/ sábado 7 de diciembre de 2019

Medios de comunicación, redes sociales y manipulación

La orientación de la opinión pública es un asunto central de los sistemas democráticos. El derecho de expresión e información corresponde a los ciudadanos, quienes la ejercen a través de los medios de comunicación, los que están éticamente obligados a publicar información de calidad, debidamente verificada, de fuentes confiables y cercanas a la realidad.

Pero el signo de los tiempos nos ubica en hechos cotidianos preocupantes, al perder la verdad, la sabiduría, la prudencia, el razonamiento equilibrado, el adecuado contexto de los hechos, el liderazgo en la opinión pública; abriendo paso a la manipulación y la vulgaridad.

Las muy conocidas y famosas “fake news” son noticias imaginadas o inventadas. Falsedades que dominan el debate político, desplazando a la posverdad y desde luego a la misma realidad. Ese es el signo de los tiempos que vivimos. Las formas de comunicar tradicionales están siendo rebasadas por los avances de la tecnología, hoy, al alcance de todos. La democracia viene perdiendo confianza entre los ciudadanos, de manera notable entre los jóvenes.

Las nuevas generaciones consideran caducos a los gobiernos, los partidos, los sindicatos, a diversas instituciones y a los propios medios de comunicación. La ausencia de líderes con credibilidad en la arena política, así como en la industria y el mundo intelectual es un espacio propicio para el populismo, la demagogia, la charlatanería y el engaño a los ciudadanos.

En esta situación de falta de perspectiva todas las instituciones han sido sometidas a un juicio severo con fines de impulsar el descrédito y escepticismo, siendo considerada la clase política una carga para el desarrollo de la propia sociedad.

El comportamiento de la clase política ha contribuido a ello ante la falta de ética en el ejercicio de la política, menciono aquí solo dos aspectos, el de la corrupción y el de la inconsistencia ideológica, que implica que muchos políticos se inclinan por el pragmatismo, persiguiendo intereses personales sin que les importe defender un proyecto ideológico o programático.

Hay quienes señalan que el mal uso de las nuevas tecnologías (especialmente las redes sociales) son las que contribuyen al deterioro del nivel del debate público, en el que deben prevalecer las ideas, siendo sustituidas por los improperios, las descalificaciones, los señalamientos sin fundamento y por consecuencia se denigra a la política. Por mi parte soy un convencido (al igual que Juan Luis Cebrián. El País, domingo 11 de febrero 2018, pág.13) que las nuevas tecnologías representan una gran oportunidad para el desarrollo del debate público. Hoy más del 70% de los lectores recibe las noticias a través de dispositivos móviles, teléfonos inteligentes o tabletas. Los graves problemas de esto es cómo distinguir entre lo que es verdad y lo que es mentira, la invasión a la intimidad de las personas, la destrucción de prestigios personales y la incapacidad de las leyes para regular y ordenar la enorme cantidad de información que hay en las redes. No en pocas ocasiones la verdad y la sabiduría son sacrificadas por la manipulación y la vulgaridad.

José Luis Cebrián, presidente de El País y miembro de la Real Academia Española reitera que “si queremos consolidar la democracia y garantizar el futuro de las instituciones contra las posverdades y la manipulación informativa, los medios de comunicación deben recuperar su papel central en el debate político, en la Red y fuera de ella, por lo que es necesario garantizarles la autonomía e independencia en el ejercicio de las libertades de expresión y de información, al mismo tiempo de sus responsabilidades”.

Cierto que son los medios “tradicionales” -prensa, radio, televisión- son los que emiten noticias, opiniones, críticas y propuestas, gracias a un ejercicio informado, analizado, responsable que realizan profesionales de la comunicación después de analizar los hechos, ubicarlos en un contexto adecuado y además firman sus notas, dan la cara, su voz queda grabada, por tanto, se hacen responsables de sus dichos, escritos y comentarios. La confianza y la credibilidad son la fortaleza de cualquier medio de comunicación masiva. Contrario a ello, en las redes sociales cualquiera (con identidad propia o simulada) puede inventar versiones, descontextualizar hechos, masificar mensajes de los cuales nadie responde de su veracidad o autenticidad. Cualquier persona de buena o mala fe, según su estado de ánimo, puede inventar una historia del ámbito político, social, cultural o económico y lanzarla a las redes sin medir impactos o consecuencias negativas en la vida social o en la vida de las personas.

El avance de la tecnología debe ser utilizado como un instrumento que coadyuve al fortalecimiento de las instituciones, vigorice la vida democrática y fortalezca el tejido social. De ahí que el sentido de responsabilidad de los medios de comunicación para generar una buena opinión pública es consustancial para impulsar la dinámica social que contribuya a que las mayorías consigan mejores niveles de vida. El uso masivo de las redes sociales debe orientarse a conseguir estos propósitos, de otra forma seguirán contribuyendo al estado de confusión en el que se encuentran inmersas las nuevas generaciones frente a los acontecimientos sociales, con las consecuencias negativas que ello propicia.

La orientación de la opinión pública es un asunto central de los sistemas democráticos. El derecho de expresión e información corresponde a los ciudadanos, quienes la ejercen a través de los medios de comunicación, los que están éticamente obligados a publicar información de calidad, debidamente verificada, de fuentes confiables y cercanas a la realidad.

Pero el signo de los tiempos nos ubica en hechos cotidianos preocupantes, al perder la verdad, la sabiduría, la prudencia, el razonamiento equilibrado, el adecuado contexto de los hechos, el liderazgo en la opinión pública; abriendo paso a la manipulación y la vulgaridad.

Las muy conocidas y famosas “fake news” son noticias imaginadas o inventadas. Falsedades que dominan el debate político, desplazando a la posverdad y desde luego a la misma realidad. Ese es el signo de los tiempos que vivimos. Las formas de comunicar tradicionales están siendo rebasadas por los avances de la tecnología, hoy, al alcance de todos. La democracia viene perdiendo confianza entre los ciudadanos, de manera notable entre los jóvenes.

Las nuevas generaciones consideran caducos a los gobiernos, los partidos, los sindicatos, a diversas instituciones y a los propios medios de comunicación. La ausencia de líderes con credibilidad en la arena política, así como en la industria y el mundo intelectual es un espacio propicio para el populismo, la demagogia, la charlatanería y el engaño a los ciudadanos.

En esta situación de falta de perspectiva todas las instituciones han sido sometidas a un juicio severo con fines de impulsar el descrédito y escepticismo, siendo considerada la clase política una carga para el desarrollo de la propia sociedad.

El comportamiento de la clase política ha contribuido a ello ante la falta de ética en el ejercicio de la política, menciono aquí solo dos aspectos, el de la corrupción y el de la inconsistencia ideológica, que implica que muchos políticos se inclinan por el pragmatismo, persiguiendo intereses personales sin que les importe defender un proyecto ideológico o programático.

Hay quienes señalan que el mal uso de las nuevas tecnologías (especialmente las redes sociales) son las que contribuyen al deterioro del nivel del debate público, en el que deben prevalecer las ideas, siendo sustituidas por los improperios, las descalificaciones, los señalamientos sin fundamento y por consecuencia se denigra a la política. Por mi parte soy un convencido (al igual que Juan Luis Cebrián. El País, domingo 11 de febrero 2018, pág.13) que las nuevas tecnologías representan una gran oportunidad para el desarrollo del debate público. Hoy más del 70% de los lectores recibe las noticias a través de dispositivos móviles, teléfonos inteligentes o tabletas. Los graves problemas de esto es cómo distinguir entre lo que es verdad y lo que es mentira, la invasión a la intimidad de las personas, la destrucción de prestigios personales y la incapacidad de las leyes para regular y ordenar la enorme cantidad de información que hay en las redes. No en pocas ocasiones la verdad y la sabiduría son sacrificadas por la manipulación y la vulgaridad.

José Luis Cebrián, presidente de El País y miembro de la Real Academia Española reitera que “si queremos consolidar la democracia y garantizar el futuro de las instituciones contra las posverdades y la manipulación informativa, los medios de comunicación deben recuperar su papel central en el debate político, en la Red y fuera de ella, por lo que es necesario garantizarles la autonomía e independencia en el ejercicio de las libertades de expresión y de información, al mismo tiempo de sus responsabilidades”.

Cierto que son los medios “tradicionales” -prensa, radio, televisión- son los que emiten noticias, opiniones, críticas y propuestas, gracias a un ejercicio informado, analizado, responsable que realizan profesionales de la comunicación después de analizar los hechos, ubicarlos en un contexto adecuado y además firman sus notas, dan la cara, su voz queda grabada, por tanto, se hacen responsables de sus dichos, escritos y comentarios. La confianza y la credibilidad son la fortaleza de cualquier medio de comunicación masiva. Contrario a ello, en las redes sociales cualquiera (con identidad propia o simulada) puede inventar versiones, descontextualizar hechos, masificar mensajes de los cuales nadie responde de su veracidad o autenticidad. Cualquier persona de buena o mala fe, según su estado de ánimo, puede inventar una historia del ámbito político, social, cultural o económico y lanzarla a las redes sin medir impactos o consecuencias negativas en la vida social o en la vida de las personas.

El avance de la tecnología debe ser utilizado como un instrumento que coadyuve al fortalecimiento de las instituciones, vigorice la vida democrática y fortalezca el tejido social. De ahí que el sentido de responsabilidad de los medios de comunicación para generar una buena opinión pública es consustancial para impulsar la dinámica social que contribuya a que las mayorías consigan mejores niveles de vida. El uso masivo de las redes sociales debe orientarse a conseguir estos propósitos, de otra forma seguirán contribuyendo al estado de confusión en el que se encuentran inmersas las nuevas generaciones frente a los acontecimientos sociales, con las consecuencias negativas que ello propicia.