/ martes 3 de diciembre de 2019

Maestros son esperanza del crecimiento de ciudadanos del mañana

Todos vamos inmersos en la importante obra educativa en nuestro estado de Durango: Padres de familia, maestros y autoridades.

Justo y necesario es que compartamos responsabilidades cada quien desde su trinchera, cumpliendo cabalmente con lo que le corresponde, unificando esfuerzos, criterios e intereses, convencidos de que ello nos redituará una alta moral, elevada, para un futuro prometedor.

El bajo presupuesto asignado para Durango, la realidad sustancial que vivimos, la extrema pobreza que viven muchas de nuestras comunidades del campo y la propia ciudad capital; la ignorancia que aún late en diversas localidades proletarias y rurales; la lamentable ausencia de fuentes de trabajo; la aún insuficiente cultura que asola a ciertas regiones de nuestra entidad federativa y, sobre todo, el sagrado bienestar que merecen nuestras familias, constituyen la razón que nos empuja a depurar y enriquecer nuestros fines y transformar estructuras, planes y proyectos.

Queramos o no, tenemos que reconocer y aceptar, por la responsabilidad que nos asiste, que la eficiencia y calidad de nuestra educación no se encuentra en el momento óptico que todos deseamos. Una renovación moral desde el maestro de grupo hasta el más encumbrado funcionario de la Secretaría de Educación sería altamente saludable.

Desgraciadamente nosotros mismos nos hemos desprestigiado, desacreditado la imagen querida y respetable del maestro, con irresponsabilidades, falta de vocación, actitudes egoístas y mercenarias; así mismo con la provocación de violencia y destrucción que se ocasionan con las marchas y manifestaciones públicas.

Por supuesto que no todo es negatividad y también tenemos modelos de maestros y muchos, que son un ejemplo vivo de honestidad en su trabajo, de compromiso y profesionalidad; siendo ellos los que le han dado idoneidad a la educación, pero no la necesaria, porque se requiere del entusiasmo, del deber y de la dignidad de todos para salir adelante.

Una transformación ética en cada conciencia de padres de familia, autoridades y maestros, sería excelentemente positiva y beneficiosa, porque el cumplido ejercicio de formación es un constante proceso, una continua evolución en la que hay que superar deficiencias y actualizar acciones y producciones.

De ahí la necesidad de dar mayor vida a la tecnología, a la calidad del desempeño y a la organización y control administrativo, para que fluya el debido conocimiento, control y regulación que se requiere.

Es preciso evitar, desterrar, ese odioso y pesado burocratismo que al docente lo marea y le roba tiempo muy apreciado para estar trabajando con su grupo; así mismo al directivo lo encajona y lo absorbe en su oficina, restándole momentos valiosos para estar supervisando actividades que es parte medular de su labor.

Todo un profesionalismo de altura del docente y una sabia y ecuánime dirección y coordinación del directivo, es el gran reto que todos con cultura y experiencia nos debemos imponer, para que, con fecunda creatividad en la verificación orientemos los destinos de la educación y alcancemos esa culta y ambicionada prosperidad que anhelamos para bien de nuestro querido México y nuestro bello Durango.

Es un gran honor estrechar la mano de un maestro honesto y trabajador, genuino en toda la extensión de su vocación y que, precisamente por su grandeza, es un gigante de la educación que siempre se distingue por la nobleza de su sencillez y la bendición de su humildad.

De estos ilustrados caballeros e instruidas damas del saber pedagógico, existen bastantes, esparcidos como relucientes intelectuales en el firmamento de la didáctica; incrustados como diamantes en el azul inmenso del horizonte educativo; dispersados por los pueblos y ciudades para iluminar con su sabiduría las oscuras calles de la conciencia.

Ellos son los que proyectan al Durango moderno en el corazón ardiente de nuestro México lindo y querido; ellos son los que le dan vida a su actualidad, generando el vigor y la visión de los educandos en crecimiento; ellos son la sagrada esperanza del porvenir ciudadano del mañana y la confianza de la bonanza y la fertilidad de sus frutos; ellos son en síntesis, los hacedores del profesionista, del técnico, del científico, del empleado, del obrero; de un futuro perfeccionado que todos deseamos para la mayor honra y bienestar de las nuevas generaciones.

Y es que el maestro ante todo es un ejemplo vivo a seguir, un modelo de patriotismo, de tenacidad y probidad; sencillo entre los humildes, grande en su responsabilidad y, justo y digno ante los soberbios. En su tránsito por la vida profesional tiene que desenvolverse muchas veces entre pantanos de corrupción y de los que no debe manchar sus alas.

Debe ser el más sano paladín de la educación, un auténtico revolucionario, por su dinamismo, por su sabiduría, por su honestidad y por su grande amor a sus alumnos y a la humanidad entera.

Todos vamos inmersos en la importante obra educativa en nuestro estado de Durango: Padres de familia, maestros y autoridades.

Justo y necesario es que compartamos responsabilidades cada quien desde su trinchera, cumpliendo cabalmente con lo que le corresponde, unificando esfuerzos, criterios e intereses, convencidos de que ello nos redituará una alta moral, elevada, para un futuro prometedor.

El bajo presupuesto asignado para Durango, la realidad sustancial que vivimos, la extrema pobreza que viven muchas de nuestras comunidades del campo y la propia ciudad capital; la ignorancia que aún late en diversas localidades proletarias y rurales; la lamentable ausencia de fuentes de trabajo; la aún insuficiente cultura que asola a ciertas regiones de nuestra entidad federativa y, sobre todo, el sagrado bienestar que merecen nuestras familias, constituyen la razón que nos empuja a depurar y enriquecer nuestros fines y transformar estructuras, planes y proyectos.

Queramos o no, tenemos que reconocer y aceptar, por la responsabilidad que nos asiste, que la eficiencia y calidad de nuestra educación no se encuentra en el momento óptico que todos deseamos. Una renovación moral desde el maestro de grupo hasta el más encumbrado funcionario de la Secretaría de Educación sería altamente saludable.

Desgraciadamente nosotros mismos nos hemos desprestigiado, desacreditado la imagen querida y respetable del maestro, con irresponsabilidades, falta de vocación, actitudes egoístas y mercenarias; así mismo con la provocación de violencia y destrucción que se ocasionan con las marchas y manifestaciones públicas.

Por supuesto que no todo es negatividad y también tenemos modelos de maestros y muchos, que son un ejemplo vivo de honestidad en su trabajo, de compromiso y profesionalidad; siendo ellos los que le han dado idoneidad a la educación, pero no la necesaria, porque se requiere del entusiasmo, del deber y de la dignidad de todos para salir adelante.

Una transformación ética en cada conciencia de padres de familia, autoridades y maestros, sería excelentemente positiva y beneficiosa, porque el cumplido ejercicio de formación es un constante proceso, una continua evolución en la que hay que superar deficiencias y actualizar acciones y producciones.

De ahí la necesidad de dar mayor vida a la tecnología, a la calidad del desempeño y a la organización y control administrativo, para que fluya el debido conocimiento, control y regulación que se requiere.

Es preciso evitar, desterrar, ese odioso y pesado burocratismo que al docente lo marea y le roba tiempo muy apreciado para estar trabajando con su grupo; así mismo al directivo lo encajona y lo absorbe en su oficina, restándole momentos valiosos para estar supervisando actividades que es parte medular de su labor.

Todo un profesionalismo de altura del docente y una sabia y ecuánime dirección y coordinación del directivo, es el gran reto que todos con cultura y experiencia nos debemos imponer, para que, con fecunda creatividad en la verificación orientemos los destinos de la educación y alcancemos esa culta y ambicionada prosperidad que anhelamos para bien de nuestro querido México y nuestro bello Durango.

Es un gran honor estrechar la mano de un maestro honesto y trabajador, genuino en toda la extensión de su vocación y que, precisamente por su grandeza, es un gigante de la educación que siempre se distingue por la nobleza de su sencillez y la bendición de su humildad.

De estos ilustrados caballeros e instruidas damas del saber pedagógico, existen bastantes, esparcidos como relucientes intelectuales en el firmamento de la didáctica; incrustados como diamantes en el azul inmenso del horizonte educativo; dispersados por los pueblos y ciudades para iluminar con su sabiduría las oscuras calles de la conciencia.

Ellos son los que proyectan al Durango moderno en el corazón ardiente de nuestro México lindo y querido; ellos son los que le dan vida a su actualidad, generando el vigor y la visión de los educandos en crecimiento; ellos son la sagrada esperanza del porvenir ciudadano del mañana y la confianza de la bonanza y la fertilidad de sus frutos; ellos son en síntesis, los hacedores del profesionista, del técnico, del científico, del empleado, del obrero; de un futuro perfeccionado que todos deseamos para la mayor honra y bienestar de las nuevas generaciones.

Y es que el maestro ante todo es un ejemplo vivo a seguir, un modelo de patriotismo, de tenacidad y probidad; sencillo entre los humildes, grande en su responsabilidad y, justo y digno ante los soberbios. En su tránsito por la vida profesional tiene que desenvolverse muchas veces entre pantanos de corrupción y de los que no debe manchar sus alas.

Debe ser el más sano paladín de la educación, un auténtico revolucionario, por su dinamismo, por su sabiduría, por su honestidad y por su grande amor a sus alumnos y a la humanidad entera.