/ viernes 22 de febrero de 2019

Políticamente incorrectos

Sólo desde un patológico morbo puede uno asomarse a leer los comentarios de los usuarios de la red sobre cualquier tema. A estas alturas, no debería sorprendernos (ya no se diga indignarnos) aquella rabia compulsiva de objetarlo todo y opinar sobre los más variados asuntos de los que, está demás decirlo, el internauta se cree experto y además “argumenta” con marcada arrogancia.

Bien, tampoco es que se apele a la censura ni que se sienta nostalgia por aquel mundo perdido de los tradicionales medios de información, pero no por eso va uno a resignarse y a esperar que la avalancha se venga encima.

Entre los miles de perfiles que puede trazarse de los furibundos navegantes del espacio virtual, hay uno que ahora me interesa mostrar.

Con la cabal impunidad con la que cualquiera puede escupir virtualmente, hay algunos que acompañan su excrecencia verbal con una penitencia que no busca atenuar la sandez proferida, sino más bien condescender irónicamente con los posibles agraviados que le leen: “Perdón, soy políticamente incorrecto”.

Y así, se puede ser abiertamente misógino, homofóbico o racista sin que el dicho conlleve una responsabilidad ya no digamos legal, ni siquiera moral o intelectual: la autoproclamada incorrección política lleva a una zona exenta de objeción alguna.

La genuina incorrección política, lo que sea que eso signifique, existe y habrá tiempos en los que haya sido y en los que será trasgresora, iconoclasta, revolucionaria y póngale el aura que más le guste, qué más da. Pero utilizada en su peor versión para decir cualquier estupidez que suene escandalosa y cuyo único objetivo es ese, el de escandalizar, es una farsa que hay que denunciar.

Porque esta clase de comentarios nunca van acompañados de alguna reflexión o algo que se parezca a un argumento. No busca develar nada más que su propia estridencia. No quiere trastocar el sistema de valores, sino hacer gala del atrevimiento de decir algo que se piensa como tabú y mejor decirlo con un lenguaje denigratorio. No hay nada más allá de la anécdota de indignar a algunos y de lograr algunas adhesiones que suscriban la supuesta genialidad expresada.

La incorrección política no necesita enunciarse y si lo hace, ya es mero complemento de algún razonamiento que sostenga lo dicho. En cambio, los que se creen exquisitos espíritus libres por decir lo que dicen hacen la operación inversamente: se proclaman políticamente incorrectos a priori y después se sienten legitimados para decir lo que les plazca sin tomarse la molestia de argumentar, que dada la excepcionalidad de su pensamiento, eso queda sobrando.

En esas estamos.

Sólo desde un patológico morbo puede uno asomarse a leer los comentarios de los usuarios de la red sobre cualquier tema. A estas alturas, no debería sorprendernos (ya no se diga indignarnos) aquella rabia compulsiva de objetarlo todo y opinar sobre los más variados asuntos de los que, está demás decirlo, el internauta se cree experto y además “argumenta” con marcada arrogancia.

Bien, tampoco es que se apele a la censura ni que se sienta nostalgia por aquel mundo perdido de los tradicionales medios de información, pero no por eso va uno a resignarse y a esperar que la avalancha se venga encima.

Entre los miles de perfiles que puede trazarse de los furibundos navegantes del espacio virtual, hay uno que ahora me interesa mostrar.

Con la cabal impunidad con la que cualquiera puede escupir virtualmente, hay algunos que acompañan su excrecencia verbal con una penitencia que no busca atenuar la sandez proferida, sino más bien condescender irónicamente con los posibles agraviados que le leen: “Perdón, soy políticamente incorrecto”.

Y así, se puede ser abiertamente misógino, homofóbico o racista sin que el dicho conlleve una responsabilidad ya no digamos legal, ni siquiera moral o intelectual: la autoproclamada incorrección política lleva a una zona exenta de objeción alguna.

La genuina incorrección política, lo que sea que eso signifique, existe y habrá tiempos en los que haya sido y en los que será trasgresora, iconoclasta, revolucionaria y póngale el aura que más le guste, qué más da. Pero utilizada en su peor versión para decir cualquier estupidez que suene escandalosa y cuyo único objetivo es ese, el de escandalizar, es una farsa que hay que denunciar.

Porque esta clase de comentarios nunca van acompañados de alguna reflexión o algo que se parezca a un argumento. No busca develar nada más que su propia estridencia. No quiere trastocar el sistema de valores, sino hacer gala del atrevimiento de decir algo que se piensa como tabú y mejor decirlo con un lenguaje denigratorio. No hay nada más allá de la anécdota de indignar a algunos y de lograr algunas adhesiones que suscriban la supuesta genialidad expresada.

La incorrección política no necesita enunciarse y si lo hace, ya es mero complemento de algún razonamiento que sostenga lo dicho. En cambio, los que se creen exquisitos espíritus libres por decir lo que dicen hacen la operación inversamente: se proclaman políticamente incorrectos a priori y después se sienten legitimados para decir lo que les plazca sin tomarse la molestia de argumentar, que dada la excepcionalidad de su pensamiento, eso queda sobrando.

En esas estamos.