/ sábado 27 de octubre de 2018

Popularidad y toma de decisiones

La democracia con sus amplias virtudes y debilidades naturales es el sistema de gobierno más eficaz para dirimir los conflictos que genera la política. Es inherente a la convivencia humana la pugna de intereses, de ahí que para pacificar al hombre la democracia se fundamenta en la creación de reglas (leyes) que nos igualan, aceptadas por todos. Además la democracia se fundamenta en la concepción de que el poder político pertenece a todo el conglomerado social (el pueblo) para ejercerlo a través de representantes, a los que se elige mediante un sistema de reglas y normas, lo que provoca un contraste de propuestas ideológicas y programáticas a fin que el ciudadano elija de manera civilizada por la que considera la mejor opción.

Durante la etapa de la campaña proselitista se dan a conocer propuestas para obtener el favor de los electores. Dichas promesas se basan en levantar expectativas de solución a los problemas existentes, en prometer –en el futuro inmediato- grandes beneficios al electorado y frutos personales a los individuos. Se promete satisfacer necesidades para conseguir el bienestar general.

De ahí que ganar una elección genera popularidad al personaje que logró persuadir a los ciudadanos generando expectativas de resolver preocupaciones generales y necesidades personales. Pero una vez que el elegido asume el poder se enfrenta a la realidad, dando inicio el verdadero contraste entre la generación de esperanza y el ejercicio de la autoridad, que implica tomar decisiones, algunas de las cuales pueden ser populares, pero otras serán contrarias a las promesas y planes prometidos. La realidad no va de la mano con las altas expectativas de las campañas proselitistas.

Gobernar implica moderar el deseo que se despierta en las personas durante la campaña, con las probabilidades reales de conseguir los objetivos. Lo que subsiste en la sociedad actual es la escasez, no se producen los satisfactores suficientes para que todos accedan a complacer sus necesidades elementales, además de que la riqueza social está mal distribuida, concentrada en pocos, todo lo cual provoca que el gobernante deba tomar decisiones que afectan intereses (mayoritarios o minoritarios, según el caso) y por tanto el binomio popularidad electoral=popularidad de gobierno es insostenible.

En política gubernamental no hay soluciones fáciles, ni definitivas, todo es relativo y circunstancial. Levantar, en calidad de candidato altas expectativas se puede lograr fácilmente, a fuerte velocidad, pero cumplir desde el gobierno es realmente lento, los deseos de la sociedad caminan más rápido que las soluciones.

Gobernar no es el ejercicio de la popularidad, es un deber con la responsabilidad. El gobernante demócrata está obligado a generar condiciones de bienestar mayoritario, no total; eso no es posible. Fracasan quienes gobiernan bajo la pretensión de quedar bien con todos. Tomar decisiones es la tarea encomendada al gobernante en todo sistema representativo.

La sociedad a través del electorado delega el poder de decidir por un tiempo determinado al elegido, de tal suerte que el gobernante recibe una delegación amplia que debe ejercer. Evadir la toma de decisiones es faltar al compromiso, a las promesas que movieron la voluntad del elector a su favor.

La toma de decisiones públicas implica articular intereses disímbolos dentro de una sociedad, discernir considerando las distintas posturas y sobre todo equilibrar las preocupaciones y afanes de los gobernados, a quienes no se puede trasladar responsabilidades que competen a quien obtuvo el Mandato, que cuenta con una delegación amplia para actuar, aun a costa de la popularidad adquirida.

La democracia con sus amplias virtudes y debilidades naturales es el sistema de gobierno más eficaz para dirimir los conflictos que genera la política. Es inherente a la convivencia humana la pugna de intereses, de ahí que para pacificar al hombre la democracia se fundamenta en la creación de reglas (leyes) que nos igualan, aceptadas por todos. Además la democracia se fundamenta en la concepción de que el poder político pertenece a todo el conglomerado social (el pueblo) para ejercerlo a través de representantes, a los que se elige mediante un sistema de reglas y normas, lo que provoca un contraste de propuestas ideológicas y programáticas a fin que el ciudadano elija de manera civilizada por la que considera la mejor opción.

Durante la etapa de la campaña proselitista se dan a conocer propuestas para obtener el favor de los electores. Dichas promesas se basan en levantar expectativas de solución a los problemas existentes, en prometer –en el futuro inmediato- grandes beneficios al electorado y frutos personales a los individuos. Se promete satisfacer necesidades para conseguir el bienestar general.

De ahí que ganar una elección genera popularidad al personaje que logró persuadir a los ciudadanos generando expectativas de resolver preocupaciones generales y necesidades personales. Pero una vez que el elegido asume el poder se enfrenta a la realidad, dando inicio el verdadero contraste entre la generación de esperanza y el ejercicio de la autoridad, que implica tomar decisiones, algunas de las cuales pueden ser populares, pero otras serán contrarias a las promesas y planes prometidos. La realidad no va de la mano con las altas expectativas de las campañas proselitistas.

Gobernar implica moderar el deseo que se despierta en las personas durante la campaña, con las probabilidades reales de conseguir los objetivos. Lo que subsiste en la sociedad actual es la escasez, no se producen los satisfactores suficientes para que todos accedan a complacer sus necesidades elementales, además de que la riqueza social está mal distribuida, concentrada en pocos, todo lo cual provoca que el gobernante deba tomar decisiones que afectan intereses (mayoritarios o minoritarios, según el caso) y por tanto el binomio popularidad electoral=popularidad de gobierno es insostenible.

En política gubernamental no hay soluciones fáciles, ni definitivas, todo es relativo y circunstancial. Levantar, en calidad de candidato altas expectativas se puede lograr fácilmente, a fuerte velocidad, pero cumplir desde el gobierno es realmente lento, los deseos de la sociedad caminan más rápido que las soluciones.

Gobernar no es el ejercicio de la popularidad, es un deber con la responsabilidad. El gobernante demócrata está obligado a generar condiciones de bienestar mayoritario, no total; eso no es posible. Fracasan quienes gobiernan bajo la pretensión de quedar bien con todos. Tomar decisiones es la tarea encomendada al gobernante en todo sistema representativo.

La sociedad a través del electorado delega el poder de decidir por un tiempo determinado al elegido, de tal suerte que el gobernante recibe una delegación amplia que debe ejercer. Evadir la toma de decisiones es faltar al compromiso, a las promesas que movieron la voluntad del elector a su favor.

La toma de decisiones públicas implica articular intereses disímbolos dentro de una sociedad, discernir considerando las distintas posturas y sobre todo equilibrar las preocupaciones y afanes de los gobernados, a quienes no se puede trasladar responsabilidades que competen a quien obtuvo el Mandato, que cuenta con una delegación amplia para actuar, aun a costa de la popularidad adquirida.