/ domingo 21 de julio de 2019

Pagar es corresponder pero en el caso del PD se les pasó la mano

Es cierto que cuando se contrae una deuda de honor, el deudor tiene la obligación moral de pagarla sin que lo obligue documento alguno.

Y he ahí, las grandes historias del juego que se narran en una inmensa colección de libros, donde la mayoría han pasado a la pantalla grande, y ahí observamos los dramas más escalofriantes que protagonizan los jugadores de alto perfil y de diferentes giros, quienes al perder su dinero y propiedades, terminan hipotecando el honor de las esposas y las hijas.

En el campo político la forma de jugar es diferente, pero el compromiso es similar a la hora de pagar. De ahí que cuando algún actor por voluntad propia o convenio tácito, realiza una acción que impacte en beneficio del interés de algún ente que posea poder, las cosas de momento en apariencia no pasan de ahí. Pero cuando el acomedido cae en desgracia, el beneficiario de aquella acción que parecía olvidada, corresponde de manera generosa el favor recibido.

Lo anterior viene a cuento, porque quién no recuerda que la flamante dirigente del Partido Duranguense denunció ante los tribunales electorales que el doctor José Ramón Enríquez Herrera había promovido su imagen con recursos públicos. Denuncia que desprestigió mediáticamente al presidente municipal y que si no influyó para que perdiera, sí hizo ruido para que su imagen se desgastara en las idas y venidas del proceso legal.

Y ahí es donde a la ciudadanía le ha quedado la duda sobre los vericuetos de la legalidad. Porque en este caso fueron los diputados, quienes después de un larguísimo proceso, adujeron o expusieron que no lo sacaban de la contienda electoral para no hacerlo víctima, que al fin y al cabo el pueblo le iba a dar su merecido.

Pero ese merecido también fue para el Partido Duranguense (PD), donde el remedo de su candidato para la presidencia municipal fue repudiado y rechazado en las urnas, lo que daba por hecho que éste quedaba fuera y de patitas en la calle, con todo y su franquicia, ya que la voluntad popular así lo había decidido.

Sin embargo, el Tribunal Electoral no lo vio así, sino parece que imitó el criterio de los diputados en el caso del doctor Enríquez y lo acuñó perfectamente para sostener el registro de ese adefesio político, burlando a todas luces la decisión del pueblo, donde éste le había puesto un hasta aquí, porque ya no estaba dispuesto a seguir manteniendo un parásito más.

Y el desprecio en las urnas fue más que elocuente, pero no suficiente para que los miembros del Tribunal cortaran de tajo la cabeza de dicha rémora, que la ciudadanía, repito: ya no estaba dispuesta a seguir alimentando con sus impuestos y mucho menos seguir llenando los bolsillos de los vividores que la regentean.

Su historia todos la conocemos y desde sus orígenes ha sido un parche mal pegado para la estructura partidista, donde desafortunadamente han desfilado algunas perlas negras, lo que ha sido suficiente para que a sus siglas los duranguenses le hagan el vacío y el feo a sus candidatos, quienes en cada proceso electoral no disimulan la mano que los mueve y la caja que les paga.

Con triquiñuelas y malas artes a la alta escuela, se había sostenido el repelo de este partido, pero ahora en estas elecciones recientes, sus miserias quedaron al descubierto total. De ahí que los magos del Tribunal Electoral se dieran a la tarea deleznable de cubrir con argucias legales, lo que con votos no pudieron llenar sus protegidos.

De ahí, que el partido de marras se la jugara con candidatos desconocidos y detestables, como invitados especiales a espantar al electorado, bajo el supuesto de que sin importar los pésimos resultados, alcanzarían a seguir sosteniendo la gracia del registro. Lo que desafortunadamente ha puesto en evidencia la fuerza del electorado, dados los elementos con que cuenta la caterva de la complicidad, que con la mano en la cintura fueron capaces de neutralizar o anular el hartazgo que la ciudadanía manifestó hacia el partido Duranguense.

Ante dichas evidencias, queda muy claro que los grupos en el poder honran meticulosamente los pactos o la palabra cuando se trata de contradecir al pueblo; cuando se trata de ir contra su decisión y burlar cualquier raya que éste haya pintado con el fin de detener los males que hastían su voluntad.

Al pacto o a la palabra se suma el honor para cumplir fielmente el estadío de la franquicia, de cuyo negocio brotara el afán de exhumar ese cadáver, sólo para confundir y contaminar la decisión ciudadana.

Después de los resultados, la subsistencia del registro del Partido Duranguense nos cayó como una cubetada de agua fría, al anunciar los magistrados electorales que no había sustento para desaparecerlo. Los juicios apresurados sin duda que suelen despertar muchísimas suspicacias, y el que se expidió en torno al registro del partido en mención, por supuesto que no ha sido la excepción.

De ahí que la opinión pública en su mayoría sostiene que la cuestión legal pesa menos que el gesto de pagar un favor, quizás no pedido, pero en los hechos muy bien correspondido, donde sin querer se les pasó la mano.

Con las cosas así, no nos queda duda que alguien recomendó la permanencia del registro del Partido Duranguense, no por ser una institución respetable, sino una asociación sumisa que desquita muy bien lo que le pagan, por realizar quizás voluntariamente el trabajo sucio. Por eso, digo yo, que este asunto merece ser desmenuzado con mucho cuidado y analizado con lupa, porque revela la visión de la grilla de su autor.

Para concluir sólo quisiera plantear algunas cuestiones que ayuden a mi propia reflexión: ¿Qué postura se puede adoptar ante una posición mayoritaria de repudio a un partido y la protección a éste de una ley amañada? ¿Aquella del resignado optimismo donde se argumenta que el registro del Partido Duranguense es un mal menor pero necesario? ¿O aquella de la resistencia callada que nos inocule contra la impotencia de no poder nunca contra los recovecos del cinismo legal?

¿Son estos los representantes electorales a quienes debemos darles nuestros votos de confianza y situar en ellos los avales únicos de una decisión? ¿Son los verdaderos líderes de nuestra conciencia cívica y los garantes genuinos de nuestra democracia? ¡LO DUDO! Así, con mayúsculas.


Es cierto que cuando se contrae una deuda de honor, el deudor tiene la obligación moral de pagarla sin que lo obligue documento alguno.

Y he ahí, las grandes historias del juego que se narran en una inmensa colección de libros, donde la mayoría han pasado a la pantalla grande, y ahí observamos los dramas más escalofriantes que protagonizan los jugadores de alto perfil y de diferentes giros, quienes al perder su dinero y propiedades, terminan hipotecando el honor de las esposas y las hijas.

En el campo político la forma de jugar es diferente, pero el compromiso es similar a la hora de pagar. De ahí que cuando algún actor por voluntad propia o convenio tácito, realiza una acción que impacte en beneficio del interés de algún ente que posea poder, las cosas de momento en apariencia no pasan de ahí. Pero cuando el acomedido cae en desgracia, el beneficiario de aquella acción que parecía olvidada, corresponde de manera generosa el favor recibido.

Lo anterior viene a cuento, porque quién no recuerda que la flamante dirigente del Partido Duranguense denunció ante los tribunales electorales que el doctor José Ramón Enríquez Herrera había promovido su imagen con recursos públicos. Denuncia que desprestigió mediáticamente al presidente municipal y que si no influyó para que perdiera, sí hizo ruido para que su imagen se desgastara en las idas y venidas del proceso legal.

Y ahí es donde a la ciudadanía le ha quedado la duda sobre los vericuetos de la legalidad. Porque en este caso fueron los diputados, quienes después de un larguísimo proceso, adujeron o expusieron que no lo sacaban de la contienda electoral para no hacerlo víctima, que al fin y al cabo el pueblo le iba a dar su merecido.

Pero ese merecido también fue para el Partido Duranguense (PD), donde el remedo de su candidato para la presidencia municipal fue repudiado y rechazado en las urnas, lo que daba por hecho que éste quedaba fuera y de patitas en la calle, con todo y su franquicia, ya que la voluntad popular así lo había decidido.

Sin embargo, el Tribunal Electoral no lo vio así, sino parece que imitó el criterio de los diputados en el caso del doctor Enríquez y lo acuñó perfectamente para sostener el registro de ese adefesio político, burlando a todas luces la decisión del pueblo, donde éste le había puesto un hasta aquí, porque ya no estaba dispuesto a seguir manteniendo un parásito más.

Y el desprecio en las urnas fue más que elocuente, pero no suficiente para que los miembros del Tribunal cortaran de tajo la cabeza de dicha rémora, que la ciudadanía, repito: ya no estaba dispuesta a seguir alimentando con sus impuestos y mucho menos seguir llenando los bolsillos de los vividores que la regentean.

Su historia todos la conocemos y desde sus orígenes ha sido un parche mal pegado para la estructura partidista, donde desafortunadamente han desfilado algunas perlas negras, lo que ha sido suficiente para que a sus siglas los duranguenses le hagan el vacío y el feo a sus candidatos, quienes en cada proceso electoral no disimulan la mano que los mueve y la caja que les paga.

Con triquiñuelas y malas artes a la alta escuela, se había sostenido el repelo de este partido, pero ahora en estas elecciones recientes, sus miserias quedaron al descubierto total. De ahí que los magos del Tribunal Electoral se dieran a la tarea deleznable de cubrir con argucias legales, lo que con votos no pudieron llenar sus protegidos.

De ahí, que el partido de marras se la jugara con candidatos desconocidos y detestables, como invitados especiales a espantar al electorado, bajo el supuesto de que sin importar los pésimos resultados, alcanzarían a seguir sosteniendo la gracia del registro. Lo que desafortunadamente ha puesto en evidencia la fuerza del electorado, dados los elementos con que cuenta la caterva de la complicidad, que con la mano en la cintura fueron capaces de neutralizar o anular el hartazgo que la ciudadanía manifestó hacia el partido Duranguense.

Ante dichas evidencias, queda muy claro que los grupos en el poder honran meticulosamente los pactos o la palabra cuando se trata de contradecir al pueblo; cuando se trata de ir contra su decisión y burlar cualquier raya que éste haya pintado con el fin de detener los males que hastían su voluntad.

Al pacto o a la palabra se suma el honor para cumplir fielmente el estadío de la franquicia, de cuyo negocio brotara el afán de exhumar ese cadáver, sólo para confundir y contaminar la decisión ciudadana.

Después de los resultados, la subsistencia del registro del Partido Duranguense nos cayó como una cubetada de agua fría, al anunciar los magistrados electorales que no había sustento para desaparecerlo. Los juicios apresurados sin duda que suelen despertar muchísimas suspicacias, y el que se expidió en torno al registro del partido en mención, por supuesto que no ha sido la excepción.

De ahí que la opinión pública en su mayoría sostiene que la cuestión legal pesa menos que el gesto de pagar un favor, quizás no pedido, pero en los hechos muy bien correspondido, donde sin querer se les pasó la mano.

Con las cosas así, no nos queda duda que alguien recomendó la permanencia del registro del Partido Duranguense, no por ser una institución respetable, sino una asociación sumisa que desquita muy bien lo que le pagan, por realizar quizás voluntariamente el trabajo sucio. Por eso, digo yo, que este asunto merece ser desmenuzado con mucho cuidado y analizado con lupa, porque revela la visión de la grilla de su autor.

Para concluir sólo quisiera plantear algunas cuestiones que ayuden a mi propia reflexión: ¿Qué postura se puede adoptar ante una posición mayoritaria de repudio a un partido y la protección a éste de una ley amañada? ¿Aquella del resignado optimismo donde se argumenta que el registro del Partido Duranguense es un mal menor pero necesario? ¿O aquella de la resistencia callada que nos inocule contra la impotencia de no poder nunca contra los recovecos del cinismo legal?

¿Son estos los representantes electorales a quienes debemos darles nuestros votos de confianza y situar en ellos los avales únicos de una decisión? ¿Son los verdaderos líderes de nuestra conciencia cívica y los garantes genuinos de nuestra democracia? ¡LO DUDO! Así, con mayúsculas.