/ lunes 7 de octubre de 2019

Mujeres y niños por delante

Manifestaciones, marchas, bloqueos, toma de edificios, cierre de calles, son sólo algunas de las formas de que se valen los partidos u organizaciones llamadas de “izquierda" para ejercer presión; el que las mujeres y los niños vayan por delante es la estrategia que utilizan en las más de las veces los organizadores de estos movimientos de interés particular disfrazados de sociales.

Con este ardid -con la estrategia de enviar a mujeres y niños por delante- logran tres cosas para su beneficio: 1. Comunicar un argumento de misericordia a la opinión pública; 2. Que los elementos de la policía intervengan reprimiéndose considerablemente en el uso de la fuerza; y 3. Un pretexto fantástico para victimizarse para el caso de que los señores policías no repriman su ímpetu lo suficiente o que las autoridades no les hagan caso. El chantaje en su máxima expresión.

Al margen de la validez o sin razón del reclamo que hicieron los directivos de los Cadis (no es el objeto de la presente reflexión discernir al respecto), el hecho de que los dirigentes del Partido del Trabajo (PT), instituto político que se considera de izquierda, disfrazados como directivos y docentes de los Cadis, llevaran a los niños a tomar clases alrededor del Centro de Convenciones Bicentenario (CCB) es el más claro ejemplo de lo expuesto en el párrafo que antecede; la autoridad no podía quitarlos por la fuerza y lograron sembrar en algunos pocos ciudadanos la compasión por las condiciones en que los niños tomaban clases.

Desde luego que la estrategia lleva implícita una gran carga de irresponsabilidad, mire que trasladar el peso y consecuencias de una acción de este calibre en personas que no tienen ni la más remota idea de los que se trata la marcha o la manifestación, y de que sólo acuden por la miserable despensa o por los 100 ó 200 pesos que les dan, es tanto o más vil que usarlos de carne de cañón.

Pero parece que la práctica de la estrategia es algo así como una regla entre quienes se precian de ser de izquierda, los gobiernos federal y de la ciudad de México -ambos son la representación más ínclita de la izquierda redentora mexicana- decidieron trasladar en empleados de la administración pública su obligación de contener a los manifestantes que este 2 de octubre de nueva cuenta causaron destrozos en la ciudad más grande del mundo.

En efecto, la flamante jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, desplegó alrededor de 12 mil personas en algo que llamó “cinturones de paz”, su tarea era contener a los rijosos malvivientes para que no hicieran desmanes. Para la cabal consecución de su arriesgada misión los dotó de dos poderosas herramientas: Una camiseta blanca y un mecate, y de un estímulo que les sirviera de resorte para hacer bien su tarea: Mantener su trabajo.

Ni la persona más ingenua y trasnochada podría pensar que alguien accedería de forma espontánea y de buena voluntad a exponer su integridad física y emocional por la única razón de evitar que se causen destrozos en bienes que no son de su propiedad, aunado al hecho de que no es parte de su trabajo.

La irresponsabilidad de quien autorizó la medida no tiene precedentes, en las diferentes tomas que dieron a conocer los medios de comunicación y que se viralizaron en redes sociales, se aprecia como muchos de los cinturones de paz fueron agredidos y pintados en el rostro con aerosol, ¿qué hubiera pasado si alguno de ellos, por reacción natural, responde la agresión? O ¿qué hubiera pasado si los manifestantes se lanzan sin tregua a romper la valla de espontáneos servidores públicos? Hubo momentos en que los ánimos se caldearon considerablemente.

Es inconcuso que la jefa de Gobierno rehúye hacer su trabajo, es evidente que traslada su obligación en personas que lanzan un mensaje de paz dentro de una reyerta sin control, es claro que pone en riesgo a quienes intentan conservar su trabajo a costa de su integridad física y emocional. Pero mientras la medida evite que se destiña la imagen de la Cuarta Transformación, pues sea, mujeres y niños por delante.

Manifestaciones, marchas, bloqueos, toma de edificios, cierre de calles, son sólo algunas de las formas de que se valen los partidos u organizaciones llamadas de “izquierda" para ejercer presión; el que las mujeres y los niños vayan por delante es la estrategia que utilizan en las más de las veces los organizadores de estos movimientos de interés particular disfrazados de sociales.

Con este ardid -con la estrategia de enviar a mujeres y niños por delante- logran tres cosas para su beneficio: 1. Comunicar un argumento de misericordia a la opinión pública; 2. Que los elementos de la policía intervengan reprimiéndose considerablemente en el uso de la fuerza; y 3. Un pretexto fantástico para victimizarse para el caso de que los señores policías no repriman su ímpetu lo suficiente o que las autoridades no les hagan caso. El chantaje en su máxima expresión.

Al margen de la validez o sin razón del reclamo que hicieron los directivos de los Cadis (no es el objeto de la presente reflexión discernir al respecto), el hecho de que los dirigentes del Partido del Trabajo (PT), instituto político que se considera de izquierda, disfrazados como directivos y docentes de los Cadis, llevaran a los niños a tomar clases alrededor del Centro de Convenciones Bicentenario (CCB) es el más claro ejemplo de lo expuesto en el párrafo que antecede; la autoridad no podía quitarlos por la fuerza y lograron sembrar en algunos pocos ciudadanos la compasión por las condiciones en que los niños tomaban clases.

Desde luego que la estrategia lleva implícita una gran carga de irresponsabilidad, mire que trasladar el peso y consecuencias de una acción de este calibre en personas que no tienen ni la más remota idea de los que se trata la marcha o la manifestación, y de que sólo acuden por la miserable despensa o por los 100 ó 200 pesos que les dan, es tanto o más vil que usarlos de carne de cañón.

Pero parece que la práctica de la estrategia es algo así como una regla entre quienes se precian de ser de izquierda, los gobiernos federal y de la ciudad de México -ambos son la representación más ínclita de la izquierda redentora mexicana- decidieron trasladar en empleados de la administración pública su obligación de contener a los manifestantes que este 2 de octubre de nueva cuenta causaron destrozos en la ciudad más grande del mundo.

En efecto, la flamante jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, desplegó alrededor de 12 mil personas en algo que llamó “cinturones de paz”, su tarea era contener a los rijosos malvivientes para que no hicieran desmanes. Para la cabal consecución de su arriesgada misión los dotó de dos poderosas herramientas: Una camiseta blanca y un mecate, y de un estímulo que les sirviera de resorte para hacer bien su tarea: Mantener su trabajo.

Ni la persona más ingenua y trasnochada podría pensar que alguien accedería de forma espontánea y de buena voluntad a exponer su integridad física y emocional por la única razón de evitar que se causen destrozos en bienes que no son de su propiedad, aunado al hecho de que no es parte de su trabajo.

La irresponsabilidad de quien autorizó la medida no tiene precedentes, en las diferentes tomas que dieron a conocer los medios de comunicación y que se viralizaron en redes sociales, se aprecia como muchos de los cinturones de paz fueron agredidos y pintados en el rostro con aerosol, ¿qué hubiera pasado si alguno de ellos, por reacción natural, responde la agresión? O ¿qué hubiera pasado si los manifestantes se lanzan sin tregua a romper la valla de espontáneos servidores públicos? Hubo momentos en que los ánimos se caldearon considerablemente.

Es inconcuso que la jefa de Gobierno rehúye hacer su trabajo, es evidente que traslada su obligación en personas que lanzan un mensaje de paz dentro de una reyerta sin control, es claro que pone en riesgo a quienes intentan conservar su trabajo a costa de su integridad física y emocional. Pero mientras la medida evite que se destiña la imagen de la Cuarta Transformación, pues sea, mujeres y niños por delante.