Sin duda uno de los momentos más emocionantes en los Juegos Olímpicos es la Ceremonia Inaugural. De entre ellas, resalta la de Barcelona ‘92 con su inolvidable momento en el que el vocalista británico Freddy Mercury canta a dúo con la soprano catalán Monserrat Caballé, y el arquero madrileño Antonio Rebollo enciende el pebetero olímpico de un flechazo.
Ninguno de nosotros recuerda a un homosexual declarado, ni a una mujer notablemente obesa, o a un cojo quejándose por representar a la comunidad paraolímpica. Todos vimos a dos cantantes extraordinarios y a un atleta ejemplar. Incluso fuimos testigos de cómo la tecnología estaba al servicio del espectáculo y no de una agenda política que nada tiene que ver con el espíritu olímpico.
¿Qué nos queda de la ceremonia inaugural de Paris 2024? Más allá de la estelar participación de Celine Dion y el emotivo desfile de atletas de la talla de Rafael Nadal o del impacto visual de los efectos especiales; nos queda la triste sensación de que la tan nociva Ideología de Género no respeta no solo el valor de la libertad, sino que tampoco el del espíritu olímpico, el del arte y mucho menos el del buen gusto.
Con su institucionalizada Agenda 20/30 y los organismos internacionales que la pregonan pretenden meternos, a como de lugar, una agenda ideológica, con su falaz narrativa de la inclusión y la diversidad; y grotesco “wokismo” capaces de utilizar hasta la mítica obra de Da Vinci con su burda representación Drag Queen para revelar sus oscuros intereses.
Sin duda, la representación del barquero Caronte por el río Sena conduciendo a las delegaciones olímpicas internacionales, así como la del caballo blanco del Apocalipsis constituyen un presagio elocuente, profético, de que occidente está en decadencia y que el Fin está cerca, y que la Buena Noticia de Salvación está más vigente que nunca.
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