/ miércoles 22 de mayo de 2019

Perdió España a uno de sus grandes

No la tribuna española, la tribuna internacional pierde a uno de los grandes, de los auténticos políticos que reclama y clama el mundo, ayuno de mentes y sentimientos sintonizados por la congruencia; armonizados en el decir y el hacer.

Pero así ha sido, es y al parecer seguirá siendo hasta el fin de los tiempos. La parca es insensible, fría, inescrupulosa, no se detiene a revisar lo que a la humanidad le falta e indiscriminadamente su fea guadaña corta vidas sin misericordia. No se diga Caronte, que gustoso rema en el acarreo de almas nobles, buenas, magnánimas.

En ese dantesco bogar por las misteriosas aguas de la abstracción, del más allá, a donde según el autor de la Divina Comedia tarde o temprano se comparecerá; no importa si el espíritu aquí en este mundo fue virtuoso, malo, corrupto, bueno, asesino. Todos por igual entran en ese rasero.

Don, así con mayúsculas y no por apego a las reglas ortográficas sino por su grandeza y méritos propios, Alfredo Pérez Rubalcaba partió de este mundo. Mesurado, tranquilo, pausado como era, dijo un adiós callado. Se fue sin pedir ni desear las luminarias que nunca le importaron. Tenía la suya propia; él era una. Un cerebro y un temple que lo llevó a los más altos peldaños de su país.

Nacido en Cantabria, de apenas 67 años de edad, exhaló el último suspiro. Con apenas 20 años de edad se incorporó a los movimientos y luchas sindicales de los mineros de Asturias y en general los obreros del norte de su patria. Desde entonces se enfiló y abrazó el socialismo que jamás repudiaría.

Rubalcaba, como era identificado, se forjó en plena dictadura franquista. Se adhirió al frente de liberación nacional, cuerpo que en la clandestinidad pugnaba por derrocar a Francisco Franco, que al igual que Mussolini creador del fascismo, en Italia; lo instituyó en la Península Ibérica.

Su valía lo llevó pronto al servicio del estado. En la década de los ochenta se incorporó a la administración del entonces hombre fuerte, Felipe González. Ocupó las carteras de educación y ciencia; interior y defensa. Después, al triunfo de José Luis Rodríguez Zapatero, lo nombró ministro del interior, portavoz oficial, para luego asumir la vicepresidencia de su país, constituyéndose en un factor de vitalidad, equilibrio y fortaleza dada su facundia, elocuencia, su pulida retórica y la prudente pero no por eso débil oratoria.

Su presencia en las cortes generales, (poder legislativo español, asamblea bicameral integrada por diputados y senadores).

Aquellos representan la cámara baja, pero tienen más poderes que el senado. Aquí, Rubalcaba era un dique contra los tendenciosos, iracundos y furibundos senadores de la oposición, en particular su histórico y eterno contrincante: El Partido Popular.

Uno a uno rebatía los argumentos esgrimidos sin inmutarse, sin deformar ni alterar su postura, con gesticulaciones, poses o desplantes ridículos y circenses. Sabedor del dominio que tenía sobre la palabra, el lenguaje literario, poético; con un fino discurso y una bien disimulada, casi imperceptible ironía, replicaba a los detractores del régimen.

Al término del último mandato de Zapatero, ya para entonces demasiado cuestionado, alicaído y con una popularidad muy pobre, Pérez Rubalcaba enarboló el estandarte del PSOE, para competir en contra del conservador Mariano Rajoy. Buen político y tribuno. No obstante el inclemente electorado, cansado de años de izquierda, optó por Rajoy, quien triunfó en las urnas de manera ventajosa.

Rubalcaba con la discreción que lo caracterizó se retiró al ejercicio de la segunda de sus pasiones: La química. Impartió esta disciplina hasta su muerte. Años después Rajoy fue estrepitosamente despedido, tras un escándalo de fraude y corrupción en su Partido y los desatinos en su gobierno. Asumió el poder Pedro Sánchez, recién ratificado.

La envidiosa flaca no perdonó su lucidez e inteligencia y fue aquí donde lo atacó; un derrame cerebral acabó con el hombre, el político, el estadista, el científico como doctor en ciencias químicas. ¡Vaya que se le extrañará!

No la tribuna española, la tribuna internacional pierde a uno de los grandes, de los auténticos políticos que reclama y clama el mundo, ayuno de mentes y sentimientos sintonizados por la congruencia; armonizados en el decir y el hacer.

Pero así ha sido, es y al parecer seguirá siendo hasta el fin de los tiempos. La parca es insensible, fría, inescrupulosa, no se detiene a revisar lo que a la humanidad le falta e indiscriminadamente su fea guadaña corta vidas sin misericordia. No se diga Caronte, que gustoso rema en el acarreo de almas nobles, buenas, magnánimas.

En ese dantesco bogar por las misteriosas aguas de la abstracción, del más allá, a donde según el autor de la Divina Comedia tarde o temprano se comparecerá; no importa si el espíritu aquí en este mundo fue virtuoso, malo, corrupto, bueno, asesino. Todos por igual entran en ese rasero.

Don, así con mayúsculas y no por apego a las reglas ortográficas sino por su grandeza y méritos propios, Alfredo Pérez Rubalcaba partió de este mundo. Mesurado, tranquilo, pausado como era, dijo un adiós callado. Se fue sin pedir ni desear las luminarias que nunca le importaron. Tenía la suya propia; él era una. Un cerebro y un temple que lo llevó a los más altos peldaños de su país.

Nacido en Cantabria, de apenas 67 años de edad, exhaló el último suspiro. Con apenas 20 años de edad se incorporó a los movimientos y luchas sindicales de los mineros de Asturias y en general los obreros del norte de su patria. Desde entonces se enfiló y abrazó el socialismo que jamás repudiaría.

Rubalcaba, como era identificado, se forjó en plena dictadura franquista. Se adhirió al frente de liberación nacional, cuerpo que en la clandestinidad pugnaba por derrocar a Francisco Franco, que al igual que Mussolini creador del fascismo, en Italia; lo instituyó en la Península Ibérica.

Su valía lo llevó pronto al servicio del estado. En la década de los ochenta se incorporó a la administración del entonces hombre fuerte, Felipe González. Ocupó las carteras de educación y ciencia; interior y defensa. Después, al triunfo de José Luis Rodríguez Zapatero, lo nombró ministro del interior, portavoz oficial, para luego asumir la vicepresidencia de su país, constituyéndose en un factor de vitalidad, equilibrio y fortaleza dada su facundia, elocuencia, su pulida retórica y la prudente pero no por eso débil oratoria.

Su presencia en las cortes generales, (poder legislativo español, asamblea bicameral integrada por diputados y senadores).

Aquellos representan la cámara baja, pero tienen más poderes que el senado. Aquí, Rubalcaba era un dique contra los tendenciosos, iracundos y furibundos senadores de la oposición, en particular su histórico y eterno contrincante: El Partido Popular.

Uno a uno rebatía los argumentos esgrimidos sin inmutarse, sin deformar ni alterar su postura, con gesticulaciones, poses o desplantes ridículos y circenses. Sabedor del dominio que tenía sobre la palabra, el lenguaje literario, poético; con un fino discurso y una bien disimulada, casi imperceptible ironía, replicaba a los detractores del régimen.

Al término del último mandato de Zapatero, ya para entonces demasiado cuestionado, alicaído y con una popularidad muy pobre, Pérez Rubalcaba enarboló el estandarte del PSOE, para competir en contra del conservador Mariano Rajoy. Buen político y tribuno. No obstante el inclemente electorado, cansado de años de izquierda, optó por Rajoy, quien triunfó en las urnas de manera ventajosa.

Rubalcaba con la discreción que lo caracterizó se retiró al ejercicio de la segunda de sus pasiones: La química. Impartió esta disciplina hasta su muerte. Años después Rajoy fue estrepitosamente despedido, tras un escándalo de fraude y corrupción en su Partido y los desatinos en su gobierno. Asumió el poder Pedro Sánchez, recién ratificado.

La envidiosa flaca no perdonó su lucidez e inteligencia y fue aquí donde lo atacó; un derrame cerebral acabó con el hombre, el político, el estadista, el científico como doctor en ciencias químicas. ¡Vaya que se le extrañará!