/ sábado 19 de octubre de 2019

Mujer del campo, discriminación y soporte de la vida rural

El pasado 15 de octubre se conmemoró el “Día Internacional de la Mujer Rural”, con el objetivo el reconocer el empeño diario de las mujeres que participan en el proceso de producción agropecuaria, contribuyendo de manera determinante a garantizar la seguridad alimentaria, impulsar el desarrollo económico para cada país y con ello aportar de manera decisiva en el combate a la pobreza.

Ellas se han convertido en agentes claves en la economía rural e indígena, tanto en los países subdesarrollados como en los países desarrollados.

Las mujeres rurales representan más de un tercio de la población mundial y el 43% de la mano de obra agrícola. Labran la tierra y plantan las semillas que alimentan naciones enteras. Además, garantizan la seguridad alimentaria de sus poblaciones y ayudan a preparar a sus comunidades frente al cambio climático.

A pesar de ello -como bien lo señala ONU Mujeres-, las campesinas sufren de manera inmerecida los múltiples aspectos de la pobreza, no disponen de las mismas oportunidades de que los hombres en el acceso a la tierra, créditos, materiales agrícolas, mercados o cadenas de valor. Tampoco disfrutan de acceso a servicios fundamentales como la educación y la asistencia sanitaria, ni a servicios básicos como el agua y el drenaje.

Las mujeres del medio rural ostentan el grado de analfabetismo más alto en cualquier sociedad, se ven obligadas a la deserción escolar a temprana edad, ya sea para convertirse en madres, amas de casa y auxiliares en las tareas agrícolas, o bien para emigrar.

Para la FAO (la organización de la ONU para la alimentación), si las mujeres del campo tuviesen el mismo acceso que los hombres a recursos agrícolas, sin duda aumentaría la producción mundial con las granjas de mujeres; las que en países en proceso de desarrollo, se estima, podrían aumentar más del 30% de la producción total.

Las mujeres y las niñas rurales influyen de manera significativa en la agricultura, la seguridad alimentaria y la nutrición, la tierra y la gestión de los recursos naturales; pero su trabajo no es remunerado, se considera como complementario al trabajo del varón, además de hacerse cargo también en forma gratuita de los quehaceres y el cuidado doméstico. De ahí que ellas son las más afectadas cuando los recursos naturales y la agricultura se ven amenazados.

Las mujeres rurales niñas, jóvenes, adultas y ancianas, viven sus vidas cargadas de obligaciones, colmadas de trabajo, de responsabilidades, de servidumbres… de culturas diferentes, pero compartiendo todas, esos lastres, todas, esos fardos. Con historias y luchas comunes por la vida, por su propia emancipación y la de sus pueblos, sus campos, sus territorios.

Afortunadamente, a diferencia del pasado, el género ha comenzado a tener significación en la trama de la historia humana.

Las mujeres del campo asumen una serie de responsabilidades mayores al de las mujeres urbanas, sin embargo no aparecen en escrituras notariales como titulares de derechos agrarios, ni con derecho de acceder al crédito, a la remuneración de su trabajo, al acceso a la seguridad social, pero sobre todo a la educación que les permita desarrollar ampliamente sus potencialidades y destrezas físicas e intelectuales. Es un pendiente enorme de nuestro tiempo el encauzar a la mujer rural en la búsqueda de su dignidad. Es inaceptable la discriminación que sufren.

Aunque en materia legislativa se puede decir que se ha avanzado para garantizar en la ley sus derechos, sin embargo en la realidad se tiene que trabajar mucho para erradicar la discriminación hacia la mujer rural, que se convierte en un tipo de violencia, por lo que se vuelve imprescindible abordar políticamente con mucha seriedad la vulnerabilidad específica que conlleva la feminidad en el ámbito rural. Son víctimas de una cultura machista arraigada de manera sobresaliente en la vida rural, que las margina de la toma de decisiones al interior de la familia, las hace menos en el ámbito social y las olvida en la repartición de derechos y beneficios en el proceso productivo a pesar de demostrar que son igual o más capaces que los hombres para trabajar y gestionar apoyos para la producción.

No se puede aspirar a construir una sociedad avanzada si dejamos a segmentos importantes como las mujeres del medio rural luchando solas en condiciones de adversidad propias de siglos pasados, la política social moderna que tiene como objetivo el aumento de la productividad, la generación de riqueza y una distribución equitativa de los beneficios debe ser incluyente, no discriminar a aquellas personas que por generaciones han realizado enormes sacrificios para ser el sostén de los valores familiares, las tradiciones y la cultura productiva.

Es un tema ineludible para el Estado mexicano generar condiciones para que sean las propias mujeres, sin importar su hábitat, las que decidan cómo ha de ser su auténtica incorporación al acceso a servicios básicos y a la vida productiva, sin discriminación, que su trabajo sea remunerado.

Las políticas sociales exitosas que necesita el país son las incluyentes, que generen capacidades en las personas para elevar su productividad y estimular su intelecto, que las haga dueñas de su propio destino producto de su trabajo. La dádiva asistencial no es solución para las empeñosas y valiosas mujeres que habitan nuestro medio rural; es urgente diseñar una estrategia especial en todos los ámbitos para modificar la realidad de la doble discriminación de la mujer rural, ese es el mejor homenaje que les podemos hacer.

El pasado 15 de octubre se conmemoró el “Día Internacional de la Mujer Rural”, con el objetivo el reconocer el empeño diario de las mujeres que participan en el proceso de producción agropecuaria, contribuyendo de manera determinante a garantizar la seguridad alimentaria, impulsar el desarrollo económico para cada país y con ello aportar de manera decisiva en el combate a la pobreza.

Ellas se han convertido en agentes claves en la economía rural e indígena, tanto en los países subdesarrollados como en los países desarrollados.

Las mujeres rurales representan más de un tercio de la población mundial y el 43% de la mano de obra agrícola. Labran la tierra y plantan las semillas que alimentan naciones enteras. Además, garantizan la seguridad alimentaria de sus poblaciones y ayudan a preparar a sus comunidades frente al cambio climático.

A pesar de ello -como bien lo señala ONU Mujeres-, las campesinas sufren de manera inmerecida los múltiples aspectos de la pobreza, no disponen de las mismas oportunidades de que los hombres en el acceso a la tierra, créditos, materiales agrícolas, mercados o cadenas de valor. Tampoco disfrutan de acceso a servicios fundamentales como la educación y la asistencia sanitaria, ni a servicios básicos como el agua y el drenaje.

Las mujeres del medio rural ostentan el grado de analfabetismo más alto en cualquier sociedad, se ven obligadas a la deserción escolar a temprana edad, ya sea para convertirse en madres, amas de casa y auxiliares en las tareas agrícolas, o bien para emigrar.

Para la FAO (la organización de la ONU para la alimentación), si las mujeres del campo tuviesen el mismo acceso que los hombres a recursos agrícolas, sin duda aumentaría la producción mundial con las granjas de mujeres; las que en países en proceso de desarrollo, se estima, podrían aumentar más del 30% de la producción total.

Las mujeres y las niñas rurales influyen de manera significativa en la agricultura, la seguridad alimentaria y la nutrición, la tierra y la gestión de los recursos naturales; pero su trabajo no es remunerado, se considera como complementario al trabajo del varón, además de hacerse cargo también en forma gratuita de los quehaceres y el cuidado doméstico. De ahí que ellas son las más afectadas cuando los recursos naturales y la agricultura se ven amenazados.

Las mujeres rurales niñas, jóvenes, adultas y ancianas, viven sus vidas cargadas de obligaciones, colmadas de trabajo, de responsabilidades, de servidumbres… de culturas diferentes, pero compartiendo todas, esos lastres, todas, esos fardos. Con historias y luchas comunes por la vida, por su propia emancipación y la de sus pueblos, sus campos, sus territorios.

Afortunadamente, a diferencia del pasado, el género ha comenzado a tener significación en la trama de la historia humana.

Las mujeres del campo asumen una serie de responsabilidades mayores al de las mujeres urbanas, sin embargo no aparecen en escrituras notariales como titulares de derechos agrarios, ni con derecho de acceder al crédito, a la remuneración de su trabajo, al acceso a la seguridad social, pero sobre todo a la educación que les permita desarrollar ampliamente sus potencialidades y destrezas físicas e intelectuales. Es un pendiente enorme de nuestro tiempo el encauzar a la mujer rural en la búsqueda de su dignidad. Es inaceptable la discriminación que sufren.

Aunque en materia legislativa se puede decir que se ha avanzado para garantizar en la ley sus derechos, sin embargo en la realidad se tiene que trabajar mucho para erradicar la discriminación hacia la mujer rural, que se convierte en un tipo de violencia, por lo que se vuelve imprescindible abordar políticamente con mucha seriedad la vulnerabilidad específica que conlleva la feminidad en el ámbito rural. Son víctimas de una cultura machista arraigada de manera sobresaliente en la vida rural, que las margina de la toma de decisiones al interior de la familia, las hace menos en el ámbito social y las olvida en la repartición de derechos y beneficios en el proceso productivo a pesar de demostrar que son igual o más capaces que los hombres para trabajar y gestionar apoyos para la producción.

No se puede aspirar a construir una sociedad avanzada si dejamos a segmentos importantes como las mujeres del medio rural luchando solas en condiciones de adversidad propias de siglos pasados, la política social moderna que tiene como objetivo el aumento de la productividad, la generación de riqueza y una distribución equitativa de los beneficios debe ser incluyente, no discriminar a aquellas personas que por generaciones han realizado enormes sacrificios para ser el sostén de los valores familiares, las tradiciones y la cultura productiva.

Es un tema ineludible para el Estado mexicano generar condiciones para que sean las propias mujeres, sin importar su hábitat, las que decidan cómo ha de ser su auténtica incorporación al acceso a servicios básicos y a la vida productiva, sin discriminación, que su trabajo sea remunerado.

Las políticas sociales exitosas que necesita el país son las incluyentes, que generen capacidades en las personas para elevar su productividad y estimular su intelecto, que las haga dueñas de su propio destino producto de su trabajo. La dádiva asistencial no es solución para las empeñosas y valiosas mujeres que habitan nuestro medio rural; es urgente diseñar una estrategia especial en todos los ámbitos para modificar la realidad de la doble discriminación de la mujer rural, ese es el mejor homenaje que les podemos hacer.