/ domingo 14 de julio de 2024

¿No me merezco un año sabático?

Una de las pinturas más famosas del artista flamenco Pedro Pablo Rubens (1577-1640) es sin duda “Daniel en el foso de los leones”. Este magnifico óleo que se exhibe en la Galería Nacional de Arte de Washington DC proyecta a un Daniel devoto a su Dios, mirando al exterior del agujero del foso, rodeado de nueve leones que reflejan distintos estados de ánimo; toda una novedad estética en relación a la tradición de representarlo entre dos leones simétricos conforme al origen persa de la escena. Sin embargo, Rubens omite un detalle importantísimo: el profeta se ve joven y físicamente fuerte, siendo que para entonces contaba con más de ochenta años.

Yo me imagino al profeta argumentando desde el pozo: “¿Por qué Dios permitió que aquella otoñal noche de octubre fuera requerido por la señora reina madre? ¿Quién me mandó a meterme nuevamente en problemas al aceptar el reconocimiento de Belsasar y luego la responsabilidad del flamante rey persa? A mis ochenta años estaba ya tranquilo, retirado, con pensión vitalicia, sin necesidad de meterme en líos, lejos del poder pero con la satisfacción de haber contribuido a la preservación de mi pueblo por nada menos que once “sexenios”, cuatro Reyes y dos imperio: ¿no me merezco un año sabático?”

Parece legítimo un argumento así por parte del profeta, quien tras la conspiración de sus pares y a pesar del deseo de salvarlo del rey en turno, es sentenciado a morir en las fauces de los felinos. Sin embargo, nada más lejos de eso. Porque la gente que tiene una genuina relación con Dios, como la que tenía Daniel, siempre piensa en qué más puede aportar para cumplir el mandato cultural que Dios nos ha dejado de extender su reino en la tierra, sin importar cuántas veces signifique esto “meterse en el foso de los leones”. Si eres de los que solo piensan en algún día retirarse de la vida activa para juntar caracoles en alguna playa del Caribe, deberías preguntarte qué tanto conoces a Dios.


leonardolombar@gmail.com

Una de las pinturas más famosas del artista flamenco Pedro Pablo Rubens (1577-1640) es sin duda “Daniel en el foso de los leones”. Este magnifico óleo que se exhibe en la Galería Nacional de Arte de Washington DC proyecta a un Daniel devoto a su Dios, mirando al exterior del agujero del foso, rodeado de nueve leones que reflejan distintos estados de ánimo; toda una novedad estética en relación a la tradición de representarlo entre dos leones simétricos conforme al origen persa de la escena. Sin embargo, Rubens omite un detalle importantísimo: el profeta se ve joven y físicamente fuerte, siendo que para entonces contaba con más de ochenta años.

Yo me imagino al profeta argumentando desde el pozo: “¿Por qué Dios permitió que aquella otoñal noche de octubre fuera requerido por la señora reina madre? ¿Quién me mandó a meterme nuevamente en problemas al aceptar el reconocimiento de Belsasar y luego la responsabilidad del flamante rey persa? A mis ochenta años estaba ya tranquilo, retirado, con pensión vitalicia, sin necesidad de meterme en líos, lejos del poder pero con la satisfacción de haber contribuido a la preservación de mi pueblo por nada menos que once “sexenios”, cuatro Reyes y dos imperio: ¿no me merezco un año sabático?”

Parece legítimo un argumento así por parte del profeta, quien tras la conspiración de sus pares y a pesar del deseo de salvarlo del rey en turno, es sentenciado a morir en las fauces de los felinos. Sin embargo, nada más lejos de eso. Porque la gente que tiene una genuina relación con Dios, como la que tenía Daniel, siempre piensa en qué más puede aportar para cumplir el mandato cultural que Dios nos ha dejado de extender su reino en la tierra, sin importar cuántas veces signifique esto “meterse en el foso de los leones”. Si eres de los que solo piensan en algún día retirarse de la vida activa para juntar caracoles en alguna playa del Caribe, deberías preguntarte qué tanto conoces a Dios.


leonardolombar@gmail.com

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