/ sábado 2 de octubre de 2021

Más que palabras

“La amenaza más grande que sufre la paz hoy en día es el aborto, porque el aborto es hacer la guerra al niño, al niño inocente que muere a manos de su propia madre. Si aceptamos que una madre pueda matar a su propio hijo, ¿cómo podremos decir a otros que no se maten? …

El país que acepta el aborto no está enseñando a su pueblo a amar sino a aplicar la violencia para conseguir lo que se quiere. Es por eso que el mayor destructor del amor y de la paz es el aborto”.

No creo que ningún funcionario del gobierno del entonces presidente Bill Clinton haya tenido la autoridad moral para revisar el discurso completo del que fue extractado este fragmento. No me alcanzo a imaginar el rostro de la primera dama Hillary y de todas las figuras políticas presentes en ese Desayuno Nacional de Oración que se celebra cada año en Washington D.C. aquel histórico 3 de febrero de 1994.

¿Quién se atrevería a silenciar aquel día el micrófono de la fundadora de las Misioneras de la Caridad quien proclamó con valentía la verdad sobre el crimen del aborto? ¿Quién se atrevería a cuestionar la autoridad moral de aquella mujer de pequeña estatura cuya organización tenía en su haber más de tres mil niños que habiendo sido sentenciados a muerte por sus progenitores fueron dados en adopción?

Tenemos un gran desafío los mexicanos y es buscar cómo convencer, en amor, a la futura mamá de que lo que porta en su ser es “otro” ser y que lo que a ella le hicieron creer que es “derecho a decidir” no le da permiso de quitarle la vida al “otro”. Tendremos que pensar, a la vez, en buscar formas prácticas de “acoger” a esos niños, a fin de proveerles de una familia adoptiva y a la vez proveer a esas familias de una persona a quien amar.

Ahora sí que como dice el apóstol Santiago “la fe sin obras es muerta”. El ejemplo de esta religiosa conocida como Teresa de Calcuta nos desafía a algo más que palabras.


leonardolombar@gmail.com

“La amenaza más grande que sufre la paz hoy en día es el aborto, porque el aborto es hacer la guerra al niño, al niño inocente que muere a manos de su propia madre. Si aceptamos que una madre pueda matar a su propio hijo, ¿cómo podremos decir a otros que no se maten? …

El país que acepta el aborto no está enseñando a su pueblo a amar sino a aplicar la violencia para conseguir lo que se quiere. Es por eso que el mayor destructor del amor y de la paz es el aborto”.

No creo que ningún funcionario del gobierno del entonces presidente Bill Clinton haya tenido la autoridad moral para revisar el discurso completo del que fue extractado este fragmento. No me alcanzo a imaginar el rostro de la primera dama Hillary y de todas las figuras políticas presentes en ese Desayuno Nacional de Oración que se celebra cada año en Washington D.C. aquel histórico 3 de febrero de 1994.

¿Quién se atrevería a silenciar aquel día el micrófono de la fundadora de las Misioneras de la Caridad quien proclamó con valentía la verdad sobre el crimen del aborto? ¿Quién se atrevería a cuestionar la autoridad moral de aquella mujer de pequeña estatura cuya organización tenía en su haber más de tres mil niños que habiendo sido sentenciados a muerte por sus progenitores fueron dados en adopción?

Tenemos un gran desafío los mexicanos y es buscar cómo convencer, en amor, a la futura mamá de que lo que porta en su ser es “otro” ser y que lo que a ella le hicieron creer que es “derecho a decidir” no le da permiso de quitarle la vida al “otro”. Tendremos que pensar, a la vez, en buscar formas prácticas de “acoger” a esos niños, a fin de proveerles de una familia adoptiva y a la vez proveer a esas familias de una persona a quien amar.

Ahora sí que como dice el apóstol Santiago “la fe sin obras es muerta”. El ejemplo de esta religiosa conocida como Teresa de Calcuta nos desafía a algo más que palabras.


leonardolombar@gmail.com

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