro.

Para ir concluyendo diré que el maestro Ricardo Rentería Medina ya es una figura histórica interesante. Fue entre otras cosas, pieza clave de prudencia y de discernimiento. Es fama además, que la suya es la mejor prueba de humildad y sencillez que subiera al poder y de éste a la muerte.

El maestro Rentería dejó escrito un retrato del espíritu de servicio y al quedar inconcluso difícil será recuperarlo, aunque minuciosamente traté de imitarlo quien en estos momentos aciagos venga a sustituirlo.

Es muy difícil concentrarse para bien en las personas que ostentan el poder y más cuando el sindical está tan desprestigiado, pero la luz nunca falta para delicia de quienes como yo, tenemos curiosidad insaciable, derivada de la admiración por el gran maestro y líder sindical, que pese a la crisis que cierne a la organización, se mantuvo de pie y a la hora de su partida no dejó herencias de qué avergonzarse.

La desgracia de su deceso trae a presencia, entre nostalgias y tristezas los recuerdos más importantes de su vida personal, sus alumnos le decían maestro y Richard sus amigos; y yo desde mi modesta trinchera lo llamaba don Ricardo.

Pasa el tiempo, los años se acumulan, las referencias se multiplican. En el balance de una vida pienso que en verdad y en justicia no debiera tener otro nombre más que el de maestro, porque él nos enseñó virtudes tan excelentes como la perseverancia, la resistencia a la fatiga, la vocación irrefrenable de mantenerse sereno ante la tormenta y la capacidad para ignorar muchas veces el rugido de la sinrazón.

Se ausentó del aula y se incorporó a las tareas sindicales, para recordar a los afiliados lecciones olvidadas, que la política es actividad de bien, que el maestro es el pilar del sindicato y los dirigentes deben estar a su servicio. Que la democracia es alternancia y piedra angular para elegir al representante sindical, el cual jamás debe darse ínfulas de emperador sino de tirador del grano de la igualdad. Y esa cátedra quedó inconclusa porque en este caso el surco no necesitaba la semilla, sino al sembrador. Un abrazo a todos los que él amaba.

14 de febrero del 2020, fecha en que recibí la fatal noticia del deceso del maestro Ricardo Rentería Medina, lo que me generó una sorpresa muy lamentable y que de inmediato mi mente especulara: Cómo es posible que un líder que se encontraba en pleno poder, pasara de esa manera al estrado de la muerte.

Me acicalé de carrera y sin pérdida de tiempo, me encaminé hacia la funeraria que se ubica por la calle Francisco Sarabia, con la convicción sentida de acompañar un rato a don Ricardo, de quien no daba crédito que se hubiera marchado ese día tan especial, ya que por mucho amor que la madre tierra sintiera por él, no era el momento para que le exigiera su tributo.

Llegué acompañado de mi gran amigo Toño Gurrola y no procuramos a nadie de sus dolientes, sino simple y discretamente nos acomodamos en un rincón, donde entre los asistentes y el exagerado cúmulo de ofrendas florales, nuestra presencia se tornaba imperceptible, lo que a mí me daba la oportunidad para armar ideas deshilvanadas sobre esta crónica de duelo, que mi corazón dictaba a la conciencia de este humilde espectador.

Miré el reloj y eran exactamente las 11 de la mañana, cuando de repente al recinto entró una banda, impecablemente ataviada de rigurosa etiqueta de color negro y obviamente de marca, lo que distrajo mi atención, ya que la frivolidad, exhibicionismo y servilismo de dicho séquito, en torno al cabecilla Alfonso Cepeda eran exagerados, lo que desmotivó la convicción de mi visita y como las aves despavoridas, salí volando y tronando el pico.

Llegué a mi casa triste y descorazonado por la plasticidad que reflejan las falsas apariencias. Sin embargo, eso no fue motivo para que mi sentimiento desmereciera en torno a la partida del gran maestro, con quien algunas veces tuve el privilegio de compartir la mesa y charlar largamente sobre los acontecimientos que vivía y que pese a su buena voluntad de resolverlos, algunos escapaban a su capacidad de solución.

Ahí entendí que don Ricardo era bien intencionado y que bastaba verlo a los ojos, para saber que era un hombre comprometido con la verdad y que pese al Senegal marino en que se movía, no eludía escucharla ni decirla, ya que dicha prueba de fuego la pasó, cuando en su presencia mencioné que había sido un error sindical, haber apoyado la mal llamada reforma educativa lo que aprobó con su silencio y una sonrisa discreta.

Al principio que lo traté, creí que era un simulador de la humildad y sencillez, pero bastaba escucharlo para darse cuenta que no había truco. Simplemente se sabía así mismo gente común y que lejos de creerse un fanfarrón con poder, se consideraba parte de un gremio donde los excesos de algunos exdirigentes han percudido la historia.

Se consideraba una parte de un nosotros amplio: El dirigente no escurridizo, el del maravilloso oficio de escuchar, lo que la gente expone sin concretar ni respetar su tiempo. De ahí que es válido decir que como humano cometió faltas y errores, muchos, pero estos desaciertos, creo que palidecen ante la grandeza ejemplar del personaje.

Lo inexplicable es de dónde obtuvo don Ricardo la infinita confianza que siempre le acompañó. Es quizá un resultado, pues -como decían los clásicos- la confianza es consecuencia del éxito. Por algún lado hay que comenzar, sin embargo, el primer paso de la grandeza política es el compromiso profundo de aceptar que los de arriba se equivocan y que es de hombres bien nacidos reconocerlo.

Además tuvo la capacidad de enfrentar a la disidencia de los mismos problemas que él abanderaba. Ante dicha circunstancia se presentaba como factor de reconciliación descartando siempre la irritación y apostándole sin miedo a la moderación, porque su talento le ayudaba siempre a levantar estructuras de respeto que sus oponentes envidiaban.

Por eso, hoy nadie puede predecir si su estrategia funcionaría o no, si su trato de seda ante los acelerados para sustituirlo serían suficientes para ganarles, si su disciplina institucional sería su salvación o lo conduciría a la derrota. Nadie sabe si ser un representante al estilo Rentería Medina, era más electoralmente viable que ser incondicional de una dirigencia nacional muy cuestionada.

Su muerte hizo que la moneda se quedara en el aire y el debate que empezaba a subir de tono por dicha razón ha bajado. De ahí que los que aplaudían su capacidad para recuperar la confianza de los agraviados por los estertores de la mal llamada reforma educativa, han dejado de aplaudir, porque con don Ricardo ausente, sin lugar a dudas que las cosas darán otro giro.

Para ir concluyendo diré que el maestro Ricardo Rentería Medina ya es una figura histórica interesante. Fue entre otras cosas, pieza clave de prudencia y de discernimiento. Es fama además, que la suya es la mejor prueba de humildad y sencillez que subiera al poder y de éste a la muerte.

El maestro Rentería dejó escrito un retrato del espíritu de servicio y al quedar inconcluso difícil será recuperarlo, aunque minuciosamente traté de imitarlo quien en estos momentos aciagos venga a sustituirlo.

Es muy difícil concentrarse para bien en las personas que ostentan el poder y más cuando el sindical está tan desprestigiado, pero la luz nunca falta para delicia de quienes como yo, tenemos curiosidad insaciable, derivada de la admiración por el gran maestro y líder sindical, que pese a la crisis que cierne a la organización, se mantuvo de pie y a la hora de su partida no dejó herencias de qué avergonzarse.

La desgracia de su deceso trae a presencia, entre nostalgias y tristezas los recuerdos más importantes de su vida personal, sus alumnos le decían maestro y Richard sus amigos; y yo desde mi modesta trinchera lo llamaba don Ricardo.

Pasa el tiempo, los años se acumulan, las referencias se multiplican. En el balance de una vida pienso que en verdad y en justicia no debiera tener otro nombre más que el de maestro, porque él nos enseñó virtudes tan excelentes como la perseverancia, la resistencia a la fatiga, la vocación irrefrenable de mantenerse sereno ante la tormenta y la capacidad para ignorar muchas veces el rugido de la sinrazón.

Se ausentó del aula y se incorporó a las tareas sindicales, para recordar a los afiliados lecciones olvidadas, que la política es actividad de bien, que el maestro es el pilar del sindicato y los dirigentes deben estar a su servicio. Que la democracia es alternancia y piedra angular para elegir al representante sindical, el cual jamás debe darse ínfulas de emperador sino de tirador del grano de la igualdad. Y esa cátedra quedó inconclusa porque en este caso el surco no necesitaba la semilla, sino al sembrador. Un abrazo a todos los que él amaba.